Querido Pierre,

Acabo de releer tu carta, que sé que será, por el momento, la última de nuestra correspondencia, y he vuelto a deleitarme con la afortunada casualidad que hizo que en mayo nos encontráramos en Barcelona. Hablas de una novela de la Tierra, del planeta, de una novela que aspira a englobar a todo el planeta sin repetir los polvorientos esquemas narrativos del siglo XIX. Una novela que quisiera ser total, que pretende llevar a su máxima expresión esta formidable forma espuria de la literatura en su totalidad. ¡Qué proyecto! ¡Cuántos riesgos! Para serte sincero, es algo que me suscita a la vez tanto entusiasmo como estupor. Tú dices, al hablar del proceso de escritura, que todo es «un lío», algo que puedo imaginarme perfectamente. ¡Y ya me muero de ganas de leer tu novela!

No me sorprende en absoluto que cites como referencias a Bolaño y Foster Wallace, esos dos formidables megalómanos de principios del siglo XXI, pero sí me sorprende un poco que los pongas junto a De Lillo, aunque esta sorpresa se debe, sin duda alguna, a que no conozco lo suficiente su obra. Por mi parte, acabo de leer la novela de un autor que, por lo que sé, es amigo tuyo: Boussole, de Mathias Énard. Es un texto que me ha entusiasmado, aunque más bien como ensayo, ya que me ha parecido que el narrador mira demasiado hacia el pasado, un cierto pasado, lo que hace que la narración sea algo anacrónica. He aquí exactamente el problema del que tú hablas en tu carta: que el relato se parece demasiado al del siglo XIX. Me pregunto si mi lectura no tendrá algo que ver con la traducción. Seguro que hablaremos de eso en Berlín el 11 de diciembre. ¡Ya estoy ansioso por reencontrarnos en el LCB (Literarisches Colloquium Berlin)!

Me preguntas a quién añadiría a este círculo de autores que ejercen su influencia sobre el siglo XXI. Voy a «asomarme mucho por la ventana», tal como decimos en alemán, y me arriesgaré a responderte: Siri Hustvedt, porque en su momento su novela What I loved me causó una gran impresión y me ha influido en gran manera. Es una elección muy personal y no tengo ningún tipo de problema para justificarla siempre que tenga que hacerlo: en las listas de grandes escritores hay demasiadas pocas mujeres, y a esta que menciono aquí se la percibe siempre bajo la sombra de su famoso marido, aunque a mi modo de ver ya lo ha superado desde hace mucho tiempo, tanto en la novela como en el ensayo. En su última novela, The Blazing World, esta autora trata de forma impresionante la cuestión del género, el papel de la mujer y, sobre todo, de la identidad, un tema que me interesa en gran manera. En su último ensayo, The Delusions of Certainty, Hustvedt se ocupa de la cuestión de la conciencia, de la formación de nuestro yo, de la libertad de nuestros pensamientos y de nuestros actos, de la relación entre el cuerpo y el espíritu. Este es uno de los grandes temas de mi nueva novela, puesto que, como contrapunto a los anarquistas de los que ya te he hablado, este grupo que considera la libertad individual como el más precioso de los bienes, en mi novela también hay unos personajes que se aproximan más bien a un determinismo moderno, tal como lo define Sam Harris. Son personas que, como yo, y como Hustvedt, si es que interpreto correctamente lo que quiere decirnos, se definen como ateos y racionalistas, pero que también reconocen, vistas las investigaciones realizadas en el campo de la neurología, que la idea de la libertad individual no es más que una ilusión. Mi mirada se dirige hacia el interior, hacia esta cuestión, hacia nuestro cerebro, nuestro cuerpo. Pero intento compensarlo con una cierta amplitud, la de la Europa que me concierne, que también podría ser perfectamente sinónimo de estrechez.

Si mi mirada se fija actualmente en nuestro continente es porque en él encuentro la mayoría de los lugares que asocio a la palabra Heimat, que ya evoqué en mi primera carta. Y mi idea de una Europa-Heimat, de un continente abierto, libre, ha llegado a un punto que no habría ni podido imaginar hace algunos años. Los nacionalistas, perfectamente conectados a escala europea –¡ironías del mundo actual!–, solo esperan una cosa: desmantelar definitivamente este continente. En los próximos años se tratará de defender la sociedad abierta, de librar batallas, en especial la de la lengua, que es la base de nuestra civilización, y a través de ella la batalla por los espíritus, las calles, las ciudades, las plazas, las fronteras, y finalmente contra estas últimas. Esta lucha de las palabras ya ha empezado y, para mi satisfacción, veo que reúne a cada vez más autores y autoras. Las novelas son siempre grandes proyectos y grandes cuestionamientos, pero también un medio para comprometerse y alzar la voz contra los que quieren destruir nuestra convivencia. Es una lucha mundial, tal como nos lo demuestra la situación actual de Estados Unidos o Brasil. Así que siento curiosidad por leer tu mirada sobre Asia, sobre el globo. ¡Quién sabe! Quizá consigamos defender una Europa libre, o más bien recrearla a partir de los fragmentos que la componen, y entonces es posible que me sienta lo bastante libre como para ampliar mi mirada al mundo. Sabes perfectamente que es imposible planificar una novela. Uno no puede saber nunca qué tema nos acecha, qué historias, qué relatos, qué tesis se condensarán y revestirán el carácter de urgentes que nos empujará a salir al mundo y abrir los oídos, pero también a sentarnos en nuestro escritorio para hablar de ello. La única certeza que tengo es que no me voy a detener hasta que ese espíritu, a la vez libre y alienado, se asiente plenamente en mí. Y aunque solo hayamos pasado unos pocos días juntos y que no nos conozcamos demasiado más allá de las cartas que hemos intercambiado (o quizá precisamente por ello), estoy seguro de que lo mismo cabe decir sobre ti.

Así pues, ¡por todas las novelas futuras, por este vínculo que hay entre nosotros que, sin lugar a dudas, no se romperá al acabar «nuestro» Allons Enfants. ¡Por nuestra amistad! ¡Por todas estas pequeñas voces, todos estos pequeños cambios, todas estas pequeñas y grandes cuestiones y visiones del mundo en nuestros futuros textos! Y, sobre todo, ¡por nuestro reencuentro la próxima semana en Berlín y por todos los reencuentros futuros en Barcelona!

Un abrazo

Hannes

Querido Hannes,

Muchas gracias por tu carta, me hizo mucha ilusión.

Pues sí, es una coincidencia divertida lo de Sicilia. Yo, igual que tú, quedé deslumbrado por la belleza y el poderoso encanto de esa isla, su dureza, su esencia tan mediterránea, su fuerza. Este lugar de tránsitos y de sedimentaciones que tan bien describes.

Tienes toda la razón y, en realidad, esas mezclas y esos solapamientos son absolutamente inevitables y, por supuesto, deseables. Entonces, ¿por qué agotarse intentando evitarlos?

¿Me preguntas si Sicilia será una de las tierras de mi próxima novela? Es posible. La idea es dibujar el plano de mi libro directamente sobre un mapa del mundo, sin excluir ningún país. Para mí, lo ideal sería que todos pudieran aparecer en él. Sueño con una novela que fluya continuamente por todo el planeta, que incorpore como premisa básica que nuestro movimiento es completo y sin retorno, que nuestro territorio es este, en su totalidad.

Es imposible pensar de manera local, pequeña, circunscrita. Ahora estamos obligados a pensar de forma global. Lo que sucede en lo profundo de la selva de Borneo afecta a los ríos de Canadá o a las ciudades chinas. Sabemos que todo está intrínsecamente ligado.

Dicho esto, y aunque el mundo entero quepa en ella, será principalmente una novela asiática, sobre Birmania, China, India y Tailandia, que serán los polos del libro.

La pregunta básica es esta: cómo reinventar nuestra relación con el espacio, la Tierra, el viaje, la exploración partiendo del principio de que sabemos muy poco sobre el mundo, a pesar de dominarlo. Unos diez personajes son enviados a los cuatro rincones del mundo para dibujar nuevos mapas, para elaborar un gran inventario y, por tanto, para establecer una nueva relación con lo vivo.

Me gustaría poderte contar más detalles, pero todo está en construcción (¡y es un caos!). La historia se ramifica y va en muchas direcciones, así que ahora mismo tendría problemas para resumírtela.

Pero como dijimos en nuestras cartas anteriores, la idea es esta (creo que pasa lo mismo contigo): plantear mis preocupaciones políticas, geográficas y ecológicas en una ficción, exponer los problemas, lanzar a varios personajes dentro de ese gran desorden como si fueran las bolas de un juego de bolos y ver qué pasa. Esta realidad es materia literaria y estoy seguro de que podemos hacer algo con ella (tal vez eso pueda ayudarme a entender algo o, al menos, a darle alguna forma).

Todos estos hilos y reflexiones tendrán que desaparecer gradualmente y solo permanecerán los personajes, los lugares, la acción, aunque lo que subyazca sea precisamente tales hilos y reflexiones.

Como tú, me pregunto qué forma literaria podríamos dar a este puto mundo. Mi respuesta, por ahora, sería que debe amoldarse a sus vaivenes y ser, como él, abigarrada, fragmentada, rizomática.

También me gustaría que me contaras más cosas de tu trabajo sobre los anarquistas en Barcelona. Este mundo perdido, que a veces echamos de menos, de luchas, de rabia, de futuros.

Ahora estoy preparando un curso para el máster de escritura creativa de Bruselas, en el que participo desde hace tres años, y en el que releo a los tres autores que me parecen los más importantes de principios de este siglo (o al menos los que más me interesan): Roberto Bolaño, David Foster Wallace y Don DeLillo. Los tres intentan desarrollar precisamente formas nuevas, novelas tan locas, fragmentadas y laberínticas como el mundo en el que nacieron, como hizo Jean-Michel Basquiat.

A principios de octubre fui a ver la gran exposición sobre su obra que se encuentra actualmente en París y fue muy conmovedor ver esas ciento veinte pinturas reunidas después de haberlas mirado durante tanto tiempo para preparar mi novela Eroica.

Cada vez estoy más convencido de que Basquiat fue el primer artista del siglo XXI (sin haberlo conocido) y de que nos muestra el camino. Compone, borra, rehace, conecta, interpreta, reformula… ordena el caos candente. La novela podría, como la pintura de Basquiat, doblegarse, estar invadida por cuerpos extraños, agrietarse por todos lados. La novela es la flexibilidad misma: puede acomodarlo todo, y lo hace. Se traga registros y géneros, navega entre la poesía, el teatro o el periodismo, utiliza documentos, investigaciones, fantasías, recuerdos. La novela es lo más maleable que hay.

Me pregunto si así se adapta al mundo o si lo que ocurre es lo contrario, es decir, si no es el mundo el que se vuelve tan flexible como la ficción, o más.

En cualquier caso, sueño con un sistema narrativo capaz de acoger todas las épocas, personajes, registros y geografías. Me parece que es el camino de la literatura contemporánea: intentar acoger al Todo-Mundo, reformular la realidad difractada y en red en la que vivimos. La función de la literatura no es simplificar, dar consuelo, sino que debe abrazar la locura y la magnitud del mundo y tratar de convertirlo en materia literaria. Al menos esa es la lección que he aprendido de Basquiat.

Su trabajo se esfuerza por estar a la altura de la arquitectura sin sentido que estructura nuestras vidas. Quizá la función del arte sea hacer inteligible el caos organizándolo, duplicándolo, reformulándolo. ¿Deberían los artistas renunciar a esta insensata ambición? Nosotros, escritores del siglo XXI, preferimos reproducir indefinidamente la novela del siglo XIX (que, por cierto, es insuperable y no nos necesita en absoluto), el relato íntimo y adulterado, unas formas que, a mi modo de ver, ya no son operativas.

Pero tal vez estoy delirando, ¡ya me lo dirás!

¿A quién estás leyendo ahora mismo?, ¿y qué te aporta?

Todavía tenemos mucho de qué hablar, por supuesto, pero quizá sea hora de reanudar esta conversación en persona, algo que podremos hacer pronto en Berlín.

Estoy encantado con esa perspectiva.

Te mando un abrazo

Hasta pronto

Pierre

Querido Pierre,

Acabo de releer tu carta, esta vez en su traducción al alemán. Antes de marcharme de vacaciones (este año los dos hemos ido a Sicilia, ¡qué casualidad! Volveré a referirme a este hecho más adelante) ya la había leído un par de veces en francés y me había prometido responder inmediatamente, pero ya sabes: los proyectos, el tiempo… y, sin darte cuenta ya estamos en septiembre y el verano se va acabando lentamente; durante el día aún muestra una fuerza sorprendente, pero las noches ya presagian el otoño berlinés, que muy pronto va a enseñarnos su cara gris y lluviosa.

Después de leer tu carta tan rica, tan interesante, yo también me pregunto dónde podemos apoyarnos para coger un nuevo impulso, pero quizá vaya a hacerlo en lo telúrico, la tierra, este concepto y ese complejo temático que tú dices que ocupará un lugar central en tu nueva novela, ¡que ya estoy impaciente por leer! En Sicilia fue muy impresionante ver, en los templos griegos y romanos, los mosaicos de la época de los reyes normandos, el magnífico entrelazamiento de elementos grecobizantinos, normandos y árabes, y hasta qué punto esta isla de la periferia del sur de Europa puede ser un ejemplo y una advertencia para nuestra época. Una tierra, un territorio marcado por varias decenas de culturas, colonizados (en una acepción aún alejada del sentido moderno, colonialista, de la palabra), conquistados, ocupados incontables veces a lo largo de los siglos. Un territorio a menudo árido que de repente se vuelve rebosante de verdor, que te sorprende, que se resquebraja en las islas Eólicas, que emite vapores de azufre e incluso lava. Unas islas situadas en el punto de encuentro de dos placas continentales —la euroasiática y la africana—, una bella imagen de un lugar intermedio, de paso.

No vimos muchos refugiados, pero había ferris que salían de Agrigento hacia Linosa o Lampedusa, lugares de los que hemos oído hablar mucho estos últimos años, y en lugares turísticos como Taormina, que me dejó la impresión de que hacía una desagradable ostentación de su riqueza, se veía a vendedores ambulantes africanos en las plazas, en las playas, algunas veces junto con su mujer y sus hijos. Personas a las que tantos ven como una masa abstracta, una amenaza, quizá tanto más grave desde el momento en que en el relato del miedo se introduce el elemento religioso, la historia del amenazador Islam.

He aquí el concepto de relato de nuevo, y te preguntabas en tu última carta cómo lo entendía y cómo me gustaría que se usara. Las dos acepciones son justas e importantes, creo yo, el relato político y social, pero también la pequeña y simple historia literaria, la ficción poética, que partiendo de este pequeño núcleo puede crecer hasta inscribirse en la memoria colectiva, que puede convertirse en una de las ficciones políticas y sociales de las que está hecha (en eso tienes razón) nuestra cotidianidad, de las que están hechos nuestros estados, nuestra vida social. Este tipo de textos ha existido siempre, y no es precisamente ninguna casualidad que el año pasado se vendiera muy bien 1984 de George Orwell, igual que su Homage to Catalonia, volviendo brevemente a un tema surgido en nuestras anteriores cartas.

La historia que nos explica Sicilia es muy interesante. Es la historia de los reyes normandos, un grupo de migrantes belicosos llegados del norte, que habían abandonado una patria con unas condiciones de vida muy difíciles y reinaron en la isla durante algunos decenios, sabiendo mezclar sus propios elementos culturales con los que encontraron allí, integrar influencias extranjeras para crear algo nuevo e impresionante, ampliamente considerado hoy día como la Edad de Oro de la isla. Y esto es algo que resulta interesante cuando uno piensa, en comparación, en la percepción actual del extranjero. Pero parece que hay tendencia a ignorar con bastante facilidad esta perspectiva de la emigración, de la transformación de antiguas estructuras, siempre que los migrantes tengan la piel clara, que sean incluso rubios, tal como sucedió a menudo en América del Norte. El historiador que llevo dentro se queda siempre sin voz ante la ceguera que mostramos ante nuestra propia historia, y la célebre cita de Santayana (Those who cannot remember the past are condemned to repeat it) es la que se impone en mi mente.

Nadie ha podido nunca aislarse por completo, ni el imperio Romano, ni el chino ni tampoco los imperios americano o europeo podrán nunca hacerlo si los habitantes de los países que más sufren las consecuencias de nuestro modo de vida se ponen en marcha para reivindicar su derecho a un poco de tierra, a un lugar. Ningún muro ni ninguna otra barrera podrá contener este tipo de movimiento, no lo han hecho nunca, y la fuerza también será impotente, ya que el recurso a la fuerza en las fronteras, una posibilidad que cada vez más gente parece contemplar secreta y vergonzosamente, la idea de un recurso a las armas que brota aunque sea brevemente en su mente, significaría el final de todo lo que simboliza Europa.

Tú hablas de los conceptos de movilidad, de interconexión, de danza como medios para apropiarse de la tierra. En Sicilia he visto, y probablemente tú también, las cosas maravillosas que pueden surgir de la interconexión de gentes llegadas de contextos culturales muy diferentes, y hasta qué punto la movilidad de un lugar a otro aporta cosas que pueden enriquecer infinitamente la cultura de una región. Y efectivamente puede que la danza también sea posible finalmente en estos lugares. Por el momento resulta difícil concebir una danza europea que invite a participar, pero debemos pensarlo y explicarlo, ya que solo a través de los relatos se convierte en algo tangible, imaginable, y solo pensando estas ideas podremos desarrollar esta danza. De momento aún no quiero plantearme si algún día será posible a escala global, vista la dificultad que presenta una danza común incluso en los círculos más restringidos.

Pero es aquí, y en eso te doy toda la razón, donde reside la gran oportunidad de la novela, su importancia. En la libertad de su forma, que permite la movilidad, en la constante alternancia de voces, de influencias. Precisamente anteayer asistí a un debate literario que celebraba el triunfo de la forma autoficcional, en el que se pronosticó casi el fin de la novela. También tuve hace poco esta misma discusión con un amigo vasco. ¿Quién tiene aún necesidad de la novela, esta forma histórica? ¿Quién tiene aún necesidad de la ficción?

Estoy convencido de que todos tenemos necesidad de ficción, porque es libre y crea nuevos espacios de libertad, porque está abierta a nuevas ideas e influencias, porque es lúdica, porque sus límites los establece únicamente el pensamiento de quien la escribe y este pensamiento también puede establecer límites nuevos en lo cotidiano, porque no aborda cuestiones de seudoautenticidad, cuya popularidad actual no puede sorprendernos en absoluto. Dado que todo parece disolverse, los textos autoficcionales constituyen una seguridad, una manera de anclar la propia biografía, estabilizarla. Pero seguidamente, en la recepción de estos textos, falta con frecuencia el juego, el aspecto ficcional, que sin embargo muy a menudo contienen. Ahora bien, es precisamente en este intersticio donde reside, a mi modo de ver, su mayor interés (ya que es evidente que textos como Le Royaume de Carrère tienen un gran valor literario) y no en un supuesta franqueza o autenticidad. Claramente, los que defienden esto último no tienen ni idea de la producción literaria.

De lo que tenemos necesidad, en mi opinión, es, tal como tú dices, de ideas nuevas, de reflexionar de manera nueva sobre nuestro presente, o incluso más allá de este. La novela no puede ni debe ser jamás un manual de instrucciones de uso. Y sobre todo ¡no debe ser literatura comprometida! Pero sí puede hallar nuevos caminos, plantear cuestiones importantes; en pocas palabras, dentro de su pequeño ámbito puede formar parte integral del diálogo social. Esto es algo que nosotros, como escritores, deberíamos exigir.

Toda mirada, ya sea hacia el pasado o el presente, toda cuestión planteada en una novela dice siempre mucho de la época de su aparición, así que probablemente no resulte nada sorprendente que tú te ocupes de lo terrestre y yo de los anarquistas de diferentes países de Europa reunidos en Barcelona. Reflexionar sobre las líneas de falla, reflexionar sobre los caminos antiguos o nuevos, sobre las ideas y las teorías de una forma nueva, conservar lo mejor del análisis marxista sin el tono doctoral de Marx, la voluntad anarquista de libertad, la voluntad de cooperar, sin aferrarse desesperadamente a la creencia de que deberían destruirse el Estado y toda estructura estatal. Quizá podría desarrollarse algo a partir de eso. ¿Qué opinas? Y dime: ¿qué impresión te ha dado Sicilia, esa isla situada sobre una línea de falla, esa isla magnífica sembrada de montañas de basura que se acumulan en los bordes de las carreteras y en los aparcamientos? ¿No ha sido también una inspiración para tu novela? ¿Dónde la situarás? ¿Qué terra escogerás para esa novela terrestre?

Explícame algo de ella, si te parece.

¡Un abrazo!

Hannes

Querido Hannes,

El verano, el bochornoso y reluciente verano se apaga lentamente cuando me pongo a escribirte (después de haberte traducido al español, ¡extraña experiencia!).

Tu última carta es muy rica, está llena de reflexiones, así que me remitiré a lo que dice sin un criterio definido y retomaré de ella lo que me dicte el corazón.

Me he detenido un par de veces en la palabra relato, preguntándome si te referías a los relatos colectivos o si hablabas de la narración en un sentido más literario, si hablabas, en breve, de literatura o de política, y me he dicho que esta duda en sí misma resultaba significativa, ya que ambos son en este caso casi inextricables.

Todos los pilares sobre los que se sustentan nuestras sociedades son ficciones, relatos que hemos construido: la ley, la justicia, la igualdad, etc. (incluso el dinero). Ninguno de estos conceptos existe en sí mismo, sino que son una invención; flotan en alguna parte, pero no tienen ninguna realidad, pero no obstante las sociedades humanas se basan en ellos. Todo lo que nos define como seres humanos y sociedades es una inmensa ficción, necesaria para su buen funcionamiento.

Dicho esto, está claro que necesitamos nuevas ficciones para continuar avanzando como comunidad. Es en este aspecto que hablaba de ficciones, de relatos colectivos, y es así que te leo (y de aquí surge la duda: ¿son relatos políticos o literarios? ¿Quién los forma y cómo?). Aquí resultaría muy complejo e incierto intentar detallar cómo se forman, y más bien podríamos plantearnos la pregunta de cuáles son los nuevos relatos que hay que construir.

Es por el desconocimiento de las nuevas líneas de fractura que somos incapaces de generar nuevos relatos. Eso es algo que me parece bastante claro en relación con el tema esencial de hoy: lo que Bruno Latour llama lo Terrestre en su magistral libro Où atterrir (2017). No sabemos cómo habitar en las nuevas modalidades de la Tierra, cómo reinventar nuestras pertenencias a los suelos, a los mares, al planeta, porque no sabemos cuál es el problema. Finalmente sí, ahora ya podemos ver más o menos cuál es el problema, pero ¿cómo resolverlo? Mediante nuevos relatos.

¿Cómo recuperar el mundo, habitarlo de otra manera, no sobre la base de la dominación, de la destrucción, sino de una danza, de una movilidad, de un conocimiento, de una interconexión? Yo no lo sé, desde luego, ni nadie lo sabe, pero en mi nueva novela me gustaría precisamente plantearme esta pregunta.

Yo soy como tú y no creo que la literatura pueda hacer gran cosa; un libro no cambia el mundo, o lo hace solo muy raras veces, y ciertamente no tiene ningún sentido esperarlo de los de uno mismo, sino que más bien creo que la literatura es un modo de conocimiento, de comprensión, de aprehensión sensible de las cosas para el que la escribe y, si funciona, también para el que la lee.

Lo que me preocupa en la escritura es, ante todo, el ritmo, la pulsación, el movimiento. Seguidamente, la forma narrativa, la estructura, así como los movimientos posibles. Pero, dado que pienso que una novela puede hacerlo todo, englobarlo todo e intentarlo todo a la vez, me digo que también podría pensar el mundo en su forma contemporánea; comprender su forma, sus cuestionamientos, sus problemáticas, y, dándoles forma, aportarles una realidad sensible que solo la ficción y el arte permiten crear. El periodismo es vital, pero solo el relato nos permite entrar realmente en las cosas. Entre «95 muertos en Siria» y un relato que nos haga entrar en esta masacre hay todo un mundo. El primero nos deja en el exterior, el otro no.

La literatura no puede hacer mucho, pero esto sí puede hacerlo.

Queda muy lejos, creo yo, de lo que en el siglo XX llamábamos la literatura comprometida, la cual, al producir obras parciales, orientadas a un objetivo y a una idea preestablecida, se equivocaba. La novela debe desatar fuerzas que después se enfrentarán libremente, sin que el autor sepa hacia dónde van a ir. Una vez más es el ritmo propio de una novela, su tonalidad subterránea lo que dictará el desarrollo de la intriga.

Volviendo a la política, la izquierda está estancada porque no tiene imaginación y no sabe dónde ni cómo crear nuevos relatos. El capitalismo es una máquina tan poderosa que ha absorbido a la izquierda y no ha dejado de ella más que migajas. La izquierda debería reinventarse alrededor de esta nueva línea de fractura: Tierra/no Tierra, universalidad/localismo. Y precisamente, en esta última dualidad, aprender a pensar los dos a la vez: lo microscópico de la tierra y el conjunto de todas las formas de vida, la geología al mismo tiempo que la economía; debe pensar con amplitud de miras y de manera conectada, y aprehender de nuevo todo el conjunto de lo terrestre.

Pero todo esto son grandes palabras y los políticos de izquierdas están muy lejos de estas consideraciones, atrapados entre una socialdemocracia de una rara insipidez y una extrema izquierda (como mínimo en Francia) incapaz de pensar este mundo moderno. Si siento aprecio por Podemos en España, por ejemplo, es porque no tienen miedo de afrontar esta realidad.

Y la línea de fractura es también el marxismo. Marx está siempre en boga, la sociedad se basa siempre en las relaciones de producción y de clase, pero históricamente ha quedado descalificado. Hay que olvidar a Marx y, al mismo tiempo, reinventarlo, lo que podría hacerse mediante la relación con la Tierra. Es por eso que la cuestión de los migrantes es central: encarnan esta relación de clase con la tierra. Algunos hombres se ven privados de tierra, mientras que otros la destruyen conscientemente. Algunos hombres tendrán pronto los pies en el agua, mientras que otros la sobrevuelan. A algunos se los llevarán las olas y las tormentas, mientras que otros se refugiarán en búnkeres. La línea de fractura está allí. Existe, es visible. Nos va a estallar en la cara. Y los países ricos, responsables de este desastre, cierran sus fronteras, porque tienen miedo. Saben que va a faltar agua, que van a faltar tierras, que va a faltar alimento, y que los que se vean privados de ellos vendrán a buscarlos donde sí hay, es decir, a su casa. Aún no es el caso, pero sienten que este momento se está acercando y cierran las fronteras, construyen muros, no dejan que la luz ilumine.

Si se atrincheran en su tierra es porque pronto se verán privados de ellas. Hay un temblor, en todas partes bajo nuestros pies, y la ola reaccionaria se explica, a mi modo de ver, por este sentimiento de miedo, de desorden, de peligro que sienten aquellos que aún tienen algo que perder.

Estas son, pues, las cuestiones políticas y literarias que me inquietan en este momento.

Me parece interesante intentar que esta contemporaneidad vuelva a incorporarse en la novela. La agita, la altera, la cuestiona, y todo eso es bueno, creo yo, para evitar que la novela se marchite. Pero tú quizás vas a decirme justo lo contrario, y me encantará escucharte.

Aparte de todo eso, Francia es campeona del mundo, ¡lo que me pone muy contento!

Un abrazo,

Hasta pronto, mi querido Hannes

Pierre

Querido Pierre,

Acabo de releer con placer tu carta, un texto que invita a la reflexión, lleno de dudas, aunque también profundamente optimista. Y no he podido evitar reírme, silenciosamente —en la Biblioteca Nacional, donde trabajo todos los días, uno debe regocijarse en silencio—, de que en nuestro diálogo, hasta el momento —o como mínimo así es como interpreto nuestras cartas al leerlas con una cierta perspectiva— yo haya asumido el papel del pesimista. El alemán pesimista en Berlín y el francés optimista en Barcelona. Esta imagen me ha divertido mucho, ya que en realidad yo me describiría más bien como optimista, así que rompamos estos moldes y ahí van algunas reflexiones positivas.

Ante todo, muy rápidamente, ya que así es como comencé mi primera carta, felicidades por el Mundial. Me he alegrado mucho con la victoria francesa, y también con tu espléndida foto en las redes sociales con un amigo: dos caras algo desenfocadas y con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Me encanta que un torneo algo duro y a menudo feo haya terminado de esta manera!

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Pero volvamos a nuestro diálogo o, mejor, vayamos directamente al meollo, que en tu última carta sitúo en la cuestión de la fuerza y la significación de los «relatos colectivos», que con frecuencia marcan de manera inconsciente la vida cotidiana de todos nosotros y determinan también la política. He reflexionado largo y tendido sobre lo que escribes: a saber, que la izquierda ha perdido su relato, que no tiene respuestas ante la evolución del mundo. Lo cierto es que la fuerza de la izquierda derivaba, en gran manera, de un relato orientado al futuro, a la voluntad de liberar a los obreros y los proletarios, de mejorar su educación y sus condiciones de vida, «¡hacia el sol, hacia la libertad!». La socialdemocracia alemana ha tenido siempre miedo a la utopía, especialmente si tenemos en cuenta los horrores del siglo xx; ha temido (y con razón) al comunismo, pero este temor ha tenido como consecuencia, ya desde un primer momento, un relato orientado al futuro que podía ser muy insustancial, falto de ambición, en el que se ha evitado siempre la palabra «socialista», usada por supuesto en otros países de Europa. Desde hace bastantes años, la socialdemocracia está en vía muerta, atrapada entre la tradición, la voluntad de renovación y la incapacidad de librarse, tanto en ideas como en lenguaje, del entorno neoliberal. El partido Die Linke parece indeciso, dividido entre los viejos tradicionalistas (querrían perdonárselo todo a la Rusia actual), los internacionalistas y los nacionalistas disfrazados de izquierdistas. ¿Y Los Verdes? No se atreven a pensar en grande, o quizá se hayan dado cuenta de lo doloroso que resulta pasar de ser un partido pequeño que defiende unos intereses concretos a ser un gran partido.

Aunque hacía muchos años que la situación económica no era tan floreciente (he leído que también en el sur de Europa se han superado en gran manera las consecuencias de la crisis de 2008. ¿Cómo lo ves tú, que vives allí?), y a pesar de que en Alemania se ha alcanzado un cierto grado de prosperidad, no está ni mucho menos garantizado que las cosas sigan mejorando, por lo que predomina el relato del miedo, que penetra más fácilmente, ya que nos dicen que se trata de conservar lo que ya se ha conseguido, de defender las posesiones de uno contra los demás, los que vienen de otros lugares. Un relato simple, casi simplista, si se piensa en la cantidad de veces que ya se ha usado, pero no deja de sorprenderme la constancia con la que va reapareciendo a intervalos regulares, como una botella llena (¡apliquemos esta imagen también a los políticos implicados!) que uno intenta en vano mantener bajo el agua.

Por tanto, la vuelta atrás como verdadera alternativa, tal como se conoce a esa infame unión de ultraconservadores y personas de extrema derecha a la que los sondeos dan actualmente una intención de voto cada vez más importante.

Y no hay que olvidar que en Alemania también hay muchas personas que no tienen acceso a la riqueza del país, que deben ir viviendo de pequeños trabajos para poder pagar sus facturas. La provisionalidad, la multiplicación de los freelance…, la rica Alemania también tiene todos estos problemas, aunque es evidente que afectan mucho más a otros países de Europa. Ahora que soy consciente de las diferencias salariales en el entorno de mi compañera en Barcelona —y no es que allí la vida sea menos cara, porque en Barcelona los alquileres también suben—, estoy realmente sorprendido de mi propia ingenuidad: el punto de vista del alemán centrado en sí mismo que a menudo no sabe gran cosa sobre las condiciones de vida en los demás países de Europa.

He aquí el pesimismo que vuelve. ¿Acaso la melancolía alemana se está imponiendo de nuevo? Confieso que no espero nada de los partidos alemanes, pero también veo que hay muchas personas que se oponen a ese relato del miedo y de vuelta atrás, personas que participan en las manifestaciones contra la Alternative für Deutschland (Alternativa para Alemania), que se comprometen diariamente, que realizan donaciones para el salvamento en el mar o que se lanzan ellas mismas al mar cuando la política europea fracasa; la sociedad civil se despierta, e incluso las iglesias se posicionan contra la agresividad de la extrema derecha. Todas esas son voces dispersas, cuya armonía quizás aún no podemos sentir, porque no persiguen un único objetivo; porque, de acuerdo con su concepción política, es evidente que dentro de una democracia encontraremos divergencias, ya que estas son las que la definen. Tengo la esperanza de que la masa de estas voces se amplifique, de que cuando sea necesario los sonidos dispares formarán un poderoso coro. Y ya se aprecian los primeros indicios de ello.

Será necesario —y volvemos a la izquierda, quizá también a los liberales y a los conservadores que luchan realmente por el mantenimiento de la democracia, de la democracia en sí misma, y no como medio para alcanzar un fin, o porque esté en consonancia con sus valores o parezca ofrecer el marco más seguro para el capitalismo global, sino como el mejor régimen posible (o, tal como decía Churchill, el peor a excepción de todos los demás)— para las personas de nuestro país, en este pequeño trozo de tierra que es Europa, que nos atrevamos a desarrollar un nuevo relato; nos veremos obligados a hacerlo cuando empiecen a faltar recursos, cuando la automatización progrese y el mundo laboral tal como lo conocemos actualmente deje de existir. Entonces necesitaremos personas con nuevas visiones e ideas, que sean capaces de pensar y formular nuevas maneras de vivir, nuevas formas de vida en comunidad. Tengo mis dudas sobre que la literatura pueda estar directamente implicada en ello, ya que este no puede ser su cometido, aunque sí es posible que algunos textos, poesías o novelas puedan contribuir a mantener viva esta imagen de la diversidad que tanto define a nuestra sociedad actual y que la enriquece. Podemos volver nuestra mirada hacia las sociedades actuales, pasadas y futuras, nuestros miedos, lo que constituye nuestra humanidad, pero también hasta más allá, y en concreto más allá de esas fronteras a las que quieren volver tantos reaccionarios. Podemos y debemos participar más activamente en el discurso social, más allá de nuestros textos, como voces políticas; podemos exigir precisión en el debate, una exactitud actualmente ausente en numerosos políticos cuando responden a los nacionalistas. La solución no puede estar en la imitación y la aplicación de una versión edulcorada de sus exigencias, sino que hay que estar en contra, pensar de otro modo, avanzar en lugar de retroceder. Debemos exigir este coraje, y quizás también podamos hablar de él. Estoy escribiendo una novela sobre un grupo de anarquistas en la Barcelona de los años setenta del siglo pasado, y aunque el anarquismo, tanto el sindical como el que se encuentra en el sur de Europa, me resulte extraño como pensamiento político y muchos de sus objetivos me parezcan poco realistas, me impresiona esa voluntad de crear algo realmente diferente, una verdadera alternativa, que caracterizaba a sus representantes, y en concreto la voluntad de un internacionalismo realmente sentido. También pienso que la izquierda, en su búsqueda del relato político, quizá debería superar a Marx, cuyos análisis sociales continúan siendo asombrosamente actuales, pero cuya visión política, en un mundo laboral en plena mutación, en el que el trabajo dejará de ocupar un lugar central dentro de nuestras vidas, es inoperante. Quizá la izquierda pueda volver sobre su propia evolución antes de Marx, quizá pueda encontrar la manera de avanzar mirando hacia su pasado. ¿O estoy equivocado y resulta que la debilidad de la izquierda no reside en su fijación en el pensamiento de Marx y las teorías derivadas de este, sino en su instalación dentro de un statu quo que hace imposible un verdadero cuestionamiento de la concepción neocapitalista de nuestra sociedad? Naturalmente, puedes decirme que hay movimientos como Podemos en España, pero también en él hay aún demasiado de Marx para mi gusto, demasiadas viejas soluciones a males nuevos o, como mínimo, diferentes. Parece necesario un nuevo punto de partida, sobre todo en Francia y Alemania, ese eje de Europa que en estos momentos late tan débilmente, y entonces la pregunta que se plantea es saber cómo se producirá este nuevo punto de partida. Mi esperanza es que nazca de esta multitud de voces que ya pueden oírse. Quizás un autor o un filósofo ya esté escribiendo el relato de una Europa unida, abierta, que va a entusiasmar a todo el mundo, o quizá deba ser un grupo de personas el que deba desarrollar este tipo de relato, algo que estaría más en consonancia con nuestra época.

Como ves, apreciado Pierre, el optimismo me ha llevado a los límites del pathos, lo que me lleva de nuevo a reír, porque el pathos, con su pompa wagneriana, es algo muy alemán. Es imposible cambiar. Pero, a pesar de ello, sé que cuando este viernes baje del avión en Barcelona me sentiré, como siempre, heimisch, como en casa. ¿Sabes qué es lo que deseo? Sentirme en casa en múltiples lugares, bajo diferentes techos y con gente de todos los orígenes; que todos los europeos, y no solo los estudiantes, se vayan a vivir durante un año a otro país. Es posible que esto hiciera cambiar mucho las cosas. Porque hay muchas cosas por cambiar, ¿no crees?

Un abrazo

Hannes

Querido Hannes,

Mil gracias por tu carta. Hay muchas cosas ahí que me hacen pensar. Primero, sí, existe un tipo de evidencia europea en el hecho de estar aquí, en Barcelona, un escritor alemán y un escritor francés convocados por una institución literaria berlinesa, hablando en francés, en alemán, en español, y sintiéndonos en casa aquí, en esta ciudad. Una evidencia para nosotros, una manera de vivir sin fronteras que está lejos de ser evidente para los que encuentran muros y fronteras por todos lados, y para los que quieren construir más. Nuestras conversaciones, que parecen también tan evidentes, sobre esa misma Europa en la que hemos crecido, este espacio que habitamos naturalmente, viviendo en una ciudad o en otra, viajando continuamente y hasta sin plantearnos la cuestión de una hipotética frontera, este espacio parecía problemático para algunos de los barceloneses que habían venido a nuestro encuentro, visiblemente muy decepcionados y enfadados con la actitud de la Unión Europea durante la crisis catalana del otoño de 2017.

Y todo esto está enlazado con la semántica, que subrayas con exactitud, de esta sublime palabra: Heimat. Como dices, no existe un equivalente de esta palabra en francés, ni en español, simplemente porque esa palabra es única, como la saudade portuguesa. Heimat se inscribe en un régimen de dulzura, de acogida, de una delicadeza poco común. Se sitúa muy lejos de la patria asfixiante y agresiva, sería más bien un tipo de «casa», de «hogar», o de «sentirse como en casa», expresiones que son bastante débiles y desequilibradas al lado de Heimat (y el maravilloso Heimweh que viene de él, ese mal no del país sino de su país, que me conmueve, y que siento a veces en ese mismo idioma, en alemán, porque solo se puede sentir en ese idioma, que es además el de mi madre, y entonces para mí encaja perfectamente con el mal du pays, que quizá siempre sea el de su propia madre).

Este Heimat marca tal vez el movimiento que deberíamos adoptar: deslizarse hacia esos lugares, quedarse si la coincidencia se produce, irse si no es el caso. Estar a la escucha del espíritu de los lugares, de su acogida o no, de nuestra capacidad para fundirnos en ellos.

Es lo que me ha pasado aquí en Barcelona: he encontrado mi Heimat, aún más quizás que en mi propia casa, mon «chez moi». Me siento mejor aquí que en cualquier otra parte, mejor que en Francia, en Austria o en Alemania, aunque en principio no tenga ningún vínculo especial con España. España es el lugar que elegí, el que me ha revelado a mí mismo, en donde el calor humano, el ardor y la ternura, la potencia y la hospitalidad me han acogido, emocionado, conquistado. Aquí estoy en casa. En esta ciudad constantemente en lucha con sus problemas identitarios, en tensión con el resto de España, que sabe quién es y no lo sabe, que es generosa y a veces encerrada en sí misma, pues esta ciudad me ha acogido con los brazos abiertos tal como lo ha hecho con miles de personas que han venido del mundo entero.

El problema de Cataluña es el mismo que el de Europa: pensamos que las cosas y los humanos circulan, pero no es para nada el caso. Somos (incluyo aquí a mi mujer Julieta, que vino de Argentina hace 15 años, así como a todos los miles de personas llegadas de los cinco continentes) los decepcionados de la Unión Europea, en la que creíamos y creemos todavía, que supuestamente iba a encarnar una tierra de acogida, de cultura, de impulso político, un marco estimulante en el que moverse e imaginar el futuro, una tierra de paz y de utopía, y que está a punto de volverse todo lo contrario. Sin embargo, nuestra tarea quizá sea de superar esta decepción y de pedir más Europa, más utopía, más paz, frente a todos esos horrorosos euroescépticos.

Qué pueden hacer la literatura y el arte ante todo esto, te preguntas en tu carta. Creo que pueden hacer mucho, porque se sitúan donde tienen que estar. Pueden cambiar el relato sobre Europa, su imaginario, la manera que tenemos de pensarla, de imaginarla, de concebirla. Los hombres funcionan con la ficción: todo lo es. El derecho, la libertad, los principios fundamentales de una sociedad son todos ficciones, y los grandes desafíos que afrontamos necesitan grandes relatos para poder cambiar de dirección: el cambio climático, las migraciones, el hipercapitalismo, los repliegues nacionalistas, todos esos desafíos, peligros o debates necesitan cambios de narraciones para ser escritos y pensados de otra manera. Creo que la literatura puede pensar todo esto, puede pensar nuestra relación con la Tierra, que hay que reinventar totalmente, y que la utopía nace de los relatos, pues si dejamos todo esto a los políticos estamos perdidos.

Hablas de la izquierda, que justamente sufre una absoluta falta de relatos. Ya no tiene ficciones hacia las que avanzar, ya no existen ni los «momentos estelares» ni los impulsos narrativos, así que no avanza. La derecha sí que construye relatos: la «gran invasión», el terreno cedido, la odiada globalización, todo eso son motores ficcionales fuertes, aunque sin duda equivocados.

También la izquierda debe construir relatos. Su principal desafío es de invertir los tonos, los registros. Ya no tenemos que usar el léxico del miedo, de la resignación, del peligro cuando hablamos de las migraciones, del cambio climático, de la globalización, sino afrontar los desafíos, impulsarnos en un movimiento común. La relación con la Tierra (sobre la que trabajo ahora) sufre mucho por ese problema semántico, tanto como de una falta evidente de imaginación, que está por construir. ¿Por qué hemos tardado tanto en reaccionar? ¿Por qué no logramos actuar? Porque no podemos imaginar lo que está pasando. Porque no lo vemos. El ser humano es así, tiene que visualizar las cosas antes de entrar en acción.

Querido Hannes, me he ido por otros derroteros, pero imagino que a eso nos llevan las conversaciones.

Es hermoso que este programa de Allons Enfants nos lleve a reflexionar juntos sobre todo esto tras unos estupendos días en Barcelona, y los que vendrán quizás en Berlín. Imaginar esos territorios comunes, geográficos y literarios, esos espacios ficcionales y reales en los que nos gustaría vivir y de los que las contingencias políticas nos alejan a menudo.

Quedo a la espera de tu respuesta, querido amigo

Pierre

En el tren hacia Berlín, poco antes de llegar a Frankfurt,

Querido Pierre,

Acabo de ver el partido Francia-Australia (¡Felicitaciones! Aunque espero que Francia lo haga mejor durante el torneo). Es la Copa del Mundo, y parece que todo lo demás queda en segundo plano. Pero están ocurriendo tantas cosas en el mundo, en la política, en la literatura que mi mirada a este espectáculo, a esta puesta en escena de gran entendimiento entre los pueblos, claramente es más turbia de lo habitual. Hace ya más de un mes que estuvimos en Barcelona para explorar la ciudad juntos, una exploración bastante diferente, en nuestro caso particular, a la de la mayoría de los viajes de Allons enfants.

Tú vives en Barcelona desde hace ya unos años, y como mi pareja es también de allí, en esta ciudad es, aparte de Berlín, en la que he pasado más tiempo en los últimos ocho años. Es, creo, algo así como una segunda Heimat para nosotros. ¿O quizás es para ti incluso la primera? Es divertido que aparezca esta palabra, esta extraña palabra, Heimat, que no tiene equivalente en muchos idiomas. Me pregunto cuál sería la palabra francesa que se acercaría más, porque no es realmente patria. ¿Tierra nativa, quizá? Lo bonito de esta palabra alemana es que no se reduce a un lugar de nacimiento, a un país, ya que puede ser un lugar donde uno siente que ha encontrado su sitio, pero también un grupo de gente, o incluso una sola persona. Al menos es así como yo entiendo esta palabra. Du bist meine Heimat, eres mi hogar. Una frase muy bonita.

Es también una palabra muy presente en Alemania hoy, en esta guerra de las palabras en la cual vivimos. Alemania tiene ahora un Heimatminister, título totalmente ridículo a primera vista pero que dice mucho de la manera en que nuestro idioma está dominado por los discursos de derecha desde hace ya unos meses. Este ministro y otras figuras importantes de su partido (old white men, of course!) acaban de expulsar de Alemania a varios grupos de refugiados, aunque –todos los expertos en derecho constitucional parecen estar de acuerdo sobre este punto– eso vaya en contra del derecho europeo y de la Carta Europea de los Derechos Humanos. Al parecer hace tiempo que ciertos círculos del mundo político alemán ya no se preocupan de Europa ni del derecho europeo. La Heimat está por encima de todo, y solo les interesa un único pueblo, el propio.

Volk, otra de esas palabras. Hemos hablado juntos de ese concepto, que corre de boca en boca en Barcelona estos días, y que determina la política. El poble català, que quizá no sea un concepto problemático en sí, aunque debo decir que siempre siento cierto malestar cuando se habla de deutsches Volk (pueblo alemán) y de los pueblos de manera general, como si fuesen algo definido, estático. El diccionario online de lengua alemana me dice que el concepto viene del alto alemán folc, que se refería al ejército antes de significar «mucho» a partir del siglo VIII. Es extraño ese abanico de significados, que va de la agresividad a la insignificancia. Hablaba hace poco con un amigo vasco que se sentía muy molesto con el nuevo uso, casi biológico, de la palabra pueblo, uso peligroso, como si el pueblo fuese una entidad que hubiese crecido naturalmente, como un árbol o una pierna, y no un constructo que designará a cierto grupo de personas, basado por supuesto en ciertas realidades, algunas líneas históricas de conexión, pero al final siempre es un constructo.

Al leer tu novela, L’invention des corps, ya suponía ciertas similitudes entre nuestras maneras de pensar la pertenencia a tal o tal grupo, nuestras maneras de ver esos grupos, cerrados o en movimiento, especialmente a sus márgenes. Europa, ese concepto que no sabemos con qué llenar hoy día, que ya no consigue estimular el verbo y la energía de los políticos  –al menos en mi país–, es para mí el lugar, la idea en la que me gustaría sentirme heimisch, como en casa; o mejor dicho, directamente me siento en casa. Y por todos lados esas voces que expresan su hostilidad por todo lo que Europa representa a sus ojos: apertura, liberalidad, solidaridad con los que vienen a pedir ayuda a sus fronteras. Europa como construcción política está bien lejos de esa última idea, eso lo sabíamos desde la creación de Frontex en 2004, pero ahora ya está perfectamente claro.

Lo que falta es una verdadera política de izquierdas, algo de lo que hablamos en Barcelona. La debilidad de las izquierdas clásicas, su casi desaparición en Francia. Y en Alemania una fragmentación que viene de lejos, que es constante, pero cuyos hitos fueron en 1918 y más tarde en 1933, cuando el principal enemigo era la otra izquierda y no el Partido Nazi, y naturalmente la división de Alemania. Por no hablar de incumplimientos, silencios, conflictos internos… Hasta el punto de que un candidato a la Cancillería, al que se consideraba un entusiasta y convencido europeísta, se acabó desinflando como un globo al que se ha olvidado hacerle el nudo.

Envidio a Francia, cuyo presidente (no importa lo que opinemos de él) lucha por Europa y al parecer ve claramente lo mismo de lo que yo estoy convencido: sin reformas de fondo, sin una nueva estructura, sin una unión política más profunda esa Europa se va a derrumbar, quizá no en cinco años ni en diez, pero pronto. Partir del principio de que la unión económica llevaría lógica y naturalmente a la unión política resultó ser uno de los errores de apreciación más graves de la posguerra.

También un cambio, quizás un nuevo comienzo con los pocos Estados que todavía están dispuestos a intentarlo. Pero Alemania, esa nueva Alemania, cuyo discurso político se sitúa cada vez más a la derecha, se aparta. Evita todas las concesiones, es renuente a la «europeización», que podría ser entendida como una acción contra su propio Volk. Seguramente por cobardía, pero también quizá porque ha crecido la convicción de que hay que pensar primero en sí mismo.

¿Y nosotros? Hemos pasado unos días juntos en Barcelona, intercambiando puntos de vista en francés, en español, en alemán. Hemos hablado con autores catalanes, con periodistas, con artistas. El distanciamiento, la ruptura que asoma por el horizonte parecía impensable en aquellos días, parecía tener poco que ver con nuestras vidas, tan marcadas por esos países, por esas ciudades (Barcelona, Berlín, Lyon, París, Toulouse) y por la gente que vive en ellas. ¿Querrá decir esto que nuestras vidas no tienen nada que ver con la realidad de la mayoría de la gente? ¿Acaso somos ingenuos? ¿O es que las vociferaciones de la derecha hacen que la política se haya apartado la vida de la mayoría de los ciudadanos? Pero esa vida, a diferencia de lo que esa derecha nos quiere hacer creer, no es ni nacional, ni identitaria, sino que muy al contrario se basa en intercambios cotidianos, abiertos y libres. Y si es así: ¿en qué momento nuestro lenguaje nacionalista, que pone el Volk en primer plano, empezó a influir tanto en la realidad hasta modelarla?

Y sobre todo ¿qué podemos hacer nosotros, autores, desde nuestra mesa, en nuestros círculos de amistades que comparten la misma visión que nosotros? ¿Escribir libros europeos? ¿No es acaso lo que hacemos desde hace tiempo? A veces tengo la esperanza de que el péndulo vaya hacia el otro extremo, que esa fase de blacklash va a ser solamente eso, una fase, y que los que compartimos las mismas ideas, los que estamos a favor de una Europa fuerte, acabaremos imponiéndonos a partir de la unidad y la determinación. Porque una parte de mí no puede imaginar otra cosa. La otra parte observa la evolución política con un temor creciente. ¡Ojalá tú puedas infundirle a esta última parte ánimo y esperanza!

Un fuerte abrazo.

Cher Pierre,

Je viens de relire ta lettre, dont je sais qu’elle sera pour l’instant la dernière de notre correspondance, en me réjouissant une nouvelle fois de cet heureux hasard qui nous a fait nous rencontrer à Barcelone en mai. Tu parles d’un roman de la Terre, de la planète, d’un roman ambitionnant d’englober la planète entière, sans répéter les poussiéreux schémas de narration du XIXème siècle, un roman qui voudrait être total, qui entreprend d’épuiser cette formidable forme bâtarde de la littérature dans sa totalité – quel projet, quelle prise de risque ! Qui suscite chez moi autant d’enthousiasme que de stupeur, pour être honnête. Tu dis, en parlant du processus d’écriture, que tout est « en bordel » – j’imagine parfaitement ! Et j’ai déjà envie de lire ton roman.

Je ne m’étonne pas que tu cites comme références Bolaño et Foster Wallace, ces deux formidables mégalomanes du début du XXIème siècle. J’ai été un peu surpris que tu leur associes De Lillo, mais c’est sans doute parce que je ne connais pas assez bien son œuvre. De mon côté, je viens de finir le roman d’un auteur qui, je le sais, est un ami à toi : Boussole, de Mathias Énard. Un texte qui m’a enthousiasmé, mais davantage en tant qu’essai. Car le narrateur me semble trop tourné vers le passé, un certain passé, ce qui rend la narration un peu surannée. Voilà exactement le problème dont tu parles dans ta lettre : que le récit s’apparente trop à ceux du XIXème siècle. Je me demande si la lecture que j’en ai fait a quelque chose à voir avec la traduction. Nous en parlerons sûrement le 11 décembre à Berlin – je me réjouis de cette rencontre au LCB !

Tu me demandes qui j’ajouterais à ce cercle des auteurs exerçant leur influence sur le XXIème siècle.  Je « me penche loin par la fenêtre » comme on dit en allemand (je me réjouis déjà de la traduction en français de cette expression), en prenant le risque de te répondre : Siri Hustvedt. C’est un choix très personnel, parce que son roman What I loved m’a fait forte impression à l’époque et m’a beaucoup influencé, mais que je suis toujours en mesure de justifier aujourd’hui : il y a trop peu de femmes dans les listes de grands écrivains, et celle que j’ajoute ici est toujours perçue dans l’ombre de son célèbre mari, alors même qu’à mes yeux, cela fait bien longtemps qu’elle l’a dépassé, tant sur le plan du roman que de l’essai. Une auteure qui traite dans son dernier roman The Blazing World de la question du genre, du rôle de la femme et surtout de l’identité, question qui m’intéresse inlassablement, de manière impressionnante, une auteure qui, dans son dernier essai, The Delusions of Certainty, se penche sur la question de la conscience, de la formation de notre moi, de la liberté de nos pensées et de nos actes, du rapport entre le corps et l’esprit. C’est un thème central dans mon nouveau roman, car en contrepoint des anarchistes dont je t’ai parlé, ce groupe qui considère la liberté individuelle comme le bien le plus précieux, il y a dans mon roman des personnages qui sont plutôt à rapprocher d’un déterminisme moderne tel que le définit Sam Harris. Des gens qui, comme moi, et comme Hustvedt si je la lis correctement, se définissent comme athées et rationalistes mais, au-delà de ça, conviennent, au vu des recherches menées en neurologie, que l’idée de liberté individuelle n’est qu’une illusion. Mon regard est tourné vers l’intérieur, vers cette question, notre cerveau, notre corps. Mais j’essaie de contrebalancer cela par une certaine ampleur, celle de l’Europe me concernant, qui peut bien sûr aussi être synonyme d’étroitesse.

Si mon regard est actuellement fixé sur notre continent, c’est parce que j’y trouve la plupart des lieux et des gens que j’associe au mot Heimat, que j’ai évoqué dans ma première lettre. Et mon idée d’une Europe-Heimat, d’un continent ouvert, libre, s’est éloignée à un point que je n’aurais pu imaginer il y a encore quelques années. Les nationalistes, parfaitement connectés au niveau européen – ironie du sort du monde d’aujourd’hui – n’attendent qu’une chose, démanteler définitivement ce continent. Dans les années qui viennent, il va s’agir de défendre la société ouverte, il va s’agir de mener des luttes, celle de la langue tout d’abord, qui est le fondement de notre civilisation, et à travers elle la lutte pour les esprits, les rues, les villes, les places, les frontières – enfin contre elles. Cette lutte des mots est déjà engagée et, je m’en réjouis, rassemble de plus en plus d’auteur.e.s ami.e.s. Les romans sont toujours de grands projets et de grands questionnements, mais aussi un moyen de s’engager et d’élever la voix contre ceux qui veulent détruire notre vivre ensemble. C’est une lutte mondiale, comme nous le montrent les États-Unis, comme le montre également le cas du Brésil. Je suis donc curieux de lire ton regard sur l’Asie, sur le globe. Qui sait, peut-être réussirons-nous à défendre une Europe libre, ou plutôt à la recréer à partir des fragments qui la composent, peut-être me sentirai-je alors suffisamment libre pour élargir mon regard au monde. Enfin : tu sais qu’un roman ne se planifie guère. On ne peut jamais savoir quel sujet nous guette, quelles histoires, quels récits, quelles thèses vont se condenser et revêtir l’urgence qui nous pousse à sortir dans le monde et à tendre l’oreille, mais aussi à nous asseoir à notre bureau pour en parler. La seule certitude que j’ai, c’est que je n’arrêterai pas tant que cet esprit à la fois libre et aliéné sera entier dans mon corps, et même si nous n’avons passé que quelques jours ensemble, et ne nous connaissons en dehors de cela qu’à travers nos lettres (ou pour cette raison justement ?), je suis sûr qu’il en va de même pour toi.

Aux romans futurs, donc, à ce lien entre nous qui, j’en suis sûr, ne cessera pas avec la fin d’Allons Enfants, à notre amitié ! À toutes ces petites voix, tous ces petits changements, toutes ces petites et grandes questions et visions du monde dans nos textes à venir ! Et surtout : à nos retrouvailles la semaine prochaine à Berlin, et à toutes les retrouvailles futures à Barcelone !

Je t’embrasse

Hannes

Lieber Pierre,

gerade habe ich Deinen Brief, von dem ich weiß, dass er vorerst der letzte in unserer Serie sein wird, erneut gelesen und wieder habe ich mich gefreut, über den glücklichen Zufall, der uns im Mai zu einem Kennenlernen nach Barcelona gespült hat. Von einem Roman der Erde schreibst du, des Planeten, von einem Roman, der sich traut die gesamte Welt zu umspannen, ohne dabei die alten, staubigen Erzählstrukturen und -Muster des 19. Jahrhunderts wiederholen zu wollen, einem Roman, der alles sein möchte, der sich daran macht, diese wundervolle Bastardform der Literatur in ihrer Gänze auszuschöpfen – was für ein Vorhaben, was für ein großes Wagnis! Begeisterung und Erschrecken zugleich, wenn ich ehrlich bin. En bordel, im Chaos, wie du über den Entstehungsprozess schreibst – ich kann es mir gut vorstellen! Und ich habe jetzt schon Lust zu lesen.

Kein Wunder, dass du Bolaño und Foster Wallace als Referenzpunkte nennst, diese großartig Größenwahnsinnigen des beginnenden 21. Jahrhunderts. De Lillo persönlich hat mich in diesem Zusammenhang etwas überrascht, aber das mag mit meiner geringen Kenntnis seines Werks zu tun haben. Ich selber habe gerade den Roman eines Autors zu Ende gelesen, mit dem Du, wie ich weiß, gut befreundet bist: „Kompass“, von Mathias Énard. Ein Text, der mich einerseits begeistert hat, das aber mehr als Essay denn als Roman. Ein Text mit einem Erzähler, der mir zu zurückgewendet erscheint und in dieser Zurückgewandtheit, die natürlich eine sehr gezielt gesetzte ist, auch das Erzählen ein wenig altertümlich macht. Genau jenes Problem, das Du in Deinem Brief angesprochen hast: Ein Erzählen, das mir zu sehr aus dem 19. Jahrhundert zu stammen scheint. Und ich fragte mich, ob diese Lektüre auch der Übersetzung geschuldet ist. Das ist etwas, das wir sicher am 11. Dezember in Berlin besprechen werden – ich freue mich schon sehr auf unser Treffen im LCB!

Wen ich hinzufügen würde, fragst Du, in diesen Kreis der Autoren, die das 21. Jahrhundert mitbestimmen? Ich lehne mich weit aus dem Fenster (eine Phrase, auf deren Übersetzung ins Französische ich mich schon freue), und sage: Siri Hustvedt. Eine sehr persönliche Wahl, weil ihr Roman „What I loved“ mich einmal sehr beeindruckt und beeinflusst hat, aber auch eine Wahl, die ich heute noch gut begründen kann: Frauen fehlen in Listen wichtiger Schriftsteller sowieso viel zu oft, in diesem Fall füge ich eine hinzu, die in ihrer Wahrnehmung immer noch im Schatten ihres berühmten Mannes steht, obwohl sie ihn, in meinen Augen, sowohl als Prosaistin als auch als Essayistin längst überflügelt hat. Eine Autorin, die in ihrem letzten Roman „The Blazing World“ die Frage nach Geschlecht, nach der Rolle der Frau und vor allem nach der Identität, ein Thema, das mich immer noch und immer wieder interessiert, auf beeindruckende Weise verhandelt hat, eine Autorin, die sich in ihrem letzten Langessay „The Delusions of Certainty“ mit der Frage nach dem Bewusstsein, nach der Entstehung unseres Ichs und der Freiheit unserer Gedanken und Handlungen auseinandersetzt, nach dem Verhältnis von Geist und Körper. Dieses Thema ist auch für mich ein zentrales in meinem neuen Roman, denn als Gegenentwurf zu den Anarchisten, von denen ich dir bereits berichtet habe, jener Gruppe, die die individuelle Freiheit als höchstes Gut betrachteten, gibt es auch solche Figuren im Roman, die sich einem modernen Determinismus à la Sam Harris verschrieben haben. Menschen also, die sich, wie auch ich, wie auch Hustvedt, wenn ich sie richtig lese, durchaus als Atheisten und Rationalisten verstehen, aber darüber eben hinaus gehen und aus den Erkenntnissen der Hirnforschung schließen, dass die Idee unser aller individueller Freiheit nur eine Illusion ist. Mein Blick geht also sehr nach innen, in dieser Frage, in unser Gehirn, in unseren Körper. Aber ich versuche die Weite dagegenzusetzen, die Weite Europas in meinem Fall, die natürlich auch eine Enge sein kann.

Aber dennoch merke ich, dass mein Blick gerade sehr auf diesen unseren Kontinent gerichtet ist, weil ich hier die meisten Orte und Menschen finde, die ich mit jenem Wort Heimat verknüpfen kann, das ich bereits in meinem ersten Brief erwähnt habe. Und meine Idee von einer Heimat Europa, einem freien, offenen Kontinent, ist in eine Ferne gerückt, die ich mir so nicht vorstellen konnte vor wenigen Jahren. Die Nationalisten, europäisch bestens vernetzt, auch das ein Treppenwitz der aktuellen Entwicklung, warten nur darauf, diesen Kontinent wieder endgültig auseinanderzutreiben. Es wird in den nächsten Jahren darum gehen, die offene Gesellschaft zu verteidigen, es wird darum gehen, Kämpfe zu kämpfen, um die Sprache zuallererst, denn sie ist die Keimzelle all unserer Zivilisation, durch sie um die Köpfe, um die Straßen, die Städte, die Plätze, um die Grenzen beziehungsweise gegen sie. Ein Kampf der Worte, der schon längst in vollem Gange ist, ein Kampf der Worte den, und darüber freue ich mich sehr, immer mehr befreundete Autorinnen und Autoren aufgenommen haben. Romane weiterhin als große Entwürfe und große Fragestellungen, aber dazu Engagement und Lautstärke gegen diejenigen, die unser Zusammenleben zerbrechen wollen. Es ist ein globaler Kampf, das zeigen die USA, das zeigt auch gerade der Fall Brasilien. Insofern bin ich auf deinen Blick auf Asien, auf den Globus gespannt. Und wer weiß – vielleicht gelingt es uns ein freies Europa zu verteidigen, oder vielmehr neu zu schaffen aus dem unvollständig Bestehenden, vielleicht fühle ich mich dann frei genug, um wieder weit in die Welt zu schauen. Und überhaupt: Romane und Pläne. Nie kann man wissen, welches Thema lauert, welche Geschichten, Erzählungen, Thesen sich verdichten zu einer Dringlichkeit, die uns dazu treibt in die Welt hinauszugehen und zu horchen und gleichzeitig an den Schreibtisch zu streben, um darüber zu schreiben. Dass ich damit nicht aufhören werde, solange ich diesen freiheitlich-unfreien Geist in meinem Körper beisammen habe, ist das einzige, das sicher ist, und auch wenn wir uns nur wenige Tage gesehen haben und sonst nur durch Briefe kennen (oder gerade deshalb?), bin ich sicher, dass es dir nicht anders geht.

Auf zukünftige Romane also, auf unseren zukünftigen Kontakt, der auch nach dem Ende von Allons Enfants!, da bin ich sicher, nicht abreißen wird, auf unsere Freundschaft! Auf viele kleine Stimmen, auf viele kleine Veränderungen, viele kleine und große Fragen und Weltentwürfe in den nächsten Texten! Und vor allem: Auf unser Treffen nächste Woche in Berlin, auf die kommenden Treffen in Barcelona!

Je t’embrasse

Hannes

Το νερό από τους Δελφούς

Στο αεροδρόμιο επιβάλλεται να ανοίγουν τις τσάντες, μήπως υπάρχει μέσα κάποιο υγρό -some liquid?- Πραγματικά υπάρχει ένα γυάλινο μπουκαλάκι, ένα δώρο, με μία γουλιά νερό από την πηγή της αλήθειας των Δελφών μέσα. Αυτό είναι το νερό από τους Δελφούς, λέει η μία από μας με ένοχο ύφος. Ο υπάλληλος μας ρίχνει μια ματιά και λέει, “Νερό από τους Δελφούς;”, κανένα πρόβλημα, είναι πάρα πολύ λίγο, εντελώς άνευ σημασίας, αυτό.

Η Άννα Μαρκουλιδάκι μετέφρασε τα κείμενα στα Ελληνικά.