En el tren hacia Berlín, poco antes de llegar a Frankfurt,
Querido Pierre,
Acabo de ver el partido Francia-Australia (¡Felicitaciones! Aunque espero que Francia lo haga mejor durante el torneo). Es la Copa del Mundo, y parece que todo lo demás queda en segundo plano. Pero están ocurriendo tantas cosas en el mundo, en la política, en la literatura que mi mirada a este espectáculo, a esta puesta en escena de gran entendimiento entre los pueblos, claramente es más turbia de lo habitual. Hace ya más de un mes que estuvimos en Barcelona para explorar la ciudad juntos, una exploración bastante diferente, en nuestro caso particular, a la de la mayoría de los viajes de Allons enfants.
Tú vives en Barcelona desde hace ya unos años, y como mi pareja es también de allí, en esta ciudad es, aparte de Berlín, en la que he pasado más tiempo en los últimos ocho años. Es, creo, algo así como una segunda Heimat para nosotros. ¿O quizás es para ti incluso la primera? Es divertido que aparezca esta palabra, esta extraña palabra, Heimat, que no tiene equivalente en muchos idiomas. Me pregunto cuál sería la palabra francesa que se acercaría más, porque no es realmente patria. ¿Tierra nativa, quizá? Lo bonito de esta palabra alemana es que no se reduce a un lugar de nacimiento, a un país, ya que puede ser un lugar donde uno siente que ha encontrado su sitio, pero también un grupo de gente, o incluso una sola persona. Al menos es así como yo entiendo esta palabra. Du bist meine Heimat, eres mi hogar. Una frase muy bonita.
Es también una palabra muy presente en Alemania hoy, en esta guerra de las palabras en la cual vivimos. Alemania tiene ahora un Heimatminister, título totalmente ridículo a primera vista pero que dice mucho de la manera en que nuestro idioma está dominado por los discursos de derecha desde hace ya unos meses. Este ministro y otras figuras importantes de su partido (old white men, of course!) acaban de expulsar de Alemania a varios grupos de refugiados, aunque –todos los expertos en derecho constitucional parecen estar de acuerdo sobre este punto– eso vaya en contra del derecho europeo y de la Carta Europea de los Derechos Humanos. Al parecer hace tiempo que ciertos círculos del mundo político alemán ya no se preocupan de Europa ni del derecho europeo. La Heimat está por encima de todo, y solo les interesa un único pueblo, el propio.
Volk, otra de esas palabras. Hemos hablado juntos de ese concepto, que corre de boca en boca en Barcelona estos días, y que determina la política. El poble català, que quizá no sea un concepto problemático en sí, aunque debo decir que siempre siento cierto malestar cuando se habla de deutsches Volk (pueblo alemán) y de los pueblos de manera general, como si fuesen algo definido, estático. El diccionario online de lengua alemana me dice que el concepto viene del alto alemán folc, que se refería al ejército antes de significar «mucho» a partir del siglo VIII. Es extraño ese abanico de significados, que va de la agresividad a la insignificancia. Hablaba hace poco con un amigo vasco que se sentía muy molesto con el nuevo uso, casi biológico, de la palabra pueblo, uso peligroso, como si el pueblo fuese una entidad que hubiese crecido naturalmente, como un árbol o una pierna, y no un constructo que designará a cierto grupo de personas, basado por supuesto en ciertas realidades, algunas líneas históricas de conexión, pero al final siempre es un constructo.
Al leer tu novela, L’invention des corps, ya suponía ciertas similitudes entre nuestras maneras de pensar la pertenencia a tal o tal grupo, nuestras maneras de ver esos grupos, cerrados o en movimiento, especialmente a sus márgenes. Europa, ese concepto que no sabemos con qué llenar hoy día, que ya no consigue estimular el verbo y la energía de los políticos –al menos en mi país–, es para mí el lugar, la idea en la que me gustaría sentirme heimisch, como en casa; o mejor dicho, directamente me siento en casa. Y por todos lados esas voces que expresan su hostilidad por todo lo que Europa representa a sus ojos: apertura, liberalidad, solidaridad con los que vienen a pedir ayuda a sus fronteras. Europa como construcción política está bien lejos de esa última idea, eso lo sabíamos desde la creación de Frontex en 2004, pero ahora ya está perfectamente claro.
Lo que falta es una verdadera política de izquierdas, algo de lo que hablamos en Barcelona. La debilidad de las izquierdas clásicas, su casi desaparición en Francia. Y en Alemania una fragmentación que viene de lejos, que es constante, pero cuyos hitos fueron en 1918 y más tarde en 1933, cuando el principal enemigo era la otra izquierda y no el Partido Nazi, y naturalmente la división de Alemania. Por no hablar de incumplimientos, silencios, conflictos internos… Hasta el punto de que un candidato a la Cancillería, al que se consideraba un entusiasta y convencido europeísta, se acabó desinflando como un globo al que se ha olvidado hacerle el nudo.
Envidio a Francia, cuyo presidente (no importa lo que opinemos de él) lucha por Europa y al parecer ve claramente lo mismo de lo que yo estoy convencido: sin reformas de fondo, sin una nueva estructura, sin una unión política más profunda esa Europa se va a derrumbar, quizá no en cinco años ni en diez, pero pronto. Partir del principio de que la unión económica llevaría lógica y naturalmente a la unión política resultó ser uno de los errores de apreciación más graves de la posguerra.
También un cambio, quizás un nuevo comienzo con los pocos Estados que todavía están dispuestos a intentarlo. Pero Alemania, esa nueva Alemania, cuyo discurso político se sitúa cada vez más a la derecha, se aparta. Evita todas las concesiones, es renuente a la «europeización», que podría ser entendida como una acción contra su propio Volk. Seguramente por cobardía, pero también quizá porque ha crecido la convicción de que hay que pensar primero en sí mismo.
¿Y nosotros? Hemos pasado unos días juntos en Barcelona, intercambiando puntos de vista en francés, en español, en alemán. Hemos hablado con autores catalanes, con periodistas, con artistas. El distanciamiento, la ruptura que asoma por el horizonte parecía impensable en aquellos días, parecía tener poco que ver con nuestras vidas, tan marcadas por esos países, por esas ciudades (Barcelona, Berlín, Lyon, París, Toulouse) y por la gente que vive en ellas. ¿Querrá decir esto que nuestras vidas no tienen nada que ver con la realidad de la mayoría de la gente? ¿Acaso somos ingenuos? ¿O es que las vociferaciones de la derecha hacen que la política se haya apartado la vida de la mayoría de los ciudadanos? Pero esa vida, a diferencia de lo que esa derecha nos quiere hacer creer, no es ni nacional, ni identitaria, sino que muy al contrario se basa en intercambios cotidianos, abiertos y libres. Y si es así: ¿en qué momento nuestro lenguaje nacionalista, que pone el Volk en primer plano, empezó a influir tanto en la realidad hasta modelarla?
Y sobre todo ¿qué podemos hacer nosotros, autores, desde nuestra mesa, en nuestros círculos de amistades que comparten la misma visión que nosotros? ¿Escribir libros europeos? ¿No es acaso lo que hacemos desde hace tiempo? A veces tengo la esperanza de que el péndulo vaya hacia el otro extremo, que esa fase de blacklash va a ser solamente eso, una fase, y que los que compartimos las mismas ideas, los que estamos a favor de una Europa fuerte, acabaremos imponiéndonos a partir de la unidad y la determinación. Porque una parte de mí no puede imaginar otra cosa. La otra parte observa la evolución política con un temor creciente. ¡Ojalá tú puedas infundirle a esta última parte ánimo y esperanza!
Un fuerte abrazo.
Dans l’ICE pour Berlin, juste avant Francfort
Cher Pierre,
Je viens de regarder le match France-Australie (félicitations ! Et j’espère que la France va encore mieux jouer au fil du tournoi…), c’est la Coupe du monde, tout le reste semble relégué au second plan. Pourtant, il se passe tant de choses dans le monde, en politique, en littérature, que mon regard sur ce spectacle, cette mise en scène d’une grande entente entre les peuples, est encore plus troublé qu’à l’ordinaire. Il y a déjà plus d’un mois que nous nous sommes retrouvés à Barcelone pour explorer la ville ensemble ; une exploration, dans notre cas, bien différente de la plupart des autres voyages qui ont lieu dans le cadre d’Allons Enfants.
Tu vis à Barcelone depuis plusieurs années déjà, et comme ma compagne est originaire de cette ville, elle est, en dehors de Berlin, celle où j’ai sans doute passé le plus d’heures depuis huit ans. C’est une sorte de seconde Heimat pour nous, je suppose – peut-être même la première pour toi ? Voilà qu’apparaît ce mot, cet étrange mot allemand de Heimat, apparemment sans équivalent dans de nombreuses langues ; je me demande quel mot français s’en rapproche le plus, ce n’est pas vraiment patrie. Terre natale, peut-être ? Ce qui est beau dans le mot allemand Heimat, c’est qu’il ne se réduit pas à un lieu de naissance, à un pays, ça peut être un endroit où on sent qu’on a trouvé sa place, mais aussi un groupe de gens, ou même une seule personne. Du moins, c’est ainsi que je comprends ce mot. Du bist meine Heimat, tu es ma Heimat. Une bien belle phrase.
Mais c’est également un mot très présent aujourd’hui en Allemagne, dans ce combat des mots que nous menons actuellement. L’Allemagne a désormais un Heimatminister, titre éminemment ridicule au premier abord, mais qui en dit long sur la manière dont notre langue est dominée par les discours de droite depuis quelques mois. Ce Heimatminister et d’autres figures importantes de son parti (old white men, of course!), viennent donc de décider de refouler les groupes de réfugiés à la frontière, même si – tous les experts en droit constitutionnel semblent d’accord sur ce point – cela contrevient au droit européen, et à la charte européenne des droits de l’Homme. Mais il semble que cela fait longtemps qu’on ne se préoccupe plus de l’Europe ni du droit européen dans certains cercles du monde politique allemand. La Heimat passe avant tout, et un seul Volk, peuple, le sien.
Volk, encore un de ces mots. Nous avons évoqué ensemble ce concept qui est également dans toutes les bouches en ce moment à Barcelone, qui détermine la politique. El poble català, qui n’est peut-être pas un concept problématique en soi, même si, je dois l’avouer, je ressens toujours un certain malaise lorsqu’on parle de deutsches Volk, de peuple allemand, et de peuples d’une manière générale comme s’il s’agissait de quelque chose de défini, de figé. Le dictionnaire numérique de la langue allemande m’apprend que ce concept vient de l’ancien allemand folc, qui désignait l’« armée », avant de simplement signifier « beaucoup » à partir du VIIIème siècle. Étrange éventail sémantique, entre insignifiance et agressivité. Je parlais récemment avec un copain basque qui me disait combien il était agacé et trouvait dangereux que le concept soit de nouveau utilisé dans son sens biologique, comme si le Volk était une entité ayant grandi naturellement, comme un arbre, une jambe, et non une construction destinée à désigner un certain groupe de gens, qui repose évidemment sur certaines réalités, certaines lignes historiques, mais qui n’est finalement toujours qu’une élaboration.
En lisant ton roman, L’Invention des Corps je supposais déjà une certaine parenté dans notre manière de penser la question de l’appartenance à tels ou tels groupes, notre manière de voir ces groupes, fermés ou mouvants, en particulier à leurs marges. L’Europe, ce concept apparemment difficile à remplir ces jours-ci, qui ne parvient plus à stimuler l’éloquence et l’énergie des politiques, dans mon pays du moins, est pour moi le lieu, la chose, la pensée dans laquelle je voudrais me sentir heimisch, chez moi, ou plutôt non, dans laquelle je me sens chez moi. Et partout ces voix qui expriment leur aversion pour ce que l’Europe représente à leurs yeux : ouverture, libéralité, solidarité avec ceux qui viennent demander de l’aide à ses frontières. L’Europe en tant que construction politique est bien loin de cette dernière idée, nous le savons depuis Frontex, mais depuis un moment, nous en avons la démonstration particulièrement claire.
Ce qui manque dans tout cela, c’est une vraie politique de gauche, nous l’avons évoqué aussi, la défaillance des gauches classiques, leur quasi-dissolution en France. Et en Allemagne : un morcellement ancien, constant, aux origines antérieures mais qui a connu un premier point culminant en 1918, puis en 1933, lorsque le principal ennemi était l’autre gauche, et non le NSDAP, puis la division de l’Allemagne. Ici donc : défaillance, silence aussi, conflits internes, si bien que le candidat à la Chancellerie que je tenais pour un Européen convaincu, énergique, a fini par se dégonfler comme un ballon qu’on lâche en ayant oublié de faire un nœud.
J’envie la France, dont le président (peu importe ce que l’on pense de lui par ailleurs) se bat pour l’Europe, et semble voir clairement ce dont je suis moi-même convaincu aujourd’hui : sans des réformes de fond, sans une nouvelle structure, une union politique plus profonde, cette Europe va s’effondrer, peut-être pas dans cinq ans, ni dans dix, mais bientôt. Partir du principe que l’union économique mènerait logiquement à l’union politique s’avère être l’une des plus graves erreurs d’appréciation de l’après-guerre.
Un changement, donc, un nouveau départ, peut-être, avec les quelques États qui restent, qui sont encore prêts à essayer. Mais l’Allemagne, cette nouvelle Allemagne, dont le discours politique est de plus en plus à droite, se détourne, tourne le dos. Elle évite toute concession, toute européanisation qui pourrait être comprise comme une action contre son propre Volk. Par lâcheté sans doute, mais peut-être aussi parce que la conviction qu’il faut d’abord penser à soi a vraiment gagné du terrain.
Et nous ? Nous avons passé quelques jours ensemble à Barcelone, échangeant en français, en espagnol, en allemand, nous avons discuté avec des auteur.e.s catalan.e.s, des journalistes, des artistes. La séparation, la rupture qui se profile à l’horizon semblait alors impensable, tellement loin de nos vies, qui sont si imprégnées de ces pays, de ces villes – Barcelone, Berlin, Lyon, Paris, Toulouse – et des gens qui y vivent. Est-ce que cela veut dire que nos vies n’ont rien à voir avec la réalité de la majorité des gens ? Sommes-nous naïfs ? Ou est-ce que les vociférations de la droite expliquent que la politique s’est éloignée de ce qui constitue la vie de la majorité de ses citoyens, sauf que cette vie, contrairement à ce que cette droite veut nous faire croire, n’est pas nationale, identitaire, mais au contraire basée sur les échanges quotidiens, ouverte, libre ? Et si c’est le cas : quand cette langue nationaliste, qui met le Volk au premier plan, aura-t-elle influencé notre réalité au point que celle-ci s’y adaptera ?
Et surtout : que pouvons-nous faire, nous autres auteur.e.s, à notre bureau, dans les cercles de gens qui ont les mêmes opinions que nous ? Écrire des livres européens ? Ne le faisons-nous pas depuis longtemps ? Parfois, j’ai l’espoir que le pendule va repartir dans l’autre direction, que cette phase de backlash ne sera bel et bien qu’une phase, et que ceux qui voient avant tout nos points communs, qui sont pour une Europe forte, finiront par s’imposer, unis et déterminés. Car une partie de moi ne peut pas imaginer autre chose. L’autre observe l’évolution politique avec une appréhension croissante. Peut-être pourras-tu – je l’espère – lui redonner courage !
ICE nach Berlin, kurz vor Frankfurt
Lieber Pierre,
gerade habe ich die Partie Frankreich gegen Australien geschaut (Glückwunsch! Und ich hoffe, Frankreich wird noch besser im Laufe des Turniers …), es ist Weltmeisterschaft, alles andere scheint in den Hintergrund zu rücken. Und trotzdem passieren so viele Dinge in der Welt, in der Politik, der Literatur, dass mein Blick auf dieses Spektakel, das sich ja immer als eine große Völkerverständigung inszeniert, deutlich stärker getrübt ist als gewöhnlich. Über einen Monat ist es jetzt her, dass wir in Barcelona waren, um die Stadt gemeinsam zu erkunden, wobei dieses Erkunden natürlich ein ganz anderes war, als in vielen anderen Fällen von Allons Enfants.
Du lebst in Barcelona, seit Jahren schon, und da meine Freundin auch von dort kommt, ist es die Stadt außerhalb Berlins, in der ich in den letzten acht Jahren vermutlich die meisten Stunden verbracht habe. Es ist für uns beide eine Art zweite Heimat, vermute ich – oder für Dich vielleicht sogar die erste? Und da taucht dieses Wort auf, dieses sonderbar deutsche Heimat, für das es in vielen Sprachen offenbar keine Entsprechung gibt, ich überlege, was ihm im Französischen am nächsten kommt, patrie ist es nicht, terre natale vielleicht? Wobei am deutschen Heimat ja eigentlich schön ist, dass es per se nicht mit dem Geburtstort, nicht einem Land identisch sein muss, es kann ein Platz sein, an dem man sich angekommen fühlt, aber auch ein Gruppe Menschen, ein einzelner Mensch. Zumindest in meinem Verständnis. Du bist meine Heimat. Ein schöner Satz.
Aber ein Wort eben auch, dass in Deutschland, in diesem Kampf der Wörter, in dem wir uns gerade befinden, sehr im Mittelpunkt steht. Einen Heimatminister hat Deutschland jetzt, ein Titel, der so albern wirkt auf den ersten Blick, und doch so viel aussagt darüber, wie unsere Sprache in den letzten Monaten von den Rechten dominiert wird, wie sie es schaffen den Diskurs in ihre Richtung zu rücken. Dieser Heimatminister und andere Spitzen seiner Partei (old white men, of course!), haben nun also beschlossen, dass man Geflüchtete in Gruppen an der Deutschen Außengrenze abweisen soll, obwohl man damit, da scheinen alle Verfassungsexperten einig, gegen europäisches Recht verstoßen würde, gegen die europäische Charta der Menschenrechte. Aber, so scheint es, Europa und europäisches Recht ist längst nichts mehr, um das man sich kümmert in bestimmten Kreisen der deutschen Politik. Die Heimat steht über allem, das eine, eigene Volk.
Und überhaupt: Volk. Wir haben uns unterhalten über diesen Begriff, der ja auch in Barcelona momentan in aller Munde ist, der die Politik bestimmt. El poble català, vielleicht an sich noch kein problematischer Begriff, auch wenn ich gestehen muss, dass mir immer unwohl ist, wenn jemand vom deutschen Volk spricht, von Völkern allgemein, als etwas Gesetztes, festes. Im Digitalen Wörterbuch der Deutschen Sprache lese ich, der Begriff entstamme dem Altdeutschen folc, was Kriegsschar bedeute, später im 8. Jahrhundert aber nur ‚viele‘ bezeichnete. Ein sonderbares Bedeutungsspektrum, zwischen großer Harmlosigkeit und größter Aggressivität. Neulich erst unterhielt ich mich mit einem baskischen Bekannten, der mir sagte, wie sehr es ihn ärgere und als wie gefährlich er einschätze, dass der Begriff wieder biologisch verwendet werde, so, als sei Volk etwas natürlich gewachsenes wie ein Baum, wie ein Bein, und nicht ein künstliches Konstrukt, um eine gewisse Gruppe Menschen zu bezeichnen, ein Konstrukt, das natürlich auf bestimmten Gegebenheiten beruht, auf historischen Verbindungslinien, aber am Ende doch immer eine Setzung ist.
Beim Lesen deines Romans L’Invention des Corps hatte ich bereits vermutet, dass wir eine gewisse Verwandtschaft haben in unserem Denken, was die Frage nach den Zugehörigkeiten zu dieser oder jener Gruppe angeht, die Frage danach, wie fest oder weich wir diese Gruppen sehen oder sehen wollen, besonders deren Ränder. Europa, dieses Wort, das offenbar so viel schwieriger zu füllen ist, das so viel weniger Verve und Energie freisetzt bei den Politikern, zumindest in meinem Land, ist für mich der Ort, das Gebilde, der Gedanke, in dem ich mich gerne heimisch fühlen möchte, oder nein: in dem ich mich heimisch fühle. Und überall diese Stimmen, die ihre Abneigung aussprechen für das, wofür Europa in ihren Augen steht: Offenheit, Liberalität, auch Solidarität mit jenen, die an seine Grenzen kommen und Hilfe brauchen. Dass Europa als politisches Konstrukt selbst von letzterer Idee weit entfernt ist, wissen wir schon seit Frontex, aber trotzdem wird es uns in diesen Tagen noch einmal deutlich vor Augen geführt.
Und was in all dem fehlt: Linke Politik, auch darüber haben wir uns unterhalten, über die Schwäche der klassischen Linken, in Frankreich beinahe ihre Auflösung. Und in Deutschland: die ständige, uralte Zersplitterung, begründet schon früher, aber doch erstmals kulminiert 1918, später 1933, als der Hauptfeind die jeweils andere Linke war, nicht die NSDAP, natürlich die deutsche Teilung. Hier also: Schwäche, Stille auch, innere Konflikte, sodass selbst ein Kanzlerkandidat, den ich für einen energischen und überzeugten Europäer hielt, am Ende wie ein Luftballon abschmierte, den man losließ ohne ihn zugeknotet zu haben.
Immerhin, darum beneide ich Frankreich, gibt es dort einen Präsidenten (was auch immer man sonst von ihm halten mag), der für Europa kämpft, der in aller Klarheit zu sehen scheint, wovon auch ich mittlerweile überzeugt bin: Ohne ganz grundlegende Reformen, ohne eine neue Struktur, eine tiefere politische Union, wird dieses Europa zerbrechen, vielleicht nicht in fünf, vielleicht nicht in zehn Jahren, aber doch bald. Dieser Glaube, aus der wirtschaftlichen werde die politische Union fast folgerichtig erwachsen, erweist sich als eine der gravierendsten Fehleinschätzungen der Nachkriegsgeschichte.
Ein Wandel also, ein Neustart vielleicht, mit jenen wenigen Staaten, die noch geblieben sind, die noch bereits dazu sind. Aber Deutschland, dieses neue, in seinen politischen Diskursen so weit nach rechts gerückte Deutschland, wendet sich ab, dreht den Rücken zu. Jede Konzession, jede Europäisierung, die als eine Handlung gegen das eigene Volk verstanden werden könnte, wird vermieden. Vielleicht ist das Feigheit, vielleicht ist aber längst die Überzeugung gewachsen, dass sich am Ende vielleicht doch wieder jeder selbst der nächste ist.
Und wir? Saßen zusammen in Barcelona, tauschten uns aus, auf Französisch, Spanisch, Deutsch, diskutierten mit katalanischen Autorinnen, mit Journalistinnen, Künstlerinnen und Künstlern. Und die Trennung, der Bruch, der am Horizont heraufzieht, schien in diesen Tagen undenkbar, weil er so wenig mit unserem Leben zu tun hatte, das so sehr geprägt ist von all diesen Ländern, von all diesen Städten – Barcelona, Berlin, Lyon, Paris, Toulouse – und von den Ländern, von den Menschen darin. Heißt das im Umkehrschluss, dass unser Leben also so wenig mit der Realität der Mehrheit der Menschen zu tun hat? Sind wir zu blauäugig gewesen? Oder hat das laute Schreien der Rechten dazu geführt, dass sich die Politik so weit von all dem entfernt hat, was eigentlich das Leben der Mehrheit seiner Bürger ist, nur das dieses Leben, nicht wie die Rechten glauben machen, eigentlich nationaler ist, identitärer, sondern ganz im Gegenteil: offener, freier, viel mehr auf dem täglichen Austausch basiert. Und wenn es so sein sollte: wann wird die nationalisierte, die vervölkischte Sprache unsere Realität soweit beeinflusst haben, dass sie sich ihr anpasst?
Und vor allem: was können wir tun, wir Schriftsteller, in unseren Kämmerlein, in unseren Gruppen von Gleichgesinnten? Europäische Bücher schreiben? Oder schreiben wir diese Bücher nicht schon längst? Manchmal habe ich Hoffnung, dass das Pendel wieder in die andere Richtung ausschlagen wird, dass diese Phase des Backlash eben nur das bleibt, eine Phase, an deren Ende sich diejenigen, die für die Gemeinsamkeit einstehen, für ein starkes Europa, geeint und mit aller Kraft und Überzeugung durchsetzen werden. Denn ein Teil von mir, kann sich gar nichts anderes vorstellen. Der andere Teil aber beobachtet die politische Entwicklung und ihm wird zunehmend Angst und Bange. Vielleicht aber, so die Hoffnung, kannst du ihm Mut machen!
Es umarmt Dich, Dein Hannes