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Barcelona

Pierre Ducrozet y Hannes Köhler han viajado a Barcelona en mayo de 2018.
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  • En el tren hacia Berlín, poco antes de llegar a Frankfurt,

    Querido Pierre,

    Acabo de ver el partido Francia-Australia (¡Felicitaciones! Aunque espero que Francia lo haga mejor durante el torneo). Es la Copa del Mundo, y parece que todo lo demás queda en segundo plano. Pero están ocurriendo tantas cosas en el mundo, en la política, en la literatura que mi mirada a este espectáculo, a esta puesta en escena de gran entendimiento entre los pueblos, claramente es más turbia de lo habitual. Hace ya más de un mes que estuvimos en Barcelona para explorar la ciudad juntos, una exploración bastante diferente, en nuestro caso particular, a la de la mayoría de los viajes de Allons enfants.

    Tú vives en Barcelona desde hace ya unos años, y como mi pareja es también de allí, en esta ciudad es, aparte de Berlín, en la que he pasado más tiempo en los últimos ocho años. Es, creo, algo así como una segunda Heimat para nosotros. ¿O quizás es para ti incluso la primera? Es divertido que aparezca esta palabra, esta extraña palabra, Heimat, que no tiene equivalente en muchos idiomas. Me pregunto cuál sería la palabra francesa que se acercaría más, porque no es realmente patria. ¿Tierra nativa, quizá? Lo bonito de esta palabra alemana es que no se reduce a un lugar de nacimiento, a un país, ya que puede ser un lugar donde uno siente que ha encontrado su sitio, pero también un grupo de gente, o incluso una sola persona. Al menos es así como yo entiendo esta palabra. Du bist meine Heimat, eres mi hogar. Una frase muy bonita.

    Es también una palabra muy presente en Alemania hoy, en esta guerra de las palabras en la cual vivimos. Alemania tiene ahora un Heimatminister, título totalmente ridículo a primera vista pero que dice mucho de la manera en que nuestro idioma está dominado por los discursos de derecha desde hace ya unos meses. Este ministro y otras figuras importantes de su partido (old white men, of course!) acaban de expulsar de Alemania a varios grupos de refugiados, aunque –todos los expertos en derecho constitucional parecen estar de acuerdo sobre este punto– eso vaya en contra del derecho europeo y de la Carta Europea de los Derechos Humanos. Al parecer hace tiempo que ciertos círculos del mundo político alemán ya no se preocupan de Europa ni del derecho europeo. La Heimat está por encima de todo, y solo les interesa un único pueblo, el propio.

    Volk, otra de esas palabras. Hemos hablado juntos de ese concepto, que corre de boca en boca en Barcelona estos días, y que determina la política. El poble català, que quizá no sea un concepto problemático en sí, aunque debo decir que siempre siento cierto malestar cuando se habla de deutsches Volk (pueblo alemán) y de los pueblos de manera general, como si fuesen algo definido, estático. El diccionario online de lengua alemana me dice que el concepto viene del alto alemán folc, que se refería al ejército antes de significar «mucho» a partir del siglo VIII. Es extraño ese abanico de significados, que va de la agresividad a la insignificancia. Hablaba hace poco con un amigo vasco que se sentía muy molesto con el nuevo uso, casi biológico, de la palabra pueblo, uso peligroso, como si el pueblo fuese una entidad que hubiese crecido naturalmente, como un árbol o una pierna, y no un constructo que designará a cierto grupo de personas, basado por supuesto en ciertas realidades, algunas líneas históricas de conexión, pero al final siempre es un constructo.

    Al leer tu novela, L’invention des corps, ya suponía ciertas similitudes entre nuestras maneras de pensar la pertenencia a tal o tal grupo, nuestras maneras de ver esos grupos, cerrados o en movimiento, especialmente a sus márgenes. Europa, ese concepto que no sabemos con qué llenar hoy día, que ya no consigue estimular el verbo y la energía de los políticos  –al menos en mi país–, es para mí el lugar, la idea en la que me gustaría sentirme heimisch, como en casa; o mejor dicho, directamente me siento en casa. Y por todos lados esas voces que expresan su hostilidad por todo lo que Europa representa a sus ojos: apertura, liberalidad, solidaridad con los que vienen a pedir ayuda a sus fronteras. Europa como construcción política está bien lejos de esa última idea, eso lo sabíamos desde la creación de Frontex en 2004, pero ahora ya está perfectamente claro.

    Lo que falta es una verdadera política de izquierdas, algo de lo que hablamos en Barcelona. La debilidad de las izquierdas clásicas, su casi desaparición en Francia. Y en Alemania una fragmentación que viene de lejos, que es constante, pero cuyos hitos fueron en 1918 y más tarde en 1933, cuando el principal enemigo era la otra izquierda y no el Partido Nazi, y naturalmente la división de Alemania. Por no hablar de incumplimientos, silencios, conflictos internos… Hasta el punto de que un candidato a la Cancillería, al que se consideraba un entusiasta y convencido europeísta, se acabó desinflando como un globo al que se ha olvidado hacerle el nudo.

    Envidio a Francia, cuyo presidente (no importa lo que opinemos de él) lucha por Europa y al parecer ve claramente lo mismo de lo que yo estoy convencido: sin reformas de fondo, sin una nueva estructura, sin una unión política más profunda esa Europa se va a derrumbar, quizá no en cinco años ni en diez, pero pronto. Partir del principio de que la unión económica llevaría lógica y naturalmente a la unión política resultó ser uno de los errores de apreciación más graves de la posguerra.

    También un cambio, quizás un nuevo comienzo con los pocos Estados que todavía están dispuestos a intentarlo. Pero Alemania, esa nueva Alemania, cuyo discurso político se sitúa cada vez más a la derecha, se aparta. Evita todas las concesiones, es renuente a la «europeización», que podría ser entendida como una acción contra su propio Volk. Seguramente por cobardía, pero también quizá porque ha crecido la convicción de que hay que pensar primero en sí mismo.

    ¿Y nosotros? Hemos pasado unos días juntos en Barcelona, intercambiando puntos de vista en francés, en español, en alemán. Hemos hablado con autores catalanes, con periodistas, con artistas. El distanciamiento, la ruptura que asoma por el horizonte parecía impensable en aquellos días, parecía tener poco que ver con nuestras vidas, tan marcadas por esos países, por esas ciudades (Barcelona, Berlín, Lyon, París, Toulouse) y por la gente que vive en ellas. ¿Querrá decir esto que nuestras vidas no tienen nada que ver con la realidad de la mayoría de la gente? ¿Acaso somos ingenuos? ¿O es que las vociferaciones de la derecha hacen que la política se haya apartado la vida de la mayoría de los ciudadanos? Pero esa vida, a diferencia de lo que esa derecha nos quiere hacer creer, no es ni nacional, ni identitaria, sino que muy al contrario se basa en intercambios cotidianos, abiertos y libres. Y si es así: ¿en qué momento nuestro lenguaje nacionalista, que pone el Volk en primer plano, empezó a influir tanto en la realidad hasta modelarla?

    Y sobre todo ¿qué podemos hacer nosotros, autores, desde nuestra mesa, en nuestros círculos de amistades que comparten la misma visión que nosotros? ¿Escribir libros europeos? ¿No es acaso lo que hacemos desde hace tiempo? A veces tengo la esperanza de que el péndulo vaya hacia el otro extremo, que esa fase de blacklash va a ser solamente eso, una fase, y que los que compartimos las mismas ideas, los que estamos a favor de una Europa fuerte, acabaremos imponiéndonos a partir de la unidad y la determinación. Porque una parte de mí no puede imaginar otra cosa. La otra parte observa la evolución política con un temor creciente. ¡Ojalá tú puedas infundirle a esta última parte ánimo y esperanza!

    Un fuerte abrazo.

    Dans l’ICE pour Berlin, juste avant Francfort

    Cher Pierre,

    Je viens de regarder le match France-Australie (félicitations ! Et j’espère que la France va encore mieux jouer au fil du tournoi…), c’est la Coupe du monde, tout le reste semble relégué au second plan. Pourtant, il se passe tant de choses dans le monde, en politique, en littérature, que mon regard sur ce spectacle, cette mise en scène d’une grande entente entre les peuples, est encore plus troublé qu’à l’ordinaire. Il y a déjà plus d’un mois que nous nous sommes retrouvés à Barcelone pour explorer la ville ensemble ; une exploration, dans notre cas, bien différente de la plupart des autres voyages qui ont lieu dans le cadre d’Allons Enfants.

    Tu vis à Barcelone depuis plusieurs années déjà, et comme ma compagne est originaire de cette ville, elle est, en dehors de Berlin, celle où j’ai sans doute passé le plus d’heures depuis huit ans. C’est une sorte de seconde Heimat pour nous, je suppose – peut-être même la première pour toi ? Voilà qu’apparaît ce mot, cet étrange mot allemand de Heimat, apparemment sans équivalent dans de nombreuses langues ; je me demande quel mot français s’en rapproche le plus, ce n’est pas vraiment patrie. Terre natale, peut-être ? Ce qui est beau dans le mot allemand Heimat, c’est qu’il ne se réduit pas à un lieu de naissance, à un pays, ça peut être un endroit où on sent qu’on a trouvé sa place, mais aussi un groupe de gens, ou même une seule personne. Du moins, c’est ainsi que je comprends ce mot. Du bist meine Heimat, tu es ma Heimat. Une bien belle phrase.

    Mais c’est également un mot très présent aujourd’hui en Allemagne, dans ce combat des mots que nous menons actuellement. L’Allemagne a désormais un Heimatminister, titre éminemment ridicule au premier abord, mais qui en dit long sur la manière dont notre langue est dominée par les discours de droite depuis quelques mois. Ce Heimatminister et d’autres figures importantes de son parti (old white men, of course!), viennent donc de décider de refouler les groupes de réfugiés à la frontière, même si – tous les experts en droit constitutionnel semblent d’accord sur ce point – cela contrevient au droit européen, et à la charte européenne des droits de l’Homme. Mais il semble que cela fait longtemps qu’on ne se préoccupe plus de l’Europe ni du droit européen dans certains cercles du monde politique allemand. La Heimat passe avant tout, et un seul Volk, peuple, le sien.

    Volk, encore un de ces mots. Nous avons évoqué ensemble ce concept qui est également dans toutes les bouches en ce moment à Barcelone, qui détermine la politique. El poble català, qui n’est peut-être pas un concept problématique en soi, même si, je dois l’avouer, je ressens toujours un certain malaise lorsqu’on parle de deutsches Volk, de peuple allemand, et de peuples d’une manière générale comme s’il s’agissait de quelque chose de défini, de figé. Le dictionnaire numérique de la langue allemande m’apprend que ce concept vient de l’ancien allemand folc, qui désignait l’« armée », avant de simplement signifier « beaucoup » à partir du VIIIème siècle. Étrange éventail sémantique, entre insignifiance et agressivité. Je parlais récemment avec un copain basque qui me disait combien il était agacé et trouvait dangereux que le concept soit de nouveau utilisé dans son sens biologique, comme si le Volk était une entité ayant grandi naturellement, comme un arbre, une jambe, et non une construction destinée à désigner un certain groupe de gens, qui repose évidemment sur certaines réalités, certaines lignes historiques, mais qui n’est finalement toujours qu’une élaboration.

    En lisant ton roman, L’Invention des Corps je supposais déjà une certaine parenté dans notre manière de penser la question de l’appartenance à tels ou tels groupes, notre manière de voir ces groupes, fermés ou mouvants, en particulier à leurs marges. L’Europe, ce concept apparemment difficile à remplir ces jours-ci, qui ne parvient plus à stimuler l’éloquence et l’énergie des politiques, dans mon pays du moins, est pour moi le lieu, la chose, la pensée dans laquelle je voudrais me sentir heimisch, chez moi, ou plutôt non, dans laquelle je me sens chez moi. Et partout ces voix qui expriment leur aversion pour ce que l’Europe représente à leurs yeux : ouverture, libéralité, solidarité avec ceux qui viennent demander de l’aide à ses frontières. L’Europe en tant que construction politique est bien loin de cette dernière idée, nous le savons depuis Frontex, mais depuis un moment, nous en avons la démonstration particulièrement claire.

    Ce qui manque dans tout cela, c’est une vraie politique de gauche, nous l’avons évoqué aussi, la défaillance des gauches classiques, leur quasi-dissolution en France. Et en Allemagne : un morcellement ancien, constant, aux origines antérieures mais qui a connu un premier point culminant en 1918, puis en 1933, lorsque le principal ennemi était l’autre gauche, et non le NSDAP, puis la division de l’Allemagne. Ici donc : défaillance, silence aussi, conflits internes, si bien que le candidat à la Chancellerie que je tenais pour un Européen convaincu, énergique, a fini par se dégonfler comme un ballon qu’on lâche en ayant oublié de faire un nœud.

    J’envie la France, dont le président (peu importe ce que l’on pense de lui par ailleurs) se bat pour l’Europe, et semble voir clairement ce dont je suis moi-même convaincu aujourd’hui : sans des réformes de fond, sans une nouvelle structure, une union politique plus profonde, cette Europe va s’effondrer, peut-être pas dans cinq ans, ni dans dix, mais bientôt. Partir du principe que l’union économique mènerait logiquement à l’union politique s’avère être l’une des plus graves erreurs d’appréciation de l’après-guerre.

    Un changement, donc, un nouveau départ, peut-être, avec les quelques États qui restent, qui sont encore prêts à essayer. Mais l’Allemagne, cette nouvelle Allemagne, dont le discours politique est de plus en plus à droite, se détourne, tourne le dos. Elle évite toute concession, toute européanisation qui pourrait être comprise comme une action contre son propre Volk.  Par lâcheté sans doute, mais peut-être aussi parce que la conviction qu’il faut d’abord penser à soi a vraiment gagné du terrain.

    Et nous ? Nous avons passé quelques jours ensemble à Barcelone, échangeant en français, en espagnol, en allemand, nous avons discuté avec des auteur.e.s catalan.e.s, des journalistes, des artistes. La séparation, la rupture qui se profile à l’horizon semblait alors impensable, tellement loin de nos vies, qui sont si imprégnées de ces pays, de ces villes – Barcelone, Berlin, Lyon, Paris, Toulouse – et des gens qui y vivent. Est-ce que cela veut dire que nos vies n’ont rien à voir avec la réalité de la majorité des gens ? Sommes-nous naïfs ? Ou est-ce que les vociférations de la droite expliquent que la politique s’est éloignée de ce qui constitue la vie de la majorité de ses citoyens, sauf que cette vie, contrairement à ce que cette droite veut nous faire croire, n’est pas nationale, identitaire, mais au contraire basée sur les échanges quotidiens, ouverte, libre ? Et si c’est le cas : quand cette langue nationaliste, qui met le Volk au premier plan, aura-t-elle influencé notre réalité au point que celle-ci s’y adaptera ?

    Et surtout : que pouvons-nous faire, nous autres auteur.e.s, à notre bureau, dans les cercles de gens qui ont les mêmes opinions que nous ? Écrire des livres européens ? Ne le faisons-nous pas depuis longtemps ? Parfois, j’ai l’espoir que le pendule va repartir dans l’autre direction, que cette phase de backlash ne sera bel et bien qu’une phase, et que ceux qui voient avant tout  nos points communs, qui sont pour une Europe forte, finiront par s’imposer, unis et déterminés. Car une partie de moi ne peut pas imaginer autre chose. L’autre observe l’évolution politique avec une appréhension croissante. Peut-être pourras-tu – je l’espère – lui redonner courage !

    ICE nach Berlin, kurz vor Frankfurt

    Lieber Pierre,

    gerade habe ich die Partie Frankreich gegen Australien geschaut (Glückwunsch! Und ich hoffe, Frankreich wird noch besser im Laufe des Turniers …), es ist Weltmeisterschaft, alles andere scheint in den Hintergrund zu rücken. Und trotzdem passieren so viele Dinge in der Welt, in der Politik, der Literatur, dass mein Blick auf dieses Spektakel, das sich ja immer als eine große Völkerverständigung inszeniert, deutlich stärker getrübt ist als gewöhnlich. Über einen Monat ist es jetzt her, dass wir in Barcelona waren, um die Stadt gemeinsam zu erkunden, wobei dieses Erkunden natürlich ein ganz anderes war, als in vielen anderen Fällen von Allons Enfants.

    Du lebst in Barcelona, seit Jahren schon, und da meine Freundin auch von dort kommt, ist es die Stadt außerhalb Berlins, in der ich in den letzten acht Jahren vermutlich die meisten Stunden verbracht habe. Es ist für uns beide eine Art zweite Heimat, vermute ich – oder für Dich vielleicht sogar die erste? Und da taucht dieses Wort auf, dieses sonderbar deutsche Heimat, für das es in vielen Sprachen offenbar keine Entsprechung gibt, ich überlege, was ihm im Französischen am nächsten kommt, patrie ist es nicht, terre natale vielleicht? Wobei am deutschen Heimat ja eigentlich schön ist, dass es per se nicht mit dem Geburtstort, nicht einem Land identisch sein muss, es kann ein Platz sein, an dem man sich angekommen fühlt, aber auch ein Gruppe Menschen, ein einzelner Mensch. Zumindest in meinem Verständnis. Du bist meine Heimat. Ein schöner Satz.

    Aber ein Wort eben auch, dass in Deutschland, in diesem Kampf der Wörter, in dem wir uns gerade befinden, sehr im Mittelpunkt steht. Einen Heimatminister hat Deutschland jetzt, ein Titel, der so albern wirkt auf den ersten Blick, und doch so viel aussagt darüber, wie unsere Sprache in den letzten Monaten von den Rechten dominiert wird, wie sie es schaffen den Diskurs in ihre Richtung zu rücken. Dieser Heimatminister und andere Spitzen seiner Partei (old white men, of course!), haben nun also beschlossen, dass man Geflüchtete in Gruppen an der Deutschen Außengrenze abweisen soll, obwohl man damit, da scheinen alle Verfassungsexperten einig, gegen europäisches Recht verstoßen würde, gegen die europäische Charta der Menschenrechte. Aber, so scheint es, Europa und europäisches Recht ist längst nichts mehr, um das man sich kümmert in bestimmten Kreisen der deutschen Politik. Die Heimat steht über allem, das eine, eigene Volk.

    Und überhaupt: Volk. Wir haben uns unterhalten über diesen Begriff, der ja auch in Barcelona momentan in aller Munde ist, der die Politik bestimmt. El poble català, vielleicht an sich noch kein problematischer Begriff, auch wenn ich gestehen muss, dass mir immer unwohl ist, wenn jemand vom deutschen Volk spricht, von Völkern allgemein, als etwas Gesetztes, festes. Im Digitalen Wörterbuch der Deutschen Sprache lese ich, der Begriff entstamme dem Altdeutschen folc, was Kriegsschar bedeute, später im 8. Jahrhundert aber nur ‚viele‘ bezeichnete. Ein sonderbares Bedeutungsspektrum, zwischen großer Harmlosigkeit und größter Aggressivität. Neulich erst unterhielt ich mich mit einem baskischen Bekannten, der mir sagte, wie sehr es ihn ärgere und als wie gefährlich er einschätze, dass der Begriff wieder biologisch verwendet werde, so, als sei Volk etwas natürlich gewachsenes wie ein Baum, wie ein Bein, und nicht ein künstliches Konstrukt, um eine gewisse Gruppe Menschen zu bezeichnen, ein Konstrukt, das natürlich auf bestimmten Gegebenheiten beruht, auf historischen Verbindungslinien, aber am Ende doch immer eine Setzung ist.

    Beim Lesen deines Romans L’Invention des Corps hatte ich bereits vermutet, dass wir eine gewisse Verwandtschaft haben in unserem Denken, was die Frage nach den Zugehörigkeiten zu dieser oder jener Gruppe angeht, die Frage danach, wie fest oder weich wir diese Gruppen sehen oder sehen wollen, besonders deren Ränder. Europa, dieses Wort, das offenbar so viel schwieriger zu füllen ist, das so viel weniger Verve und Energie freisetzt bei den Politikern, zumindest in meinem Land, ist für mich der Ort, das Gebilde, der Gedanke, in dem ich mich gerne heimisch fühlen möchte, oder nein: in dem ich mich heimisch fühle. Und überall diese Stimmen, die ihre Abneigung aussprechen für das, wofür Europa in ihren Augen steht: Offenheit, Liberalität, auch Solidarität mit jenen, die an seine Grenzen kommen und Hilfe brauchen. Dass Europa als politisches Konstrukt selbst von letzterer Idee weit entfernt ist, wissen wir schon seit Frontex, aber trotzdem wird es uns in diesen Tagen noch einmal deutlich vor Augen geführt.

    Und was in all dem fehlt: Linke Politik, auch darüber haben wir uns unterhalten, über die Schwäche der klassischen Linken, in Frankreich beinahe ihre Auflösung. Und in Deutschland: die ständige, uralte Zersplitterung, begründet schon früher, aber doch erstmals kulminiert 1918, später 1933, als der Hauptfeind die jeweils andere Linke war, nicht die NSDAP, natürlich die deutsche Teilung. Hier also: Schwäche, Stille auch, innere Konflikte, sodass selbst ein Kanzlerkandidat, den ich für einen energischen und überzeugten Europäer hielt, am Ende wie ein Luftballon abschmierte, den man losließ ohne ihn zugeknotet zu haben.

    Immerhin, darum beneide ich Frankreich, gibt es dort einen Präsidenten (was auch immer man sonst von ihm halten mag), der für Europa kämpft, der in aller Klarheit zu sehen scheint, wovon auch ich mittlerweile überzeugt bin: Ohne ganz grundlegende Reformen, ohne eine neue Struktur, eine tiefere politische Union, wird dieses Europa zerbrechen, vielleicht nicht in fünf, vielleicht nicht in zehn Jahren, aber doch bald. Dieser Glaube, aus der wirtschaftlichen werde die politische Union fast folgerichtig erwachsen, erweist sich als eine der gravierendsten Fehleinschätzungen der Nachkriegsgeschichte.

    Ein Wandel also, ein Neustart vielleicht, mit jenen wenigen Staaten, die noch geblieben sind, die noch bereits dazu sind. Aber Deutschland, dieses neue, in seinen politischen Diskursen so weit nach rechts gerückte Deutschland, wendet sich ab, dreht den Rücken zu. Jede Konzession, jede Europäisierung, die als eine Handlung gegen das eigene Volk verstanden werden könnte, wird vermieden. Vielleicht ist das Feigheit, vielleicht ist aber längst die Überzeugung gewachsen, dass sich am Ende vielleicht doch wieder jeder selbst der nächste ist.

    Und wir? Saßen zusammen in Barcelona, tauschten uns aus, auf Französisch, Spanisch, Deutsch, diskutierten mit katalanischen Autorinnen, mit Journalistinnen, Künstlerinnen und Künstlern. Und die Trennung, der Bruch, der am Horizont heraufzieht, schien in diesen Tagen undenkbar, weil er so wenig mit unserem Leben zu tun hatte, das so sehr geprägt ist von all diesen Ländern, von all diesen Städten –  Barcelona, Berlin, Lyon, Paris, Toulouse – und von den Ländern, von den Menschen darin. Heißt das im Umkehrschluss, dass unser Leben also so wenig mit der Realität der Mehrheit der Menschen zu tun hat? Sind wir zu blauäugig gewesen? Oder hat das laute Schreien der Rechten dazu geführt, dass sich die Politik so weit von all dem entfernt hat, was eigentlich das Leben der Mehrheit seiner Bürger ist, nur das dieses Leben, nicht wie die Rechten glauben machen, eigentlich nationaler ist, identitärer, sondern ganz im Gegenteil: offener, freier, viel mehr auf dem täglichen Austausch basiert. Und wenn es so sein sollte: wann wird die nationalisierte, die vervölkischte Sprache unsere Realität soweit beeinflusst haben, dass sie sich ihr anpasst?

    Und vor allem: was können wir tun, wir Schriftsteller, in unseren Kämmerlein, in unseren Gruppen von Gleichgesinnten? Europäische Bücher schreiben? Oder schreiben wir diese Bücher nicht schon längst? Manchmal habe ich Hoffnung, dass das Pendel wieder in die andere Richtung ausschlagen wird, dass diese Phase des Backlash eben nur das bleibt, eine Phase, an deren Ende sich diejenigen, die für die Gemeinsamkeit einstehen, für ein starkes Europa, geeint und mit aller Kraft und Überzeugung durchsetzen werden. Denn ein Teil von mir, kann sich gar nichts anderes vorstellen. Der andere Teil aber beobachtet die politische Entwicklung und ihm wird zunehmend Angst und Bange. Vielleicht aber, so die Hoffnung, kannst du ihm Mut machen!

    Es umarmt Dich, Dein Hannes

  • Querido Hannes,

    Mil gracias por tu carta. Hay muchas cosas ahí que me hacen pensar. Primero, sí, existe un tipo de evidencia europea en el hecho de estar aquí, en Barcelona, un escritor alemán y un escritor francés convocados por una institución literaria berlinesa, hablando en francés, en alemán, en español, y sintiéndonos en casa aquí, en esta ciudad. Una evidencia para nosotros, una manera de vivir sin fronteras que está lejos de ser evidente para los que encuentran muros y fronteras por todos lados, y para los que quieren construir más. Nuestras conversaciones, que parecen también tan evidentes, sobre esa misma Europa en la que hemos crecido, este espacio que habitamos naturalmente, viviendo en una ciudad o en otra, viajando continuamente y hasta sin plantearnos la cuestión de una hipotética frontera, este espacio parecía problemático para algunos de los barceloneses que habían venido a nuestro encuentro, visiblemente muy decepcionados y enfadados con la actitud de la Unión Europea durante la crisis catalana del otoño de 2017.

    Y todo esto está enlazado con la semántica, que subrayas con exactitud, de esta sublime palabra: Heimat. Como dices, no existe un equivalente de esta palabra en francés, ni en español, simplemente porque esa palabra es única, como la saudade portuguesa. Heimat se inscribe en un régimen de dulzura, de acogida, de una delicadeza poco común. Se sitúa muy lejos de la patria asfixiante y agresiva, sería más bien un tipo de «casa», de «hogar», o de «sentirse como en casa», expresiones que son bastante débiles y desequilibradas al lado de Heimat (y el maravilloso Heimweh que viene de él, ese mal no del país sino de su país, que me conmueve, y que siento a veces en ese mismo idioma, en alemán, porque solo se puede sentir en ese idioma, que es además el de mi madre, y entonces para mí encaja perfectamente con el mal du pays, que quizá siempre sea el de su propia madre).

    Este Heimat marca tal vez el movimiento que deberíamos adoptar: deslizarse hacia esos lugares, quedarse si la coincidencia se produce, irse si no es el caso. Estar a la escucha del espíritu de los lugares, de su acogida o no, de nuestra capacidad para fundirnos en ellos.

    Es lo que me ha pasado aquí en Barcelona: he encontrado mi Heimat, aún más quizás que en mi propia casa, mon «chez moi». Me siento mejor aquí que en cualquier otra parte, mejor que en Francia, en Austria o en Alemania, aunque en principio no tenga ningún vínculo especial con España. España es el lugar que elegí, el que me ha revelado a mí mismo, en donde el calor humano, el ardor y la ternura, la potencia y la hospitalidad me han acogido, emocionado, conquistado. Aquí estoy en casa. En esta ciudad constantemente en lucha con sus problemas identitarios, en tensión con el resto de España, que sabe quién es y no lo sabe, que es generosa y a veces encerrada en sí misma, pues esta ciudad me ha acogido con los brazos abiertos tal como lo ha hecho con miles de personas que han venido del mundo entero.

    El problema de Cataluña es el mismo que el de Europa: pensamos que las cosas y los humanos circulan, pero no es para nada el caso. Somos (incluyo aquí a mi mujer Julieta, que vino de Argentina hace 15 años, así como a todos los miles de personas llegadas de los cinco continentes) los decepcionados de la Unión Europea, en la que creíamos y creemos todavía, que supuestamente iba a encarnar una tierra de acogida, de cultura, de impulso político, un marco estimulante en el que moverse e imaginar el futuro, una tierra de paz y de utopía, y que está a punto de volverse todo lo contrario. Sin embargo, nuestra tarea quizá sea de superar esta decepción y de pedir más Europa, más utopía, más paz, frente a todos esos horrorosos euroescépticos.

    Qué pueden hacer la literatura y el arte ante todo esto, te preguntas en tu carta. Creo que pueden hacer mucho, porque se sitúan donde tienen que estar. Pueden cambiar el relato sobre Europa, su imaginario, la manera que tenemos de pensarla, de imaginarla, de concebirla. Los hombres funcionan con la ficción: todo lo es. El derecho, la libertad, los principios fundamentales de una sociedad son todos ficciones, y los grandes desafíos que afrontamos necesitan grandes relatos para poder cambiar de dirección: el cambio climático, las migraciones, el hipercapitalismo, los repliegues nacionalistas, todos esos desafíos, peligros o debates necesitan cambios de narraciones para ser escritos y pensados de otra manera. Creo que la literatura puede pensar todo esto, puede pensar nuestra relación con la Tierra, que hay que reinventar totalmente, y que la utopía nace de los relatos, pues si dejamos todo esto a los políticos estamos perdidos.

    Hablas de la izquierda, que justamente sufre una absoluta falta de relatos. Ya no tiene ficciones hacia las que avanzar, ya no existen ni los «momentos estelares» ni los impulsos narrativos, así que no avanza. La derecha sí que construye relatos: la «gran invasión», el terreno cedido, la odiada globalización, todo eso son motores ficcionales fuertes, aunque sin duda equivocados.

    También la izquierda debe construir relatos. Su principal desafío es de invertir los tonos, los registros. Ya no tenemos que usar el léxico del miedo, de la resignación, del peligro cuando hablamos de las migraciones, del cambio climático, de la globalización, sino afrontar los desafíos, impulsarnos en un movimiento común. La relación con la Tierra (sobre la que trabajo ahora) sufre mucho por ese problema semántico, tanto como de una falta evidente de imaginación, que está por construir. ¿Por qué hemos tardado tanto en reaccionar? ¿Por qué no logramos actuar? Porque no podemos imaginar lo que está pasando. Porque no lo vemos. El ser humano es así, tiene que visualizar las cosas antes de entrar en acción.

    Querido Hannes, me he ido por otros derroteros, pero imagino que a eso nos llevan las conversaciones.

    Es hermoso que este programa de Allons Enfants nos lleve a reflexionar juntos sobre todo esto tras unos estupendos días en Barcelona, y los que vendrán quizás en Berlín. Imaginar esos territorios comunes, geográficos y literarios, esos espacios ficcionales y reales en los que nos gustaría vivir y de los que las contingencias políticas nos alejan a menudo.

    Quedo a la espera de tu respuesta, querido amigo

    Pierre

    Mein lieber Hannes,

    ein großes Dankeschön für Deinen Brief. Es gibt eine Menge darin, das mich zum Nachdenken bringt und das ich hier aufgreifen möchte.

    Allem voran, ja, es gab eine Art europäische Selbstverständlichkeit, Natürlichkeit, dort in Barcelona zu sein, ein deutscher Schriftsteller und ein französischer Schriftsteller, von einem Berliner Literaturhaus zusammengebracht, die auf Französisch, Deutsch, Spanisch reden und sich in Katalonien zu Hause fühlen. Eine Selbstverständlichkeit für uns, diese Lebensweise ohne Grenzen, die alles andere als selbstverständlich ist für diejenigen, die überall auf Mauern und Grenzen treffen, und für diejenigen, die neue errichten wollen. Unsere Gespräche, die mir naheliegend erschienen, über eben dieses Europa, in dem wir aufgewachsen sind, diesen Raum, den wir natürlich bewohnen, während wir in der einen oder der anderen Stadt leben, ständig unterwegs sind und uns gar keine Fragen über irgendwelche Grenzen stellen, dieser Raum schien problematisch zu sein für einige der Barceloner, die gekommen waren, uns zuzuhören, die offensichtlich sehr enttäuscht waren von der Haltung der Europäischen Union während der Katalonien-Krise im Herbst 2017.

    Und das alles hängt mit der Frage der Semantik zusammen, die Du richtigerweise aufwirfst, und mit diesem erhabenen Wort der Heimat. Wie Du sagst, gibt es keine Entsprechung dieses Wortes, weder im Französischen noch im Spanischen, ganz einfach, weil dieses Wort einzigartig ist, genau wie die portugiesische saudade. Heimat gehört einem Regime der Sanftheit, der Gastfreundschaft an, eine seltene Delikatesse. Es ist so weit entfernt von der erstickenden und aggressiven patrie, es wäre eher eine Art chez soi, ein Zuhause, oder vielmehr ein sich zu Hause fühlen, aber neben Heimat sind diese Begriffe sehr wackelig und schwach (und das wunderbare Heimweh, das daraus resultiert, dieses schmerzhafte Vermissen, nicht des Landes, sondern seines Landes, das mich bewegt, und das ich manchmal in dieser Sprache fühle, auf Deutsch, weil man das eben nur in dieser Sprache denken kann, die nebenbei auch die meiner Mutter ist, und welches für mich daher perfekt zum mal du pays, dem Vermissen des Landes passt, das vielleicht auch immer das der eigenen Mutter ist).

    Diese Heimat ist vielleicht die Bewegung, die wir annehmen sollten: Schlüpfe in die Szenerie, bleibe dort, wenn sich eine Übereinstimmung ergibt, ziehe weiter, wenn dies nicht passiert. Auf den Geist der Orte hören, auf den Empfang, den sie uns bereiten, oder eben nicht, auf unsere Fähigkeit, mit ihnen zu verschmelzen.

    Genau das ist mir in Barcelona passiert: Ich habe meine Heimat hier gefunden, vielleicht sogar mehr als ein ‚zu Hause‘. Ich fühle mich hier besser als anderswo, besser als in Frankreich, in Österreich oder in Deutschland, obwohl ich zu Spanien eigentlich keinen Bezug habe. Spanien ist meine Wahlheimat, der Ort, der mich mir selbst offenbart hat, der Ort, an dem mich menschliche Wärme, Leidenschaft und Zärtlichkeit, Macht und Gastfreundschaft begrüßt, bewegt und erobert haben. Ich bin hier zu Hause. In eben dieser Stadt, die ständig mit ihren Identitätsproblemen ringt, im Spannungsverhältnis mit dem Rest von Spanien steht, die weiß, wer sie ist und es nicht weiß, die großzügig ist und manchmal zurückgezogen auf sich selbst, tja, eben diese Stadt begrüßte mich mit offenen Armen, wie sie es für Millionen von Menschen aus der ganzen Welt tat.

    Das Problem, das wir in Katalonien im Moment haben, ist das gleiche wie in Europa: Wir denken, dass Dinge und Wesen zirkulieren, aber dem ist nicht so. Wir sind (und ich schließe darin meine Frau, Julieta, die vor 15 Jahren aus Argentinien kam, sowie all die Millionen von Menschen aus fünf Kontinenten ein) die Enttäuschten der Europäischen Union, an die wir glaubten und immer noch glauben, die ein Kontinent des Willkommens, der Kultur, des politischen Aufschwungs verkörpern sollte, ein aufregender Ort, um sich frei zu bewegen und sich die Zukunft vorzustellen, ein Kontinent des Friedens und der Utopie, und die nun dabei ist, genau das Gegenteil zu werden. Aber unsere Aufgabe besteht vielleicht darin, diese Enttäuschung zu überwinden und mehr Europa, mehr Utopie, mehr Frieden angesichts all der schrecklichen Euroskeptiker zu fordern.

    „Was kann Literatur und Kunst in all dem bewirken?“, fragst Du in Deinem Brief.
    Ich denke, sie kann viel bewirken, weil sie dort ist, wo sie gebraucht wird. Sie kann die Erzählung und Vorstellungswelt Europas verändern, die Art, wie wir darüber denken, es uns vorstellen und begreifen. Menschen funktionieren durch Fiktion; alles ist Fiktion: Recht, Freiheit, die Grundprinzipien einer Gesellschaft; und die großen Herausforderungen, denen wir gegenüberstehen, brauchen große Erzählungen, um ihren Kurs zu ändern: Globale Erwärmung, Migration, Hyperkapitalismus, nationalistische Isolierung, all diese Herausforderungen, Gefahren oder Debatten erfordern Veränderungen der Narration, um anders geschrieben und gedacht werden zu können. Ich denke, Literatur kann all dies erdenken, unsere Beziehung zur Erde, die völlig neu erfunden werden sollte, ich denke, dass Utopie aus Erzählungen entsteht – wenn wir all das den Politikern überlassen, sind wir aufgeschmissen.

    Genau dieser Linken, von der Du sprichst, dieser Linken fehlt es völlig an Erzählungen. Sie hat keine Fiktion mehr, um voranzukommen, keine großen Auftritte, keine Erzählimpulse, und so kommt sie nicht voran. Die Rechte hingegen baut sich Erzählungen auf: der „große Ersatz“, die entrissenen Gebiete, die verachtenswerte „Globalisierung“, all das sind starke fiktionale Antriebe – ganz zweifellos zu Unrecht. Die Linke muss Erzählungen entwickeln.

    Und ihre größte Herausforderung besteht darin, die Register, die Töne, umzukehren. Das lexikalische Feld der Angst, der Resignation, der Gefahr darf nicht mehr vorherrschen wenn wir über Migration, Klimawandel, Globalisierung sprechen, sondern jenes der Herausforderung, des Aufschwungs, der gemeinsamen Bewegung. Die Beziehung zur Erde (die mich momentan beschäftigt) leidet weitgehend unter diesem semantischen Problem, sowie unter einem eklatanten Mangel an Vorstellungskraft, die aufgebaut werden muss. Warum haben wir so lange gewartet, um zu reagieren? Warum schaffen wir es nicht zu handeln? Weil wir uns nicht vorstellen können, was passiert. Weil wir es nicht sehen. Der Mensch ist so, er muss die Dinge visualisieren, um in Aktion zu treten.

    Lieber Hannes, ich bin vielleicht in andere Richtungen gegangen, aber so ist es ja auch mit Gesprächen.

    Ich finde es schön, dass „Allons Enfants“ uns dazu bringt, nach diesen schönen Tagen in Barcelona, den noch kommenden in Berlin, über all das zusammen nachzudenken; sich diese gemeinsamen Gebiete, geographischer und literarischer Natur, vorzustellen, diese fiktionalen und realen Räume, in denen wir gerne leben würden und von denen uns politische Belanglosigkeiten oft fernhalten.

    Ich freue mich darauf, Deine Antwort zu lesen, lieber Freund,

    Pierre

    Mon cher Hannes,

    Un grand merci pour ta lettre. Il y a plein de choses là-dedans, qui me donnent à penser et me feront rebondir ici.

    Tout d’abord oui, il y avait une sorte d’évidence, de limpidité européenne à être là, à Barcelone, un écrivain allemand et un écrivain français, réunis par un organisme littéraire berlinois, parlant en français, en allemand, en espagnol, et nous trouvant chez nous en Catalogne. Une évidence pour nous, une manière de vivre sans frontières qui est loin d’être évidente pour ceux qui rencontrent partout des murs et des frontières, et pour ceux qui voudraient en bâtir de nouvelles. Nos propos, qui me semblaient couler de source, sur cette même Europe dans laquelle nous avons grandi, cet espace que nous habitons naturellement, vivant dans une ville ou l’autre, voyageant sans cesse et sans même se poser la question d’une quelconque frontière, cet espace-là semblait problématique pour certains des Barcelonais venus nous écouter, très déçus visiblement par l’attitude de l’Union Européenne pendant la crise catalane de l’automne 2017.

    Et tout cela est lié à la sémantique, que tu soulèves avec justesse, et à ce sublime mot de Heimat. Comme tu le dis, il n’y a pas d’équivalent de ce mot en français, ni en espagnol, tout simplement parce que ce mot est unique, tout comme le saudade portugais. Heimat s’inscrit dans un régime de douceur, d’accueil, d’une délicatesse rare. C’est si loin de la patrie étouffante et agressive, ce serait plutôt une sorte de « chez soi », de « maison », ou plutôt « se sentir à la maison », mais qui sont bien bancals et faibles à côté de Heimat (et le merveilleux Heimweh qui en découle, ce mal, non pas du pays, mais de son pays, qui m’émeut, et que je sens parfois dans cette langue, en allemand, parce qu’on ne peut le penser que dans cette langue, qui est par ailleurs celle de ma mère, et donc colle parfaitement pour moi au mal du pays, qui est peut-être toujours celui de sa propre mère).

    Ce Heimat, c’est peut-être le mouvement que nous devrions adopter : glisser sur les lieux, y rester si la coïncidence se fait, en repartir si elle ne se fait pas. Etre à l’écoute de l’esprit des lieux, de l’accueil qu’ils nous font, ou pas, de notre capacité à nous y fondre.

    C’est ce qui m’est arrivé ici, à Barcelone : j’ai trouvé mon Heimat ici, encore plus que « chez moi » peut-être. Je me sens mieux ici que nulle part ailleurs, mieux qu’en France, en Autriche ou en Allemagne, alors que je n’ai aucun lien a priori avec l’Espagne. L’Espagne est mon lieu d’élection, celui qui m’a révélé à moi-même, celui où la chaleur humaine, l’ardeur et la tendresse, la puissance et l’hospitalité m’ont accueilli, ému, conquis. Je suis ici chez moi. Dans cette même ville sans cesse en prise avec ses problèmes identitaires, en tension avec le reste de l’Espagne, qui sait qui elle est et ne le sait pas, qui est généreuse et parfois repliée sur elle-même, eh bien cette même ville m’a accueilli à bras ouverts comme elle l’a fait de millions de personnes venues du monde entier.

    Le problème que l’on connaît en Catalogne en ce moment est le même qu’en Europe : nous pensons que les choses et les êtres circulent, or il n’en est rien. Nous sommes (et j’inclus là-dedans ma femme, Julieta, venue d’Argentine il y a 15 ans, ainsi que tous les millions de personnes venues des cinq continents) les déçus de l’Union Européenne, dans laquelle on croyait et croit toujours, qui était censée incarner une terre d’accueil, de culture, d’élan politique, un cadre excitant dans lequel se mouvoir et imaginer le futur, une terre de paix et d’utopie, et qui est en train de devenir tout le contraire. Or notre tâche est peut-être de surmonter cette déception et de demander plus d’Europe, plus d’utopie, plus de paix, devant tous les affreux eurosceptiques.

    Que peut la littérature et l’art dans tout cela ? te demandes-tu dans ta lettre.

    Je crois qu’elle peut faire beaucoup, parce qu’elle se situe là où il faut. Elle peut changer le récit sur l’Europe, son imaginaire, la façon que nous avons de la penser, de l’imaginer, de la concevoir. Les hommes marchent à la fiction ; tout l’est, le droit, la liberté, les principes fondamentaux d’une société sont tous des fictions ; et les grands défis que nous affrontons ont besoin de grands récits pour infléchir leur cours : le réchauffement climatique, les migrations, l’hyper-capitalisme, les replis nationalistes, tous ces défis, dangers ou débats nécessitent des changements de narration afin d’être écrits et pensés d’une autre façon. Je crois que la littérature peut penser tout ça, peut penser notre rapport à la Terre, qui est à réinventer entièrement, que l’utopie naît de récits – si on laisse tout ça aux hommes politiques, on est foutus.

    La gauche, justement, dont tu parles, la gauche est en manque complet de récits. Elle n’a plus de fiction vers laquelle avancer, pas de grand soir, pas d’élans narratifs, et donc elle n’avance pas. La droite, elle, avance vers des récits : le « grand remplacement », les territoires arrachés, la « globalisation » honnie, tout cela ce sont des moteurs fictionnels forts – à tort sans doute. La gauche doit construire des récits.

    Et son principal défi est d’inverser les registres, les tonalités. Ce n’est plus le champ lexical de la peur, de la résignation, du danger qui doivent régner lorsque l’on évoque les migrations, le changement climatique, la globalisation, mais bien celui du défi à relever, de l’élan, du mouvement commun. Le rapport à la Terre (qui m’occupe en ce moment) souffre largement de ce problème sémantique, ainsi que d’un manque flagrant d’imaginaire, qui reste à construire. Pourquoi a-t-on tant tardé à réagir ? Pourquoi ne parvient-on pas à agir ? Parce qu’on ne peut pas imaginer ce qui arrive. Parce qu’on ne le voit pas. L’homme est ainsi, il lui faut visualiser les choses pour entrer en action.

    Cher Hannes, je suis reparti peut-être dans d’autres directions, mais c’est ce à quoi nous mènent les conversations.

    Je trouve ça beau que ce Allons Enfants nous mène à réfléchir à tout cela ensemble, après ces belles journées passées à Barcelone, celles à venir à Berlin ; imaginer ces territoires communs, géographiques et littéraires, ces espaces fictifs et réels dans lesquels nous aimerions vivre, et desquels les contingences politiques souvent nous éloignent.

    Au plaisir de te lire, cher ami,

    Pierre

  • Querido Pierre,

    Acabo de releer con placer tu carta, un texto que invita a la reflexión, lleno de dudas, aunque también profundamente optimista. Y no he podido evitar reírme, silenciosamente —en la Biblioteca Nacional, donde trabajo todos los días, uno debe regocijarse en silencio—, de que en nuestro diálogo, hasta el momento —o como mínimo así es como interpreto nuestras cartas al leerlas con una cierta perspectiva— yo haya asumido el papel del pesimista. El alemán pesimista en Berlín y el francés optimista en Barcelona. Esta imagen me ha divertido mucho, ya que en realidad yo me describiría más bien como optimista, así que rompamos estos moldes y ahí van algunas reflexiones positivas.

    Ante todo, muy rápidamente, ya que así es como comencé mi primera carta, felicidades por el Mundial. Me he alegrado mucho con la victoria francesa, y también con tu espléndida foto en las redes sociales con un amigo: dos caras algo desenfocadas y con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Me encanta que un torneo algo duro y a menudo feo haya terminado de esta manera!

    Pero volvamos a nuestro diálogo o, mejor, vayamos directamente al meollo, que en tu última carta sitúo en la cuestión de la fuerza y la significación de los «relatos colectivos», que con frecuencia marcan de manera inconsciente la vida cotidiana de todos nosotros y determinan también la política. He reflexionado largo y tendido sobre lo que escribes: a saber, que la izquierda ha perdido su relato, que no tiene respuestas ante la evolución del mundo. Lo cierto es que la fuerza de la izquierda derivaba, en gran manera, de un relato orientado al futuro, a la voluntad de liberar a los obreros y los proletarios, de mejorar su educación y sus condiciones de vida, «¡hacia el sol, hacia la libertad!». La socialdemocracia alemana ha tenido siempre miedo a la utopía, especialmente si tenemos en cuenta los horrores del siglo xx; ha temido (y con razón) al comunismo, pero este temor ha tenido como consecuencia, ya desde un primer momento, un relato orientado al futuro que podía ser muy insustancial, falto de ambición, en el que se ha evitado siempre la palabra «socialista», usada por supuesto en otros países de Europa. Desde hace bastantes años, la socialdemocracia está en vía muerta, atrapada entre la tradición, la voluntad de renovación y la incapacidad de librarse, tanto en ideas como en lenguaje, del entorno neoliberal. El partido Die Linke parece indeciso, dividido entre los viejos tradicionalistas (querrían perdonárselo todo a la Rusia actual), los internacionalistas y los nacionalistas disfrazados de izquierdistas. ¿Y Los Verdes? No se atreven a pensar en grande, o quizá se hayan dado cuenta de lo doloroso que resulta pasar de ser un partido pequeño que defiende unos intereses concretos a ser un gran partido.

    Aunque hacía muchos años que la situación económica no era tan floreciente (he leído que también en el sur de Europa se han superado en gran manera las consecuencias de la crisis de 2008. ¿Cómo lo ves tú, que vives allí?), y a pesar de que en Alemania se ha alcanzado un cierto grado de prosperidad, no está ni mucho menos garantizado que las cosas sigan mejorando, por lo que predomina el relato del miedo, que penetra más fácilmente, ya que nos dicen que se trata de conservar lo que ya se ha conseguido, de defender las posesiones de uno contra los demás, los que vienen de otros lugares. Un relato simple, casi simplista, si se piensa en la cantidad de veces que ya se ha usado, pero no deja de sorprenderme la constancia con la que va reapareciendo a intervalos regulares, como una botella llena (¡apliquemos esta imagen también a los políticos implicados!) que uno intenta en vano mantener bajo el agua.

    Por tanto, la vuelta atrás como verdadera alternativa, tal como se conoce a esa infame unión de ultraconservadores y personas de extrema derecha a la que los sondeos dan actualmente una intención de voto cada vez más importante.

    Y no hay que olvidar que en Alemania también hay muchas personas que no tienen acceso a la riqueza del país, que deben ir viviendo de pequeños trabajos para poder pagar sus facturas. La provisionalidad, la multiplicación de los freelance…, la rica Alemania también tiene todos estos problemas, aunque es evidente que afectan mucho más a otros países de Europa. Ahora que soy consciente de las diferencias salariales en el entorno de mi compañera en Barcelona —y no es que allí la vida sea menos cara, porque en Barcelona los alquileres también suben—, estoy realmente sorprendido de mi propia ingenuidad: el punto de vista del alemán centrado en sí mismo que a menudo no sabe gran cosa sobre las condiciones de vida en los demás países de Europa.

    He aquí el pesimismo que vuelve. ¿Acaso la melancolía alemana se está imponiendo de nuevo? Confieso que no espero nada de los partidos alemanes, pero también veo que hay muchas personas que se oponen a ese relato del miedo y de vuelta atrás, personas que participan en las manifestaciones contra la Alternative für Deutschland (Alternativa para Alemania), que se comprometen diariamente, que realizan donaciones para el salvamento en el mar o que se lanzan ellas mismas al mar cuando la política europea fracasa; la sociedad civil se despierta, e incluso las iglesias se posicionan contra la agresividad de la extrema derecha. Todas esas son voces dispersas, cuya armonía quizás aún no podemos sentir, porque no persiguen un único objetivo; porque, de acuerdo con su concepción política, es evidente que dentro de una democracia encontraremos divergencias, ya que estas son las que la definen. Tengo la esperanza de que la masa de estas voces se amplifique, de que cuando sea necesario los sonidos dispares formarán un poderoso coro. Y ya se aprecian los primeros indicios de ello.

    Será necesario —y volvemos a la izquierda, quizá también a los liberales y a los conservadores que luchan realmente por el mantenimiento de la democracia, de la democracia en sí misma, y no como medio para alcanzar un fin, o porque esté en consonancia con sus valores o parezca ofrecer el marco más seguro para el capitalismo global, sino como el mejor régimen posible (o, tal como decía Churchill, el peor a excepción de todos los demás)— para las personas de nuestro país, en este pequeño trozo de tierra que es Europa, que nos atrevamos a desarrollar un nuevo relato; nos veremos obligados a hacerlo cuando empiecen a faltar recursos, cuando la automatización progrese y el mundo laboral tal como lo conocemos actualmente deje de existir. Entonces necesitaremos personas con nuevas visiones e ideas, que sean capaces de pensar y formular nuevas maneras de vivir, nuevas formas de vida en comunidad. Tengo mis dudas sobre que la literatura pueda estar directamente implicada en ello, ya que este no puede ser su cometido, aunque sí es posible que algunos textos, poesías o novelas puedan contribuir a mantener viva esta imagen de la diversidad que tanto define a nuestra sociedad actual y que la enriquece. Podemos volver nuestra mirada hacia las sociedades actuales, pasadas y futuras, nuestros miedos, lo que constituye nuestra humanidad, pero también hasta más allá, y en concreto más allá de esas fronteras a las que quieren volver tantos reaccionarios. Podemos y debemos participar más activamente en el discurso social, más allá de nuestros textos, como voces políticas; podemos exigir precisión en el debate, una exactitud actualmente ausente en numerosos políticos cuando responden a los nacionalistas. La solución no puede estar en la imitación y la aplicación de una versión edulcorada de sus exigencias, sino que hay que estar en contra, pensar de otro modo, avanzar en lugar de retroceder. Debemos exigir este coraje, y quizás también podamos hablar de él. Estoy escribiendo una novela sobre un grupo de anarquistas en la Barcelona de los años setenta del siglo pasado, y aunque el anarquismo, tanto el sindical como el que se encuentra en el sur de Europa, me resulte extraño como pensamiento político y muchos de sus objetivos me parezcan poco realistas, me impresiona esa voluntad de crear algo realmente diferente, una verdadera alternativa, que caracterizaba a sus representantes, y en concreto la voluntad de un internacionalismo realmente sentido. También pienso que la izquierda, en su búsqueda del relato político, quizá debería superar a Marx, cuyos análisis sociales continúan siendo asombrosamente actuales, pero cuya visión política, en un mundo laboral en plena mutación, en el que el trabajo dejará de ocupar un lugar central dentro de nuestras vidas, es inoperante. Quizá la izquierda pueda volver sobre su propia evolución antes de Marx, quizá pueda encontrar la manera de avanzar mirando hacia su pasado. ¿O estoy equivocado y resulta que la debilidad de la izquierda no reside en su fijación en el pensamiento de Marx y las teorías derivadas de este, sino en su instalación dentro de un statu quo que hace imposible un verdadero cuestionamiento de la concepción neocapitalista de nuestra sociedad? Naturalmente, puedes decirme que hay movimientos como Podemos en España, pero también en él hay aún demasiado de Marx para mi gusto, demasiadas viejas soluciones a males nuevos o, como mínimo, diferentes. Parece necesario un nuevo punto de partida, sobre todo en Francia y Alemania, ese eje de Europa que en estos momentos late tan débilmente, y entonces la pregunta que se plantea es saber cómo se producirá este nuevo punto de partida. Mi esperanza es que nazca de esta multitud de voces que ya pueden oírse. Quizás un autor o un filósofo ya esté escribiendo el relato de una Europa unida, abierta, que va a entusiasmar a todo el mundo, o quizá deba ser un grupo de personas el que deba desarrollar este tipo de relato, algo que estaría más en consonancia con nuestra época.

    Como ves, apreciado Pierre, el optimismo me ha llevado a los límites del pathos, lo que me lleva de nuevo a reír, porque el pathos, con su pompa wagneriana, es algo muy alemán. Es imposible cambiar. Pero, a pesar de ello, sé que cuando este viernes baje del avión en Barcelona me sentiré, como siempre, heimisch, como en casa. ¿Sabes qué es lo que deseo? Sentirme en casa en múltiples lugares, bajo diferentes techos y con gente de todos los orígenes; que todos los europeos, y no solo los estudiantes, se vayan a vivir durante un año a otro país. Es posible que esto hiciera cambiar mucho las cosas. Porque hay muchas cosas por cambiar, ¿no crees?

    Un abrazo

    Hannes

    Cher Pierre,

    Je viens de relire avec plaisir ta lettre, un texte qui donne à réfléchir, empreint de doute, et pourtant profondément optimiste. Et je n’ai pas pu m’empêcher de rire, silencieusement – à la Bibliothèque nationale, où je travaille chaque jour, on se réjouit en silence ! – de ce que dans notre dialogue, jusqu’à présent – c’est du moins comme cela que je lis nos lettres avec un peu de recul –, j’ai endossé le rôle du pessimiste. L’Allemand pessimiste à Berlin et le Français optimiste à Barcelone, ce cliché m’a beaucoup amusé. Alors qu’en réalité, je me décrirais plutôt comme un optimiste. Sortons des cases, par ici les pensées positives !

    Tout d’abord, rapidement, puisque c’est ainsi que j’ai commencé ma première lettre : félicitations pour la Coupe du Monde, je me suis vraiment réjoui de la victoire française, et puis de ta superbe photo sur les réseaux sociaux, avec un ami, deux visages un peu flous avec le sourire jusqu’aux oreilles. Chouette que ce tournoi un peu poussif et souvent maussade se soit terminé ainsi !

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    Mais revenons à notre dialogue, ou plutôt directement à son cœur, que je situe dans ta dernière lettre dans la question de la force et de la signification des « récits collectifs », qui marquent souvent de façon inconsciente notre vie quotidienne à tous, et déterminent aussi la politique. J’ai longuement réfléchi à ce que tu écris, à savoir que la gauche a perdu ses récits, qu’elle n’a pas de réponse à l’évolution du monde. Le fait est que la gauche tirait sa force, en grande partie, d’un récit tourné vers l’avenir, la volonté de libérer les ouvriers et les prolétaires, d’améliorer leur éducation et leurs conditions de vie, « vers le soleil, vers la liberté ! ». La social-démocratie allemande a toujours eu peur de l’utopie, notamment au vu des horreurs du XXème siècle, elle a craint (à raison) le communisme, mais cette crainte a eu très tôt pour conséquence que les récits orientés vers l’avenir pouvaient être très fades, manquer d’ambition, qu’ils ont toujours évité le mot « socialiste », utilisé dans d’autres pays d’Europe comme une évidence. Depuis un certain nombre d’années, elle a l’air complètement figée, prisonnière entre tradition, volonté de renouvellement et incapacité de se libérer, dans ses idées et dans son langage, de son environnement néo-libéral. La gauche allemande paraît indécise, divisée entre les vieux traditionalistes, qui voudraient tout pardonner à la Russie, les internationalistes et les nationalistes soi-disant de gauche. Quant aux Verts ? lls n’osent pas penser en grand, ou se sont rendus compte que le passage d’un petit parti défendant certains intérêts à un grand parti est douloureux.

    Malgré une situation économique plus florissante que depuis de nombreuses années (j’ai lu que même dans le sud de l’Europe, les conséquences de la crise de 2008 sont presque surmontées – comment vois-tu cela, toi qui vis sur place ?), et un certain niveau de prospérité atteint en Allemagne, les choses ne vont pas forcément continuer à s’améliorer, et les récits de la peur ont manifestement la part belle, ils accrochent plus facilement, ils disent qu’il s’agit de conserver ce qui est acquis, de défendre ses possessions contre les autres, ceux d’ailleurs. Un récit simple, presque simpliste, si l’on pense au nombre de fois où il a déjà été utilisé, mais on ne peut que s’étonner de la constance avec laquelle il réapparaît à intervalles réguliers, comme une bouteille pleine d’air (et oui, appliquons cette image aux politiciens concernés !) que l’on enfonce dans l’eau.

    Le retour en arrière, donc, comme véritable alternative, comme se nomme cet infâme rassemblement d’ultraconservateurs et de gens d’extrême droite que les sondages créditent actuellement d’intentions de vote toujours plus importantes.

    N’oublions pas qu’en Allemagne aussi, un très grand nombre de gens n’ont pas accès à la richesse du pays, doivent cumuler les petits boulots pour payer leurs factures… L’intérim, la multiplication des « free lance », tous ces problèmes concernent aussi la riche Allemagne, mais touchent évidemment bien plus encore d’autres pays d’Europe. Lorsque j’ai pris conscience des différences de salaires dans l’entourage de ma compagne à Barcelone – et la vie n’est pas beaucoup moins chère là-bas, à Barcelone aussi, les loyers flambent – j’ai été vraiment choqué, de ma propre naïveté aussi : le point de vue autocentré de l’Allemand qui ne sait souvent pas grand-chose des conditions de vie dans les autres pays d’Europe.

    Voilà le pessimisme qui revient, la mélancolie allemande serait-elle en train de prendre le dessus ? J’avoue qu’avec les partis allemands, j’ai du mal à espérer, mais je vois aussi que beaucoup de gens s’opposent à ces récits de peur et de retour en arrière, des gens qui participent à des manifestations contre l’AfD, qui s’engagent au quotidien, qui font des dons pour le sauvetage en mer ou prennent la mer eux-mêmes lorsque la politique européenne échoue, la société civile se réveille, même les églises prennent position contre l’agressivité de l’extrême droite. Tout cela, ce sont des voix dispersées, dont nous n’entendons peut-être pas encore l’harmonie, parce qu’elles ne poursuivent pas un seul objectif, parce que, conformément à leur conception politique, il est évident de trouver des divergences dans une démocratie, elles la définissent. J’ai l’espoir que la masse de ces voix s’amplifie, que les sons disparates, quand il le faudra, formeront un chœur puissant ; on en voit les premiers signes.

    Il va falloir – et nous revenons à la gauche, et peut-être aussi aux libéraux et aux conservateurs qui tiennent vraiment au maintien de la démocratie, de la démocratie en elle-même, pas en tant que moyen pour atteindre une fin, parce qu’elle va dans leur sens ou semble offrir le cadre le plus sûr au capitalisme global, mais en tant que meilleur régime possible (ou comme disait Churchill, le plus mauvais à l’exception de tous les autres) –, pour les gens dans nos pays, sur ce petit bout de terre qu’est l’Europe, il va falloir que nous osions développer de nouveaux récits, nous serons forcés de le faire, lorsque les ressources viendront à manquer, lorsque l’automatisation progressera encore et que le monde du travail tel que nous le connaissons aujourd’hui cessera d’exister. Nous aurons alors besoin de gens qui ont de nouvelles visions, de nouvelles idées, qui sont capables de penser et de formuler de nouvelles façons de vivre, de nouvelles formes de vie en communauté. Je doute que la littérature puisse être directement impliquée là-dedans, ça ne peut pas être sa tâche, mais peut-être que des textes, des poèmes, des romans peuvent contribuer à garder vivante cette image de la diversité qui marque tant notre société actuelle, qui l’enrichit. Nous pouvons tourner nos regards vers les sociétés actuelles, passées et futures, nos peurs, ce qui constitue notre humanité, mais aussi au-delà, et en particulier au-delà de ces frontières auxquelles veulent revenir beaucoup de passéistes. Nous pouvons et devons participer plus activement au discours social, par-delà nos textes, en tant que voix politiques, nous pouvons exiger une précision dans la discussion, une exactitude qui manque aujourd’hui à de nombreux politiciens lorsqu’ils répondent aux nationalistes. La solution ne peut pas être dans l’imitation et la mise en place d’une version édulcorée de leurs exigences ; il faut être contre, penser autrement, aller de l’avant au lieu de revenir en arrière. Nous devons exiger ce courage, et peut-être pouvons-nous également en parler. Je suis en train d’écrire un roman autour d’un groupe d’anarchistes dans le Barcelone des années 1970, et même si l’anarchisme, même syndical comme on le trouve dans le sud de l’Europe, m’est étranger comme pensée politique et que beaucoup de ses objectifs me semblent irréalistes, je suis impressionné par cette volonté de créer quelque chose de vraiment différent, une vraie alternative, qui caractérisait ses représentants, en particulier la volonté d’un internationalisme vécu. Je pense également que la gauche, dans sa recherche de récits politiques, devrait peut-être enfin dépasser Marx, dont les analyses sociétales restent étonnamment actuelles, mais dont la vision politique, dans un monde du travail en pleine mutation, où le travail finira par ne plus occuper une place centrale dans nos vies, devient inopérante. Peut-être la gauche peut-elle revenir sur sa propre évolution avant Marx, peut-être peut-elle trouver comment aller de l’avant en regardant derrière elle. Ou est-ce que je me trompe ? Et que la faiblesse de la gauche ne réside peut-être pas dans sa fixation sur la pensée de Marx et les théories qui en découlent, mais dans l’installation dans un status quo qui rend impossible une vraie remise en question de la conception néo-capitaliste de notre société ? Bien sûr, me diras-tu peut-être, il y a des mouvements comme Podemos en Espagne, mais là encore il y a trop de Marx à mon goût, trop de vieux remèdes pour des maux nouveaux, ou du moins différents. Un nouveau départ paraît nécessaire, surtout en France et en Allemagne, ce cœur de l’Europe qui bat bien faiblement en ce moment, et la question se pose alors de savoir comment adviendra ce nouveau départ. Mon espoir, c’est qu’il naîtra de cette multitude de voix que nous entendons d’ores et déjà. Peut-être un auteur ou un philosophe est-il déjà en train d’écrire le récit d’une Europe unie, ouverte, qui enthousiasmera tout le monde ou peut-être, ce qui serait plus en phase avec notre époque, que ce doit être un groupe de gens qui doit développer ce genre de récits.

    Tu vois, mon cher Pierre, l’optimisme m’a emmené aux limites du pathos. Et une nouvelle fois, cela me fait rire, parce que le pathos, avec sa pompe wagnérienne, peut être très allemand. On ne se refait pas. Et pourtant, je sais que lorsque je descendrai de l’avion à Barcelone, vendredi, je me sentirai, comme toujours, heimisch, chez moi. Se sentir chez soi dans des lieux multiples, sous différents toits et avec des gens de toutes origines, voilà ce que je souhaite, que tous les Européens, pas seulement les étudiants, aillent vivre un an dans un autre pays. Ça changerait peut-être beaucoup de choses. Car il y a beaucoup de choses à changer, tu ne penses pas ?

    Un abrazo

    Hannes

    Lieber Pierre,

    gerade habe ich erneut und voller Freude Deinen Brief gelesen, der ein wunderbar nachdenklicher, zweifelnder und doch ausgesprochen optimistischer Text ist. Und ich musste lachen, stumm lachen – denn hier in der Staatsbibliothek, in der ich jeden Tag arbeite, freut man sich leise! – darüber, dass ich in unserem Dialog bisher, so lese ich unsere Briefe zumindest mit einigem Abstand, die Rolle des Pessimisten übernommen habe. Der pessimistische Deutsche in Berlin und der optimistische Franzose in Barcelona, dieses Klischee hat mich sehr amüsiert.  Und dass, obwohl ich mich eigentlich selber als einen Optimisten bezeichnen würde. Also raus aus den Schubladen, her mit mehr positiven Gedanken!

    Zunächst, und das nur kurz, weil ich meinen ersten Brief so begonnen hatte: einen Glückwunsch zum Gewinn der Weltmeisterschaft, ich habe mich wirklich sehr über den französischen Sieg gefreut, dazu dein großartiges Foto in den sozialen Netzwerken mit einem Freund, leicht verwackelt zwei Gesichter, die bis über beide Ohren grinsen. Schön, dass dieses etwas zähe, oft unschöne Turnier so zu Ende geht!

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    Aber jetzt zurück zu unserem Dialog beziehungsweise direkt zum eigentlichen Kern, den ich für mich in deinem letzten Brief vor allem in der Frage nach der Kraft und Bedeutung der Narrative gefunden habe, der „récits collectifs“, die im Kleinen unser aller alltägliches Leben oft unbewusst prägen, die aber auch die große Politik bestimmen. Ich habe sehr lange über deine Aussage nachgedacht, dass der Linken das Narrativ abhandengekommen ist, dass ihr eine Antwort auf die globalen Entwicklungen fehlt. Es ist so, dass die Linke ihre Kraft meist vor allem aus einer vorwärts gerichteten Erzählung gewonnen hat, aus dem Wunsch nach der Befreiung der Arbeiter und Proletarier, deren Bildung, Verbesserung ihrer Lebensumstände, „zur Sonne, zur Freiheit!“. Die Sozialdemokratie in Deutschland hat sich, auch unter dem Eindruck der Grauen des 20. Jahrhunderts, immer vor der Utopie gescheut, sie hat den Kommunismus (zurecht) gefürchtet, aber diese Furcht hat schon früh dafür gesorgt, dass die in die Zukunft gerichteten Narrative sehr zahm, sehr ambitionslos sein konnten, dass sie auch das Wort „sozialistisch“, das in anderen Ländern Europas wie selbstverständlich verwendet wird, immer vermieden hat. Seit vielen Jahren wirkt sie nun völlig erstarrt, gefangen zwischen Tradition, Wünschen nach Erneuerung und Unfähigkeit, sich in ihren politischen Ideen und ihrer Sprache aus dem neoliberalen Umfeld befreien zu können. Und die Linke in Deutschland scheint ebenfalls unentschlossen, gespalten, zwischen alten Traditionalisten, die Russland immer alles verzeihen wollen, zwischen Internationalisten und Nationalisten im linken Gewand. Und die Grünen? Trauen sich immer noch nicht recht größer zu denken, oder haben die Erfahrung machen müssen, dass der Übergang von einer kleinen Interessenpartei zu einer Großpartei ein schmerzhafter ist.

    Und deshalb haben es jetzt, in dieser Zeit, in der es Deutschland wirtschaftlich so gut geht wie seit Jahren nicht mehr (auch in Südeuropa lese ich, sollen die Folgen der Krise von 2008 langsam überwunden sein – wie siehst Du das als jemand, der vor Ort lebt?), in der ein gewisses Maß an Wohlstand erreicht ist aber es nicht mehr unbedingt immer besser werden wird, da haben es offenbar die Narrative der Angst deutlich einfacher, sie verfangen leichter, denn es geht ja offenbar darum, Besitzstände zu bewahren, das Erlangte zu verteidigen gegen die anderen, die Fremden. Ein einfaches Narrativ, fast dümmlich, vor allem wenn man bedenkt, wie oft es schon angewendet wurde, aber man kann immer nur wieder staunen darüber, wie verlässlich es in gewissen Abständen wieder auftaucht, wie eine mit Luft gefüllte Flasche (und ja, dieses Bild bitte ganz unbedingt auch auf die entsprechenden Politiker zu beziehen!), die man unter Wasser drückt.

    Der Weg zurück also, als die wahre Alternative, wie sich auch jene gräusliche Ansammlung von Erzkonservativen und Rechtsradikalen nennt, deren Umfragewerte in Deutschland momentan nach oben kein Limit zu kennen scheint.

    Dabei soll eines gesagt sein: natürlich gibt es auch in Deutschland sehr viele Menschen, die nicht teilhaben am Reichtum des Landes, die in mehreren Jobs arbeiten müssen, um ihre alltäglichen Kosten zu decken, Zeitarbeit, überall Auslagerung in vermeintliche Selbstständigkeit, all das sind Probleme, die auch das reiche Deutschland betreffen, andere Länder Europas aber natürlich noch viel stärker. Als ich anhand des Umfeldes meiner Freundin in Barcelona die Unterschiede in den Löhnen vor Augen geführt bekam – und das bei kaum geringeren Lebenskosten, denn auch in Barcelona explodieren die Mieten – war ich offen schockiert, auch über meine eigene Blindheit, den Nabelblick des Deutschen, der die anderen Lebensumstände in Europa oft viel zu wenig kennt.

    Also doch wieder Pessimismus, setzt sich die deutsche Schwermut durch? Ich gebe zu, dass es mir beim Blick auf die deutschen Parteien manchmal schwer fällt, mir viele Hoffnungen zu machen, aber andererseits sehe ich doch, wie viele Menschen sich dem Narrativ der Angst und der Rückwendung wiedersetzen, Menschen, die auf Demonstrationen gegen die AfD gehen, die sich engagieren in ihrem Alltag, die für die Seenotrettung spenden oder tatsächlich selber in See stechen, wenn die europäische Politik versagt, die Zivilgesellschaft wacht auf, selbst die Kirchen positionieren sich gegen die Aggressivität der Rechten. All das sind verteilte Stimmen, deren Zusammenklang wir vielleicht noch nicht hören, weil sie nicht einem Ziel folgen, weil es ihrem politischen Verständnis nach selbstverständlich ist, dass es in einer Demokratie Varianzen und Abweichungen gibt, dass genau sie ihr im Kern zu eigen sind. Ich habe die Hoffnung, dass die Masse dieser Stimmen noch lauter werden wird, dass sich aus den vielen Klängen, wenn es darauf ankommt, ein kräftiger Chor erhebt, erste Anzeichen dafür gibt es.

    Es wird aber, und damit kehren wir zur Linken und vielleicht auch zu jenen Liberalen und Konservativen zurück, denen am Erhalt der Demokratie wirklich gelegen ist, und zwar der Demokratie um ihrer Selbst willen, nicht als Mittel zum Zweck, weil sie die eigene Agenda befördert und den sichersten Rahmen für den globalen Kapitalismus zu bieten scheint, sondern als beste Regierungsform (oder als schlechteste mit Ausnahme aller anderer nach Churchill) für die Menschen in unseren Ländern, in diesem kleinen Fleck Europa, es wird darauf ankommen, dass wir uns trauen neue Narrative zu entwickeln, wir werden gezwungen sein dies zu tun, wenn die Ressourcen knapper werden, wenn die Automatisierung weiter fortschreitet und die Arbeitswelt, wie wir sie heute kennen, aufhören wird zu existieren.  Dann werden wir Menschen brauchen, die neue Visionen haben, neue Ideen, die neue Lebenswelten und Gemeinschaftsformen denken und formulieren können. Dass die Literatur daran direkt beteiligt sein wird, bezweifle ich, es kann nicht ihre Aufgabe sein, aber vielleicht können Texte, Gedichte, Romane, dabei helfen dieses Bild der Vielfalt am Leben zu halten, das unsere heutige Gesellschaft so sehr prägt, das sie bereichert. Wir können unseren vielfältigen Blick auf unsere aktuellen Gesellschaften richten, auf vergangene, vielleicht auf zukünftige, auf unsere Ängste, auf den Kern des Menschseins, aber auch darüber hinaus, vor allem über jene Grenzen, zu denen viele Gestrige zurückwollen. Wir können und müssen verstärkt als Akteure im gesellschaftlichen Diskurs teilnehmen, über unsere Texte hinaus als politische Stimmen, wir können die Schärfe in der Diskussion einfordern, die Genauigkeit, die vielen Politikern heute im Umgang mit den Nationalisten fehlt. Nicht ein Nachmachen, ein Nachplappern und aufgeweichtes Umsetzen ihrer Forderungen kann die Lösung sein, sondern ein Dagegen, ein Andersdenken, ein Vorwärts auch, kein Zurück. Diesen Mut müssen wir einfordern, vielleicht können wir von ihm auch erzählen. Gerade schreibe ich an einem Roman, in dessen Zentrum eine Gruppe von Anarchisten im Barcelona der 70er Jahre steht, und obwohl mir der Anarchismus, auch der syndikalistische Anarchismus südeuropäischer Prägung, als politische Denkrichtung doch recht fremd ist und mir viele seiner Ziele unrealistisch erscheinen, bin ich beeindruckt vom Willen nach etwas ganz anderem, nach einer wirklichen Alternative, die in seinen Vertretern lebendig war, vor allem, in seinem Willen zum wirklichen, gelebten Internationalismus. Auch denke ich, dass die Linke, in der Suche nach politischen Narrativen, vielleicht endlich über Marx hinweg muss, dessen gesellschaftliche Analysen weiterhin erstaunlich anwendbar sind, dessen politische Vision aber, auch in Anbetracht der sich wandelnden Arbeitswelt, des am Horizont heranziehenden Verlustes von Arbeit als des zentrale Movens, das unsere Lebenswelt prägt, zunehmend ins Leere gehen. Vielleicht kann die Linke auch zurückschauen auf die eigene Entwicklung vor Marx, kann sie den Weg nach vorne durch einen Blick zurück finden. Oder irre ich mich? Ist die Schwäche der Linken nicht das Erstarren in Marx‘ Gedankenwelt und der daraus entwickelten Theorien, sondern einfach das Einrichten im Status Quo, der es unmöglich macht, die neokapitalistische Verfasstheit unserer Gesellschaft noch grundsätzlich in Frage zu stellen? Natürlich, magst du sagen, gibt es Bewegungen wie Podemos in Spanien, aber da finde ich dann für meinen Geschmack wieder zu viel Marx, zu viel alte Medizin für neue, oder zumindest veränderte Schmerzen. Ein Neuanfang scheint nötig, gerade in Frankreich und Deutschland, diesem Herz Europas, das gerad sehr schwach schlägt, und so stellt sich die Frage, wie er vonstattengehen soll, dieser Neuanfang. Meine Hoffnung ist, dass er aus dem Vielklang der Stimmen erwachsen wird, die wir jetzt schon hören. Und vielleicht sitzt ja irgendwo schon ein Autor und Philosoph und schreibt an einem Narrativ für ein offenes, vereintes Europa, das uns alle begeistern wird, oder vielleicht müsste es, unserer Zeit gemäß, vielmehr eine Gruppe Menschen sein, die solche Narrative entwickelt.

    Du siehst, lieber Pierre, jetzt hat mich der Optimismus tatsächlich bis nahe an das Pathos getragen. Und wieder muss ich lachen darüber, weil das Pathos, wagnerisch pompös, sehr Deutsch sein kann. Aus meiner Haut kann ich wohl doch nicht. Und trotzdem weiß ich, dass ich, wenn ich Freitag aus dem Flieger nach Barcelona steige, mich dort wie immer heimisch fühlen werde. Ein Zuhause an vielen Orten, ein Zuhause mit vielen Dächern und Menschen aller couleur, das wünsche ich mir, ein Jahr Leben für jeden Europäer in einem anderen Land, nicht nur für die Studenten. Vielleicht würde das vieles verändern. Denn viel zu ändern gilt es, denkst du nicht?

    Un abrazo

    Dein Hannes

  • Querido Hannes,

    El verano, el bochornoso y reluciente verano se apaga lentamente cuando me pongo a escribirte (después de haberte traducido al español, ¡extraña experiencia!).

    Tu última carta es muy rica, está llena de reflexiones, así que me remitiré a lo que dice sin un criterio definido y retomaré de ella lo que me dicte el corazón.

    Me he detenido un par de veces en la palabra relato, preguntándome si te referías a los relatos colectivos o si hablabas de la narración en un sentido más literario, si hablabas, en breve, de literatura o de política, y me he dicho que esta duda en sí misma resultaba significativa, ya que ambos son en este caso casi inextricables.

    Todos los pilares sobre los que se sustentan nuestras sociedades son ficciones, relatos que hemos construido: la ley, la justicia, la igualdad, etc. (incluso el dinero). Ninguno de estos conceptos existe en sí mismo, sino que son una invención; flotan en alguna parte, pero no tienen ninguna realidad, pero no obstante las sociedades humanas se basan en ellos. Todo lo que nos define como seres humanos y sociedades es una inmensa ficción, necesaria para su buen funcionamiento.

    Dicho esto, está claro que necesitamos nuevas ficciones para continuar avanzando como comunidad. Es en este aspecto que hablaba de ficciones, de relatos colectivos, y es así que te leo (y de aquí surge la duda: ¿son relatos políticos o literarios? ¿Quién los forma y cómo?). Aquí resultaría muy complejo e incierto intentar detallar cómo se forman, y más bien podríamos plantearnos la pregunta de cuáles son los nuevos relatos que hay que construir.

    Es por el desconocimiento de las nuevas líneas de fractura que somos incapaces de generar nuevos relatos. Eso es algo que me parece bastante claro en relación con el tema esencial de hoy: lo que Bruno Latour llama lo Terrestre en su magistral libro Où atterrir (2017). No sabemos cómo habitar en las nuevas modalidades de la Tierra, cómo reinventar nuestras pertenencias a los suelos, a los mares, al planeta, porque no sabemos cuál es el problema. Finalmente sí, ahora ya podemos ver más o menos cuál es el problema, pero ¿cómo resolverlo? Mediante nuevos relatos.

    ¿Cómo recuperar el mundo, habitarlo de otra manera, no sobre la base de la dominación, de la destrucción, sino de una danza, de una movilidad, de un conocimiento, de una interconexión? Yo no lo sé, desde luego, ni nadie lo sabe, pero en mi nueva novela me gustaría precisamente plantearme esta pregunta.

    Yo soy como tú y no creo que la literatura pueda hacer gran cosa; un libro no cambia el mundo, o lo hace solo muy raras veces, y ciertamente no tiene ningún sentido esperarlo de los de uno mismo, sino que más bien creo que la literatura es un modo de conocimiento, de comprensión, de aprehensión sensible de las cosas para el que la escribe y, si funciona, también para el que la lee.

    Lo que me preocupa en la escritura es, ante todo, el ritmo, la pulsación, el movimiento. Seguidamente, la forma narrativa, la estructura, así como los movimientos posibles. Pero, dado que pienso que una novela puede hacerlo todo, englobarlo todo e intentarlo todo a la vez, me digo que también podría pensar el mundo en su forma contemporánea; comprender su forma, sus cuestionamientos, sus problemáticas, y, dándoles forma, aportarles una realidad sensible que solo la ficción y el arte permiten crear. El periodismo es vital, pero solo el relato nos permite entrar realmente en las cosas. Entre «95 muertos en Siria» y un relato que nos haga entrar en esta masacre hay todo un mundo. El primero nos deja en el exterior, el otro no.

    La literatura no puede hacer mucho, pero esto sí puede hacerlo.

    Queda muy lejos, creo yo, de lo que en el siglo XX llamábamos la literatura comprometida, la cual, al producir obras parciales, orientadas a un objetivo y a una idea preestablecida, se equivocaba. La novela debe desatar fuerzas que después se enfrentarán libremente, sin que el autor sepa hacia dónde van a ir. Una vez más es el ritmo propio de una novela, su tonalidad subterránea lo que dictará el desarrollo de la intriga.

    Volviendo a la política, la izquierda está estancada porque no tiene imaginación y no sabe dónde ni cómo crear nuevos relatos. El capitalismo es una máquina tan poderosa que ha absorbido a la izquierda y no ha dejado de ella más que migajas. La izquierda debería reinventarse alrededor de esta nueva línea de fractura: Tierra/no Tierra, universalidad/localismo. Y precisamente, en esta última dualidad, aprender a pensar los dos a la vez: lo microscópico de la tierra y el conjunto de todas las formas de vida, la geología al mismo tiempo que la economía; debe pensar con amplitud de miras y de manera conectada, y aprehender de nuevo todo el conjunto de lo terrestre.

    Pero todo esto son grandes palabras y los políticos de izquierdas están muy lejos de estas consideraciones, atrapados entre una socialdemocracia de una rara insipidez y una extrema izquierda (como mínimo en Francia) incapaz de pensar este mundo moderno. Si siento aprecio por Podemos en España, por ejemplo, es porque no tienen miedo de afrontar esta realidad.

    Y la línea de fractura es también el marxismo. Marx está siempre en boga, la sociedad se basa siempre en las relaciones de producción y de clase, pero históricamente ha quedado descalificado. Hay que olvidar a Marx y, al mismo tiempo, reinventarlo, lo que podría hacerse mediante la relación con la Tierra. Es por eso que la cuestión de los migrantes es central: encarnan esta relación de clase con la tierra. Algunos hombres se ven privados de tierra, mientras que otros la destruyen conscientemente. Algunos hombres tendrán pronto los pies en el agua, mientras que otros la sobrevuelan. A algunos se los llevarán las olas y las tormentas, mientras que otros se refugiarán en búnkeres. La línea de fractura está allí. Existe, es visible. Nos va a estallar en la cara. Y los países ricos, responsables de este desastre, cierran sus fronteras, porque tienen miedo. Saben que va a faltar agua, que van a faltar tierras, que va a faltar alimento, y que los que se vean privados de ellos vendrán a buscarlos donde sí hay, es decir, a su casa. Aún no es el caso, pero sienten que este momento se está acercando y cierran las fronteras, construyen muros, no dejan que la luz ilumine.

    Si se atrincheran en su tierra es porque pronto se verán privados de ellas. Hay un temblor, en todas partes bajo nuestros pies, y la ola reaccionaria se explica, a mi modo de ver, por este sentimiento de miedo, de desorden, de peligro que sienten aquellos que aún tienen algo que perder.

    Estas son, pues, las cuestiones políticas y literarias que me inquietan en este momento.

    Me parece interesante intentar que esta contemporaneidad vuelva a incorporarse en la novela. La agita, la altera, la cuestiona, y todo eso es bueno, creo yo, para evitar que la novela se marchite. Pero tú quizás vas a decirme justo lo contrario, y me encantará escucharte.

    Aparte de todo eso, Francia es campeona del mundo, ¡lo que me pone muy contento!

    Un abrazo,

    Hasta pronto, mi querido Hannes

    Pierre

    Cher Hannes,

    L’été, le lourd et brillant été s’achève lentement, je me remets à t’écrire (après t’avoir traduit en espagnol, drôle d’expérience).

    Ta dernière lettre est très riche, pleine de réflexions, je reprendrai tout ça à la volée et repartirai là où le cœur m’en dit.

    Je me suis arrêté deux fois sur le mot Narrativ, en me demandant si tu voulais désigner ainsi des récits collectifs ou bien parler de « narration » plus littéraire, si tu parlais, en somme, de littérature ou de politique, et je me suis dit que ce doute lui-même était significatif, les deux étant, dans ce cas, à peu près indémêlables.

    Tous les piliers sur lesquels sont fondées nos sociétés sont des fictions, des récits que l’on construit : la loi, la justice, l’égalité, etc. (y compris l’argent), tout cela n’existe pas en tant que tel, on les invente, elles flottent quelque part, elles n’ont pas de réalité, et pourtant nos sociétés humaines sont fondées dessus. Tout ce qui nous définit en tant qu’êtres humains et sociétés est une immense fiction, nécessaire à leur bon fonctionnement.

    Ceci posé, on voit bien qu’il nous faut donc de nouvelles fictions pour continuer à avancer en tant que communauté. C’est en cela que je parlais de fictions, de récits collectifs, et c’est ainsi que je te lis (d’où le doute : sont-ce des récits politiques ? Littéraires ? Qui les forme et comment ?). Ce serait trop complexe et incertain d’essayer de détailler ici comment ils se forment, on pourrait plutôt se poser la question des nouveaux récits à construire.

    C’est par ignorance des nouvelles lignes de fracture que nous sommes incapables de produire de nouveaux récits. Et cela me paraît assez clair concernant le sujet essentiel aujourd’hui : ce que Bruno Latour appelle le Terrestre dans son magistral livre Où atterrir (2017). Nous ne savons pas comment habiter sur de nouvelles modalités la Terre, comment réinventer nos appartenances aux sols, aux mers, à la planète, parce que nous ne savons pas quel est le problème. Enfin oui, maintenant nous pouvons voir à peu près quel est le problème, mais comment y remédier ? Par de nouveaux récits.

    Comment réinvestir le monde, l’habiter d’une autre manière, non plus sur le mode de la domination, de la destruction, mais d’une danse, d’une mobilité, d’une connaissance, d’une interconnexion ? Je ne sais pas, bien sûr, et personne ne sait, mais j’aimerais justement me poser modestement la question dans mon nouveau roman.

    Je suis comme toi, je ne pense pas que la littérature puisse grand-chose, un livre ne change pas le monde, ou alors très très rarement, et ça n’a bien sûr aucun sens de l’espérer des siens, mais je pense plutôt que la littérature est un mode de connaissance, de compréhension, d’appréhension sensible des choses, pour celui qui écrit, et, si cela fonctionne, pour celui qui la lit.

    Ce qui me préoccupe avant tout, dans l’écriture, c’est le rythme, la pulsation, le mouvement. Ensuite la forme romanesque, la structure, les mouvements possibles là aussi. Mais, comme je pense qu’un roman peut tout faire, tout englober et tout tenter à la fois, je me dis qu’il pourrait aussi penser le monde, en l’occurrence contemporain, appréhender sa forme, ses questionnements, ses problématiques, et en les mettant en forme leur donner une réalité sensible que seuls la fiction et l’art permettent de créer. Le journalisme est vital, mais seul le récit nous permet d’entrer vraiment dans les choses. Entre « 95 morts en Syrie » et un récit qui nous fasse entrer dans ce massacre, il y a un monde. L’un nous laisse à l’extérieur, l’autre non.

    La littérature ne peut pas grand-chose, certes, mais elle peut ça.

    C’est très loin, je crois, de ce qu’on appelait au 20e siècle la littérature engagée, qui, en produisant des œuvres partiales, dirigées vers un but et une idée préétablie, se trompe. Le roman doit mettre en branle des forces, qui s’affrontent ensuite librement, sans que l’auteur ne sache où elles vont aller. Là encore, c’est le rythme propre à un roman, sa tonalité souterraine qui vont dicter l’avancée de l’intrigue.

    Pour en revenir à la politique, la gauche est en panne parce qu’elle n’a pas d’imagination et ne sait pas où ni comment créer de nouveaux récits. Le capitalisme est une telle machine qu’elle a avalé la gauche et n’en a laissé que des miettes. La gauche devrait se réinventer autour de cette nouvelle ligne de fracture : Terre / non-Terre ; universalité / local. Et dans cette dernière dualité, justement, apprendre à penser les deux à la fois :  le microscopique des sols et l’ensemble du vivant, la géologie en même temps que l’économie, elle doit penser large et relié, et appréhender de nouveau l’ensemble du terrestre.

    Mais tout ça ce sont de grandes paroles, et les hommes politiques de gauche sont très loin de ces considérations, engluées entre une social-démocratie d’une rare fadeur et une extrême gauche (en tout cas en France) incapable de penser ce monde moderne-là. Si j’apprécie Podemos en Espagne, par exemple, c’est parce qu’ils n’ont pas peur de se colleter à ce réalité-là.

    Et la ligne de fracture, c’est aussi le marxisme. Marx est toujours opérant, la société est toujours fondée sur des rapports de production et de classe, mais il a été bien sûr historiquement disqualifié. Il faut à la fois oublier Marx et le réinventer. Cela pourrait passer par le rapport au sol. C’est pourquoi la question des migrants est centrale : ils incarnent ce rapport de classe à la terre. Des hommes sont privés de terre, d’autres la détruisent sciemment. Certains hommes auront bientôt les pieds dans l’eau, d’autres volent au-dessus. Certains seront emportés par les vagues et les tempêtes, d’autres se réfugieront dans des bunkers. La ligne de fracture est là. Elle existe, elle est visible. Et elle va nous péter à la gueule. Et les pays riches, responsables de ce désastre-là, ferment leurs frontières, car ils ont peur de ça. Ils savent que l’eau va manquer, que les terres vont manquer, que la nourriture va manquer, et que ceux qui en seront privés viendront les chercher là où elles sont, c’est-à-dire chez eux. Ce n’est pas encore le cas, mais ils le sentent venir. Alors ils ferment les frontières, bâtissent des murs, ne laissant que la lumière allumée.

    S’ils se recroquevillent sur leurs terres, c’est parce qu’ils en seront bientôt privés. Cela tremble, partout, sous nos pieds à tous, et la vague réactionnaire s’explique à mon avis par ce sentiment de peur, de trouble, de danger que sentent ceux qui ont encore quelque chose à perdre.

    Voilà en tout cas les questions politiques et littéraires qui m’agitent en ce moment.

    Je trouve intéressant d’essayer de faire rentrer ce contemporain-là dans le roman. Ça l’agite, le bouscule, le questionne, et tout est bon, je crois, pour éviter que le roman ne flétrisse. Mais peut-être me diras-tu le contraire, et j’en serais ravi.

    Bon, à part ça, la France est championne du monde, et on est bien contents !

    Je t’embrasse,

    À bientôt mon cher Hannes !

    Pierre

    Lieber Hannes,

    Der Sommer, dieser drückende und leuchtende Sommer geht langsam zu Ende, ich fange wieder an dir zu schreiben (nachdem ich dich ins Spanische übersetzt habe, eine komische Erfahrung).

    Dein letzter Brief ist sehr ideenreich, voller Überlegungen, ich werde das alles nach und nach aufgreifen und zunächst dort ansetzen, wo mein Herz mich hinlenkt.

    Zweimal musste ich beim Wort Narrativ stocken und habe mich gefragt, ob du damit kollektive Geschichten, oder “Erzählungen” im literarischen Sinne bezeichnen willst, ob du im Großen und Ganzen über Literatur oder über Politik sprichst, und ich habe mir gedacht, dass diese Ungewissheit selbst bedeutsam ist, da die beiden in diesem Fall nahezu unzertrennlich miteinander verwoben sind.

    Alle Säulen, auf denen unsere Gesellschaften aufbaut, sind Fiktionen, Geschichten, die wir konstruieren: Recht, Gerechtigkeit, Gleichheit usw. (auch Geld), sie alle existieren nicht als solche, sie sind erfunden, schweben irgendwo, haben keine Realität, und dennoch fußt unsere Gesellschaft auf ihnen. Alles, was uns als Menschen und Gesellschaft definiert, ist eine gigantische Fiktion, die für das richtige Funktionieren notwendig ist.

    Vor diesem Hintergrund können wir erkennen, dass wir neue Fiktionen brauchen, um als Gemeinschaft weiter voranzukommen. In diesem Sinne habe ich über Fiktionen gesprochen, über kollektive Geschichten, und so verstehe ich dich (daher die Ungewissheit: meinst du politische Geschichten? Literarische? Wer formt sie und wie?). Es wäre zu komplex und zu riskant, hier zu beschreiben, wie diese Geschichten gebildet werden und wir sollten uns lieber um die neuen Geschichten kümmern, die es zu erschaffen gilt.

    Es ist die Unkenntnis der neuen Bruchlinien, die uns unfähig macht, neue Geschichten zu produzieren. Und das scheint mir ziemlich klar zu sein, in Bezug auf das derzeit wesentliche Thema: Bruno Latour nennt es das Terrestrische in seinem meisterhaften Buch Das terrestrische Manifest (Originaltitel: Où atterrir ?, 2017). Wir wissen nicht, wie wir unter den neuen Bedingungen die Erde bewohnen, wie wir unsere Zugehörigkeit zum Boden, zu den Meeren, zum Planeten neu erfinden können, weil wir nicht wissen, was das Problem ist. Nun ja, allmählich erkennen wir in etwa, was das Problem ist, aber wie kann es behoben werden? Durch neue Erzählungen.

    Wie können wir uns die Welt wieder aneignen, sie auf andere Weise bewohnen, nicht mehr beherrschend, zerstörend, sondern durch eine Art Tanz, durch Bewegung, durch Wissen, durch Vernetzung? Die Antwort darauf kenne ich natürlich nicht, niemand kennt sie, aber genau diese Frage würde ich mir gerne ganz bescheiden in meinem neuen Roman stellen.

    Ich bin wie du und glaube nicht, dass Literatur viel bewirken kann, ein Buch verändert nicht die Welt oder nur sehr, sehr selten, und natürlich macht es keinen Sinn, dies von seinen eigenen zu erhoffen, aber ich denke, dass Literatur eine Art des Wissens, des Verstehens, des sinnlichen Erfassens von Dingen ist, für den, der schreibt, und, wenn es funktioniert, für den, der sie liest.

    Was mich beim Schreiben in erster Linie beschäftigt, ist der Rhythmus, das Pulsieren, die Bewegung. Später dann die Romanform, die Struktur, und auch hier die möglichen Bewegungen. Da ich aber glaube, dass ein Roman alles kann, alles umfasst und alles auf einmal versucht, denke ich mir, dass er auch die Welt erfinden kann, in diesem Fall die Gegenwart, ihre Form, ihre Fragen, ihre Probleme erfassen kann, und indem er sie in Form bringt, gibt er ihnen eine erfahrbare Realität, und das ist etwas, das nur Fiktion und Kunst schaffen können. Journalismus ist lebenswichtig, aber nur eine Erzählung erlaubt es uns, wirklich in Dinge hineinzugehen. Zwischen “95 Tote in Syrien” und einer Geschichte, die uns in dieses Massaker hineinbringt, liegen Welten. Das eine lässt uns außen vor, das andere nicht.

    Literatur kann sicherlich nicht viel tun, aber sie kann das tun.

    Ihr Potential ist sehr weit entfernt, glaube ich, von der im 20. Jahrhundert so genannten Engagierten Literatur, die, indem sie einseitige Werke produziert, die auf ein Ziel und eine vorher festgelegte Idee ausgerichtet sind, fehlgeht. Der Roman muss Kräfte in Bewegung setzen, die dann frei aufeinanderprallen, ohne, dass der Autor weiß, wohin dies führt. Auch hier ist es der Rhythmus eines Romans, sein unterirdischer Ton, der das Fortschreiten der Handlung vorschreibt.

    Und um wieder auf die Politik zurückzukommen, versagt die Linke deswegen, weil sie keine Vorstellungskraft hat und weder weiß wo, noch wie man neue Erzählungen schafft. Der Kapitalismus ist eine solche Maschinerie, dass er die Linke verschluckt und nur Krümel von ihr übriggelassen hat. Die Linke täte gut daran, sich um diese neue Bruchlinie herum neu zu erfinden: Erde / Nicht-Erde; Gesamtheit / Örtlichkeit. Und was eben diese letzte Dualität betrifft, sollte sie lernen, beide auf einmal zu beachten: das mikroskopisch Kleine der Erde und die Gesamtheit der Lebewesen, Geologie und gleichzeitig Wirtschaft, sie muss weiträumig und vernetzt denken, und wieder das Erdenganze erfassen.

    Aber all das sind große Worte, und die Politiker der Linken sind sehr weit von diesen Überlegungen entfernt, sie sind stecken geblieben zwischen einer ach so faden Sozialdemokratie und einer radikalen Linken (zumindest in Frankreich), die sich diese moderne Welt nicht vorstellen kann. Wenn ich zum Beispiel die Partei Podemos in Spanien schätze, dann deshalb, weil sie keine Angst hat, sich mit dieser Realität auseinanderzusetzen.

    Und die Bruchlinie verkörpert auch den Marxismus. Marx ist immer noch immer operationell, die Gesellschaft basiert immer noch auf Produktions- und Klassenverhältnissen, aber natürlich wurde er historisch disqualifiziert. Wir müssen Marx gleichermaßen vergessen und ihn neu erfinden. Dies könnte durch den Bezug zum Boden gelingen. Deshalb ist das Thema Migration von zentraler Bedeutung: Es verkörpert dieses Klassenverhältnis zum Boden. Einigen Menschen wird Land entzogen, andere zerstören es wissentlich. Einige Menschen stehen bald mit den Füßen im Wasser, andere fliegen darüber. Einige werden von Wellen und Stürmen weggefegt, andere werden in Bunkern Zuflucht suchen. Die Bruchlinie ist dort. Sie existiert, sie ist sichtbar. Und sie wird uns um die Ohren fliegen. Und die reichen Länder, die für diese Katastrophe verantwortlich sind, machen ihre Grenzen zu, weil sie Angst davor haben. Sie wissen, dass das Wasser knapp wird, dass es an Boden mangeln wird, dass es an Nahrung mangeln wird, und dass diejenigen, die all dessen beraubt wurden, all diese Güter dort suchen werden, wo es noch welche gibt, das heißt bei ihnen. Es ist noch nicht soweit, aber sie spüren es schon näherkommen. Darum schließen sie die Grenzen, bauen Mauern und lassen aber das Licht brennen.

    Wenn sie sich auf ihrem Land einmauern, dann deshalb, weil sie dessen bald beraubt sein werden. Es vibriert überall, unter unser aller Füßen, und die reaktionäre Welle erklärt sich meiner Meinung nach durch diese Gefühle der Angst, der Unruhe, der Gefahr, die von denen empfunden werden, die noch etwas zu verlieren haben.

    Auf jeden Fall sind dies die politischen und literarischen Fragen, die mich im Moment bewegen.

    Ich finde den Versuch interessant, diese Gegenwart in den Roman hinein zu bringen. Es bringt Bewegung hinein, rüttelt ihn auf, hinterfragt ihn, und jedes Mittel ist gut, denke ich, um zu verhindern, dass der Roman eingeht. Aber vielleicht wirst du mir ja das Gegenteil sagen, worüber ich hocherfreut wäre.

    Abgesehen davon ist Frankreich Weltmeister und wir sind glücklich!

    Ich umarme dich,

    Bis bald, mein lieber Hannes!

    Pierre

  • Querido Pierre,

    Acabo de releer tu carta, esta vez en su traducción al alemán. Antes de marcharme de vacaciones (este año los dos hemos ido a Sicilia, ¡qué casualidad! Volveré a referirme a este hecho más adelante) ya la había leído un par de veces en francés y me había prometido responder inmediatamente, pero ya sabes: los proyectos, el tiempo… y, sin darte cuenta ya estamos en septiembre y el verano se va acabando lentamente; durante el día aún muestra una fuerza sorprendente, pero las noches ya presagian el otoño berlinés, que muy pronto va a enseñarnos su cara gris y lluviosa.

    Después de leer tu carta tan rica, tan interesante, yo también me pregunto dónde podemos apoyarnos para coger un nuevo impulso, pero quizá vaya a hacerlo en lo telúrico, la tierra, este concepto y ese complejo temático que tú dices que ocupará un lugar central en tu nueva novela, ¡que ya estoy impaciente por leer! En Sicilia fue muy impresionante ver, en los templos griegos y romanos, los mosaicos de la época de los reyes normandos, el magnífico entrelazamiento de elementos grecobizantinos, normandos y árabes, y hasta qué punto esta isla de la periferia del sur de Europa puede ser un ejemplo y una advertencia para nuestra época. Una tierra, un territorio marcado por varias decenas de culturas, colonizados (en una acepción aún alejada del sentido moderno, colonialista, de la palabra), conquistados, ocupados incontables veces a lo largo de los siglos. Un territorio a menudo árido que de repente se vuelve rebosante de verdor, que te sorprende, que se resquebraja en las islas Eólicas, que emite vapores de azufre e incluso lava. Unas islas situadas en el punto de encuentro de dos placas continentales —la euroasiática y la africana—, una bella imagen de un lugar intermedio, de paso.

    No vimos muchos refugiados, pero había ferris que salían de Agrigento hacia Linosa o Lampedusa, lugares de los que hemos oído hablar mucho estos últimos años, y en lugares turísticos como Taormina, que me dejó la impresión de que hacía una desagradable ostentación de su riqueza, se veía a vendedores ambulantes africanos en las plazas, en las playas, algunas veces junto con su mujer y sus hijos. Personas a las que tantos ven como una masa abstracta, una amenaza, quizá tanto más grave desde el momento en que en el relato del miedo se introduce el elemento religioso, la historia del amenazador Islam.

    He aquí el concepto de relato de nuevo, y te preguntabas en tu última carta cómo lo entendía y cómo me gustaría que se usara. Las dos acepciones son justas e importantes, creo yo, el relato político y social, pero también la pequeña y simple historia literaria, la ficción poética, que partiendo de este pequeño núcleo puede crecer hasta inscribirse en la memoria colectiva, que puede convertirse en una de las ficciones políticas y sociales de las que está hecha (en eso tienes razón) nuestra cotidianidad, de las que están hechos nuestros estados, nuestra vida social. Este tipo de textos ha existido siempre, y no es precisamente ninguna casualidad que el año pasado se vendiera muy bien 1984 de George Orwell, igual que su Homage to Catalonia, volviendo brevemente a un tema surgido en nuestras anteriores cartas.

    La historia que nos explica Sicilia es muy interesante. Es la historia de los reyes normandos, un grupo de migrantes belicosos llegados del norte, que habían abandonado una patria con unas condiciones de vida muy difíciles y reinaron en la isla durante algunos decenios, sabiendo mezclar sus propios elementos culturales con los que encontraron allí, integrar influencias extranjeras para crear algo nuevo e impresionante, ampliamente considerado hoy día como la Edad de Oro de la isla. Y esto es algo que resulta interesante cuando uno piensa, en comparación, en la percepción actual del extranjero. Pero parece que hay tendencia a ignorar con bastante facilidad esta perspectiva de la emigración, de la transformación de antiguas estructuras, siempre que los migrantes tengan la piel clara, que sean incluso rubios, tal como sucedió a menudo en América del Norte. El historiador que llevo dentro se queda siempre sin voz ante la ceguera que mostramos ante nuestra propia historia, y la célebre cita de Santayana (Those who cannot remember the past are condemned to repeat it) es la que se impone en mi mente.

    Nadie ha podido nunca aislarse por completo, ni el imperio Romano, ni el chino ni tampoco los imperios americano o europeo podrán nunca hacerlo si los habitantes de los países que más sufren las consecuencias de nuestro modo de vida se ponen en marcha para reivindicar su derecho a un poco de tierra, a un lugar. Ningún muro ni ninguna otra barrera podrá contener este tipo de movimiento, no lo han hecho nunca, y la fuerza también será impotente, ya que el recurso a la fuerza en las fronteras, una posibilidad que cada vez más gente parece contemplar secreta y vergonzosamente, la idea de un recurso a las armas que brota aunque sea brevemente en su mente, significaría el final de todo lo que simboliza Europa.

    Tú hablas de los conceptos de movilidad, de interconexión, de danza como medios para apropiarse de la tierra. En Sicilia he visto, y probablemente tú también, las cosas maravillosas que pueden surgir de la interconexión de gentes llegadas de contextos culturales muy diferentes, y hasta qué punto la movilidad de un lugar a otro aporta cosas que pueden enriquecer infinitamente la cultura de una región. Y efectivamente puede que la danza también sea posible finalmente en estos lugares. Por el momento resulta difícil concebir una danza europea que invite a participar, pero debemos pensarlo y explicarlo, ya que solo a través de los relatos se convierte en algo tangible, imaginable, y solo pensando estas ideas podremos desarrollar esta danza. De momento aún no quiero plantearme si algún día será posible a escala global, vista la dificultad que presenta una danza común incluso en los círculos más restringidos.

    Pero es aquí, y en eso te doy toda la razón, donde reside la gran oportunidad de la novela, su importancia. En la libertad de su forma, que permite la movilidad, en la constante alternancia de voces, de influencias. Precisamente anteayer asistí a un debate literario que celebraba el triunfo de la forma autoficcional, en el que se pronosticó casi el fin de la novela. También tuve hace poco esta misma discusión con un amigo vasco. ¿Quién tiene aún necesidad de la novela, esta forma histórica? ¿Quién tiene aún necesidad de la ficción?

    Estoy convencido de que todos tenemos necesidad de ficción, porque es libre y crea nuevos espacios de libertad, porque está abierta a nuevas ideas e influencias, porque es lúdica, porque sus límites los establece únicamente el pensamiento de quien la escribe y este pensamiento también puede establecer límites nuevos en lo cotidiano, porque no aborda cuestiones de seudoautenticidad, cuya popularidad actual no puede sorprendernos en absoluto. Dado que todo parece disolverse, los textos autoficcionales constituyen una seguridad, una manera de anclar la propia biografía, estabilizarla. Pero seguidamente, en la recepción de estos textos, falta con frecuencia el juego, el aspecto ficcional, que sin embargo muy a menudo contienen. Ahora bien, es precisamente en este intersticio donde reside, a mi modo de ver, su mayor interés (ya que es evidente que textos como Le Royaume de Carrère tienen un gran valor literario) y no en un supuesta franqueza o autenticidad. Claramente, los que defienden esto último no tienen ni idea de la producción literaria.

    De lo que tenemos necesidad, en mi opinión, es, tal como tú dices, de ideas nuevas, de reflexionar de manera nueva sobre nuestro presente, o incluso más allá de este. La novela no puede ni debe ser jamás un manual de instrucciones de uso. Y sobre todo ¡no debe ser literatura comprometida! Pero sí puede hallar nuevos caminos, plantear cuestiones importantes; en pocas palabras, dentro de su pequeño ámbito puede formar parte integral del diálogo social. Esto es algo que nosotros, como escritores, deberíamos exigir.

    Toda mirada, ya sea hacia el pasado o el presente, toda cuestión planteada en una novela dice siempre mucho de la época de su aparición, así que probablemente no resulte nada sorprendente que tú te ocupes de lo terrestre y yo de los anarquistas de diferentes países de Europa reunidos en Barcelona. Reflexionar sobre las líneas de falla, reflexionar sobre los caminos antiguos o nuevos, sobre las ideas y las teorías de una forma nueva, conservar lo mejor del análisis marxista sin el tono doctoral de Marx, la voluntad anarquista de libertad, la voluntad de cooperar, sin aferrarse desesperadamente a la creencia de que deberían destruirse el Estado y toda estructura estatal. Quizá podría desarrollarse algo a partir de eso. ¿Qué opinas? Y dime: ¿qué impresión te ha dado Sicilia, esa isla situada sobre una línea de falla, esa isla magnífica sembrada de montañas de basura que se acumulan en los bordes de las carreteras y en los aparcamientos? ¿No ha sido también una inspiración para tu novela? ¿Dónde la situarás? ¿Qué terra escogerás para esa novela terrestre?

    Explícame algo de ella, si te parece.

    ¡Un abrazo!

    Hannes

    Cher Pierre,

    Je viens de relire ta lettre, cette fois dans sa traduction allemande ; avant de partir en vacances (nous sommes tous les deux allés en Sicile cette année, quel intéressant hasard – j’y reviendrai), je l’avais déjà lue deux fois en français et m’étais promis d’y répondre aussitôt, et puis tu sais ce que c’est, les projets, le temps : soudain, septembre est là, l’été s’enfuit tout doucement, il fait encore preuve d’une force étonnante en journée, mais les nuits présagent déjà l’automne berlinois, qui montrera sans doute bien vite son visage gris et pluvieux.

    Après la lecture de ta lettre si riche, si intéressante, moi aussi je me demande où rebondir, mais je vais peut-être le faire avec le terrestre, le sol, ce concept et ce complexe thématique dont tu dis qu’il occupera une place centrale dans ton nouveau roman – que je suis déjà impatient de lire ! En Sicile, il était impressionnant de voir, dans les temples grecs et romains, les mosaïques de l’époque des rois normands, l’entrelacs magnifique d’éléments gréco-byzantins, normands et arabes, et à quel point cette île à la périphérie sud de l’Europe peut être un exemple et un avertissement pour notre époque. Une terre, un sol, un terrain marqués par plusieurs douzaines de cultures, colonisés (dans une acception encore lointaine du sens moderne, colonialiste du mot), conquis, occupés un nombre incalculable de fois au cours des siècles. Un sol souvent aride qui devient soudain verdoyant, qui vous surprend, qui se fissure sur les îles éoliennes, émet des vapeurs de soufre et, même, de la lave en fusion. Une île située à la rencontre de deux plaques continentales, la plaque eurasienne et la plaque africaine, belle image là encore d’un lieu intermédiaire, de passage.

    Nous n’avons pas spécialement vu de réfugiés, mais des ferrys partaient d’Agrigente pour Linosa ou Lampedusa, des lieux dont on a beaucoup entendu parler ces dernières années, et dans les endroits touristiques, comme Taormine, dont j’ai trouvé qu’elle faisait désagréablement étalage de sa richesse, on voit des vendeurs de rue venus d’Afrique, au bord des places, au bord des plages, parfois avec leur femme et leurs enfants près d’eux. Des gens dont tant d’autres parlent volontiers comme d’une masse abstraite, une menace, peut-être d’autant plus forte lorsqu’on ajoute l’élément religieux au récit de la peur, l’histoire du menaçant islam.

    Voilà le concept de récit qui revient, et tu te demandais dans ta dernière lettre comment je le comprenais et voudrais qu’il soit utilisé. Les deux acceptions sont justes et importantes, je crois, le récit politique et social, mais aussi la petite histoire littéraire toute simple, la fiction poétique, qui partant de ce petit noyau peut grandir jusqu’à s’inscrire dans la mémoire collective, qui peut devenir une des fictions politiques et sociétales dont est fait, tu as raison, notre quotidien, dont sont faits nos États, notre vivre ensemble. Ce genre de textes a existé régulièrement, ce n’est certainement pas un hasard si 1984 de George Orwell s’est si bien vendu l’année dernière, tout comme son Hommage to Catalunya – pour revenir brièvement sur un sujet évoqué dans nos lettres précédentes.

    L’histoire que nous raconte la Sicile est très intéressante, c’est l’histoire des rois normands, un groupe de migrants belliqueux venus du nord, qui avaient quitté une patrie aux conditions de vie trop difficiles, et régnèrent sur l’île pendant quelques décennies, en sachant mêler leurs propres éléments culturels avec ceux qu’ils avaient trouvés sur place, accueillir des influences étrangères pour en faire quelque chose de nouveau et d’impressionnant, largement considéré aujourd’hui comme un âge d’or de l’île. Ce qui est intéressant lorsqu’on pense, en comparaison, à la perception actuelle de l’étranger. Mais il semble qu’on ait tendance à ignorer assez facilement cette perspective de l’émigration, de la transformation d’anciennes structures, pour peu que les migrants aient la peau claire, soient peut-être même blonds, comme ce fut souvent le cas en Amérique du Nord. L’historien en moi reste toujours sans voix devant la cécité dont nous faisons preuve face à notre propre histoire, et la célèbre citation de Santayana (« Those who cannot remember the past are condemned to repeat it ») s’impose souvent à mon esprit.

    Personne n’a jamais pu s’isoler complètement, ni l’Empire romain, ni l’Empire chinois, et les Empires américain ou européen ne seront pas en mesure de le faire, si les habitants des pays qui souffrent le plus des conséquences de notre mode de vie se mettent en route pour faire valoir leur droit à un peu de terre, à un lieu. Aucun mur ni autre barrière ne pourra contenir ce genre de mouvement, ils ne l’ont jamais fait, et la force sera impuissante elle aussi, d’autant que le recours à la force aux frontières, qu’apparemment de plus en plus de gens envisagent secrètement, honteusement, l’idée du recours aux armes jaillissant brièvement dans leur esprit, signifierait la fin de tout ce que symbolise volontiers l’Europe.

    Tu suggères les concepts de mobilité, d’interconnexion, de danse, comme autant de moyens de réinvestir la terre. En Sicile, j’ai vu, et toi aussi, probablement, les choses merveilleuses qui peuvent naître de l’interconnexion de gens issus de contextes culturels très différents, et à quel point la mobilité, d’un endroit à l’autre, apporte des choses qui peuvent infiniment enrichir la culture d’une région. Et effectivement, peut-être que la danse est aussi possible, finalement, en de tels endroits. Pour l’instant, une danse européenne qui invite à y participer semble difficilement envisageable. Mais nous devons la penser, et la raconter, car ce n’est que par les récits qu’elle devient tangible, imaginable, et ce n’est qu’en pensant ces idées que nous pourrons développer cette danse. Est-ce que ce sera un jour envisageable à l’échelle globale, je ne veux pas y réfléchir pour l’instant, tant une danse commune semble déjà difficile dans les cercles les plus restreints.

    Mais c’est en cela, je te donne absolument raison, que réside la grande chance du roman, son importance. Dans la liberté de sa forme, qui permet la mobilité, dans l’alternance constante des voix, des influences. Avant-hier, j’assistais justement à un débat littéraire qui célébrait le triomphe de la forme auto-fictionnelle, et prédisait quasiment la fin du roman. J’ai moi-même eu cette discussion récemment avec un ami basque. Qui a encore besoin du roman, cette forme historique, qui a encore besoin de la fiction ?

    Nous avons tous besoin de la fiction, j’en suis convaincu, parce qu’elle est libre et crée de nouveaux espaces de liberté, parce qu’elle est ouverte aux influences nouvelles et aux nouvelles idées, parce qu’elle est ludique, parce que ses limites ne sont posées que par la pensée de celui qui écrit et que cette pensée peut donc aussi poser de nouvelles limites dans le quotidien, parce qu’elle ne se préoccupe pas de questions de pseudo-authenticité, dont la popularité aujourd’hui n’est peut-être guère étonnante. Lorsque tout semble se dissoudre, les textes auto-fictionnels constituent une sécurité, une façon d’ancrer sa propre biographie, de la stabiliser. Mais ensuite, dans la réception de ces textes, manque souvent le jeu, l’aspect fictionnel, qu’ils contiennent pourtant très souvent. Or c’est justement dans cet entre-deux que réside selon moi leur plus grand intérêt (car il est évident que des textes comme Le Royaume de Carrère ont une grande valeur littéraire), et non dans une franchise, une authenticité supposées ; ceux qui postulent cela n’ont manifestement aucune idée de la production littéraire.

    Ce dont nous avons besoin, à mes yeux, c’est, comme tu le dis, d’idées nouvelles, de réfléchir de manière nouvelle à notre présent, et même plus loin que cela. Le roman ne peut et ne doit jamais être une sorte de mode d’emploi. Surtout pas de littérature engagée ! Mais il peut emprunter de nouvelles voies, poser des questions importantes, bref, dans son petit domaine, il peut faire partie intégrante du dialogue social. Chose que nous devrions, nous autres écrivains, exiger.

    Tout regard, qu’il soit porté sur le passé ou le présent, toute question soulevée dans un roman en dit toujours long, aussi, sur l’époque de son apparition, et peut-être n’est-il donc pas étonnant que tu t’occupes du terrestre et moi d’anarchistes de divers pays d’Europe se rassemblant à Barcelone. Réfléchir aux lignes de faille, réfléchir à des chemins anciens ou nouveaux, à des idées et des théories sous une forme nouvelle, garder le meilleur de l’analyse marxiste sans le ton doctoral de Marx, la volonté anarchiste de liberté, la volonté de coopérer, sans s’accrocher désespérément à la croyance qu’il faudrait détruire l’État et toute structure étatique. Peut-être pourrait-on développer quelque chose à partir de ça, qu’en penses-tu ? Dis-moi surtout : quelle impression t’a fait la Sicile, cette île posée sur une ligne de faille, cette île magnifique jonchée de montagnes d’ordures qui s’accumulent au bord des routes et sur les parkings ? N’a-t-elle pas été, elle aussi, une inspiration pour ton roman ? Où vas-tu le situer, quelle terra vas-tu choisir pour ce roman terrestre ?

    Raconte-moi un peu, si tu veux bien !

    Un abrazo,

    Hannes

    Lieber Pierre,

    gerade habe ich deinen Brief erneut gelesen, diesmal in der deutschen Übersetzung; vor meinem Urlaub (wir waren beide in Sizilien dieses Jahr, was für ein interessanter Zufall – dazu später mehr) hatte ich ihn schon zwei Mal auf Französisch gelesen und mir fest vorgenommen direkt zu antworten, aber wie das immer so ist mit Plänen und Zeiten: Plötzlich ist es September, der Sommer schleicht sich langsam davon, hat tagsüber noch eine erstaunliche Kraft, aber die Nächte lassen den Berliner Herbst erahnen, der sicher bald sein graues und regnerisches Gesicht zeigen wird.

    Es ergeht mir nach der Lektüre Deines reichen und interessanten Briefes ebenfalls so, dass ich mich frage, wo ich nun ansetzen soll, aber vielleicht werde ich es direkt beim Terrestrischen, beim Boden tun, diesem Begriff und Themenkomplex, der Dich in Deinem neuen Roman zentral beschäftigen wird – ich bin schon sehr gespannt darauf, ihn zu lesen! Gerade in Sizilien war es beeindruckend zu sehen, in all den griechischen und römischen Tempeln, in den Mosaiken aus der Periode der normannischen Könige in ihrer wunderbaren Verschmelzung griechisch-byzantinischer, normannischer und arabischer Elemente, wie sehr diese Insel am südlichen Rand Europas ein Beispiel und eine Warnung sein kann für unsere Zeiten. Erde, Boden, Terrain, von Dutzenden Kulturen geprägt, kolonisiert (noch fern der modernen, kolonialistischen Bedeutung des Wortes), erobert, besetzt, unzählige Male in den Jahrhunderten. Ein oft karger Boden, der dann urplötzlich grün erblüht, der einen überrascht, der auf den äolischen Inseln aufbricht, Schwefeldämpfe ausstößt und sogar glühende Lava. Eine Insel auf zwei Kontinentalspalten, europäisch und afrikanisch, auch das ein wunderbares Bild für einen Zwischenort, einen Ort des Übergangs.

    Die Geflüchteten sind nicht immer sichtbar gewesen für uns dort, aber von Agrigento aus fuhren die Fähren nach Linosa und Lampedusa, Orte, die bekannt geworden sind in diesen letzten Jahren, und an den Orten, an denen sich die Touristen sammelten, wie dem in meinen Augen mit seinem Reichtum unangenehm protzenden Taormina, sind die aus Afrika stammenden Straßenverkäufer da, am Rand der Plätze, am Rand der Strände, teilweise mit ihren Frauen und Kindern in der Nähe. Das sind die Menschen, über die jetzt von so vielen gerne abstrakt als eine Masse berichtet wird, eine Bedrohung, vielleicht besonders stark dann, wenn sich noch das religiöse Element einflechten lässt in diese Narrative der Angst, die Geschichte vom bedrohlichen Islam.

    Da ist dann also auch der Begriff Narrativ wieder, und du hast in deinem letzten Brief die Frage gestellt, wie ich ihn verstehe, benutzt wissen möchte. Beides ist richtig und wichtig, denke ich, das politische, gesellschaftliche Narrativ, aber auch die ganz einfache, kleine, literarische Erzählung, die poetische Fiktion, die von diesem Kern aus wachsen kann, bis in das kollektive Gedächtnis hinein, die eine der gesellschaftspolitischen Fiktionen werden kann, aus denen, wie du ganz richtig sagst, unser Alltag, unsere Staaten, unser Zusammenleben gewoben ist. Es gibt diese Texte immer wieder, Orwells 1984 verkaufte sich im letzten Jahr sicher nicht zufällig so gut, genauso wie seine Hommage to Catalunya – um kurz auf eines der Themen unserer vorherigen Briefe zu verweisen.

    Sizilien erzählt also eine interessante Geschichte, von normannischen Königen und ihrer Herrschaft, aus dem Norden gekommen, eingewandert, eine kriegerische Gruppe Emigranten, auch weil in ihrer Heimat die Lebensbedingungen zu hart waren, und daraus erwuchs für einige Jahrzehnte eine Herrschaft, die es verstand, die eigenen kulturellen Elemente mit den vorgefundenen zu verweben, fremde Einflüsse aufzunehmen, daraus etwas Neues und Beeindruckendes zu erschaffen, das heute allgemein als ein goldenes Zeitalter dieser Insel wahrgenommen wird. Interessant, wenn man es mit der heutigen Wahrnehmung der Fremden vergleicht. Aber es scheint über diese Perspektive der Auswanderung, der Umwandlung alter Strukturen immer nur dann leicht hinweggesehen zu werden, wenn diese Auswanderer hellhäutig waren, vielleicht sogar blond, wie es auch in Nordamerika oft der Fall ist. Der Historiker in mir ist immer wieder sprachlos vor der Blindheit gegenüber der eigenen Geschichte, das berühmte Zitat von Santayana („Those who cannot remember the past are condemned to repeat it“) drängt sich auf.

    Niemand konnte sich jemals abschotten, nicht das römische Imperium, nicht das chinesische, auch das amerikanische oder europäische Imperium werden dazu nicht in der Lage sein, wenn die Menschen in jenen Ländern, die am stärksten unter den Folgen unserer Lebensweise leiden, sich auf den Weg machen, um ihr Recht auf ein wenig Boden, auf einen Ort zu fordern. Mauern oder andere Barrieren halten solche Bewegungen nicht auf, haben es nie getan, auch Gewalt wird dazu nicht in der Lage sein, zumal Gewalt an den Grenzen, die offenbar für immer mehr Menschen denkbar wird, noch verschämt, versteckt, die Ideen von der Waffenanwendung nur aufblitzend, das Ende all dessen bedeuten würde, wofür Europa doch so gerne stehen möchte.

    Bewegung, Vernetzung und Tanz schlägst du als Begriffe vor, als Wege, um sich die Erde wieder anzueignen. In Sizilien habe ich gesehen, und du vermutlich auch, welch wunderbare Dinge in den Vernetzungen der Menschen aus unterschiedlichen Kulturkreisen entstehen können, wie die Bewegung von Ort zu Ort Dinge mitbringt, die die Kultur einer Region unendlich bereichern können. Und ja, vielleicht ist auch der Tanz am Ende möglich an solchen Orten. Momentan scheint ein europäischer Tanz, der einlädt, daran teilzunehmen, schwer denkbar. Aber wir müssen ihn denken, müssen davon erzählen, denn nur durch Erzählungen wird er greifbar, vorstellbar, und nur aus dem Denken dieser Ideen heraus können wir diesen Tanz entwickeln. Ob das dann irgendwann auch auf globaler Ebene vorstellbar ist, darüber mag ich augenblicklich nicht nachdenken, zu schwierig erscheint schon der gemeinsame Tanz in den kleinsten Kreisen.

    Aber hier, und da stimme ich dir ausdrücklich zu, liegt auch für den Roman eine große Chance, seine Wichtigkeit. In der Freiheit seiner Form, die Bewegung zulässt, stetige Veränderung der Stimmen, der Einflüsse. Gerade vorgestern hörte ich einer literarischen Diskussion zu, in der der Siegeszug der auto-fiktionalen Form gepriesen wurde, quasi das Ende des Romans vorhergesagt. Auch mit einem baskischen Freund habe ich diese Diskussion neulich geführt. Wer braucht denn noch den Roman, diese historische Form, wer braucht denn noch die Fiktion?

    Wir alle brauchen die Fiktion, bin ich dagegen überzeugt, weil sie frei ist und deshalb weitere Freiräume schafft, weil sie offen ist für neue Einflüsse, neue Ideen, immer spielerisch, weil ihre Grenzen per se nur durch das Denken des Schreibenden gesetzt werden und dieses Denken so neue Grenzen auch im Alltag setzen kann, weil sie sich nicht um Fragen der Pseudo-Authentizität kümmert, deren Beliebtheit aktuell vielleicht nicht sehr verwunderlich ist. Wenn alles sich aufzulösen scheint, dann sind die autofiktionalen Texte eine Sicherheit, auch zur Verortung der eigenen Biographie, ihrer Festigkeit, Stabilität. Und dann fehlt in der Rezeption oft das Spiel, gerade das Fiktionale, das in diesen Texten natürlich oft steckt. Und gerade in diesem Zwischenspiel liegt für mich ihr größter Reiz (denn natürlich haben Texte wie Das Reich Gottes von Carrère einen großen literarischen Wert), nicht in irgendeiner vermeintlichen Echtheit, Direktheit; wer die postuliert, hat offenbar von der Textproduktion keine Ahnung.

    Was wir aber in meinen Augen brauchen sind, wie du sagst, neue Gedanken, neue Versuche über unsere Gegenwart nachzudenken, auch darüber hinaus. Der Roman sollte und kann dabei niemals Gebrauchsanweisung sein. Bitte keine littérature engagé! Aber er kann neue Wege gehen, kann wichtige Fragen stellen, kurz, er kann in seinem kleinen Bereich ein Teil der gesellschaftlichen Konversation sein. Das sollten wir Schriftsteller ganz selbstbewusst einfordern.

    Jeder Blick, ob auf Vergangenheit oder Gegenwart, jede Frage, die in einem Roman aufgeworfen wird, sagt immer auch viel über die Zeit seiner Entstehung aus, und vielleicht ist es deshalb auch kein Wunder, dass Du Dich mit dem Terrestrischen beschäftigst und ich mich mit Anarchisten aus verschiedenen Ländern Europas, die in Barcelona zusammentreffen. Nachdenken, über Bruchlinien, nachdenken über alte oder neue Wege, über Theorien und Gedanken in neuer, in gewandelter Form, das beste der marxistischen Analyse, ohne die Marx’sche Schulmeisterhaftigkeit, anarchistischen Freiheitswillen, Kooperationswillen, ohne verzweifelt an dem Glauben festzuhalten, man müsse den Staat, man müsse alle alte staatliche Struktur zerschlagen. Vielleicht ließe sich darauf etwas entwickeln, oder was denkst du? Und vor allem: wie hast du Sizilien erlebt, diese Insel der Bruchlinien, diese Insel der Schönheit und der Müllberge, die sich am Straßenrand und auf den Parkplätzen stapeln? Ist sie nicht auch eine Anregung für deinen Roman gewesen? Oder wo wirst du ihn verorten – welche Terra wirst du wählen, für diesen terrestrischen Roman?

    Erzähl mir davon, wenn Du magst!

    Un Abrazo – Dein

    Hannes

  • Querido Hannes,

    Muchas gracias por tu carta, me hizo mucha ilusión.

    Pues sí, es una coincidencia divertida lo de Sicilia. Yo, igual que tú, quedé deslumbrado por la belleza y el poderoso encanto de esa isla, su dureza, su esencia tan mediterránea, su fuerza. Este lugar de tránsitos y de sedimentaciones que tan bien describes.

    Tienes toda la razón y, en realidad, esas mezclas y esos solapamientos son absolutamente inevitables y, por supuesto, deseables. Entonces, ¿por qué agotarse intentando evitarlos?

    ¿Me preguntas si Sicilia será una de las tierras de mi próxima novela? Es posible. La idea es dibujar el plano de mi libro directamente sobre un mapa del mundo, sin excluir ningún país. Para mí, lo ideal sería que todos pudieran aparecer en él. Sueño con una novela que fluya continuamente por todo el planeta, que incorpore como premisa básica que nuestro movimiento es completo y sin retorno, que nuestro territorio es este, en su totalidad.

    Es imposible pensar de manera local, pequeña, circunscrita. Ahora estamos obligados a pensar de forma global. Lo que sucede en lo profundo de la selva de Borneo afecta a los ríos de Canadá o a las ciudades chinas. Sabemos que todo está intrínsecamente ligado.

    Dicho esto, y aunque el mundo entero quepa en ella, será principalmente una novela asiática, sobre Birmania, China, India y Tailandia, que serán los polos del libro.

    La pregunta básica es esta: cómo reinventar nuestra relación con el espacio, la Tierra, el viaje, la exploración partiendo del principio de que sabemos muy poco sobre el mundo, a pesar de dominarlo. Unos diez personajes son enviados a los cuatro rincones del mundo para dibujar nuevos mapas, para elaborar un gran inventario y, por tanto, para establecer una nueva relación con lo vivo.

    Me gustaría poderte contar más detalles, pero todo está en construcción (¡y es un caos!). La historia se ramifica y va en muchas direcciones, así que ahora mismo tendría problemas para resumírtela.

    Pero como dijimos en nuestras cartas anteriores, la idea es esta (creo que pasa lo mismo contigo): plantear mis preocupaciones políticas, geográficas y ecológicas en una ficción, exponer los problemas, lanzar a varios personajes dentro de ese gran desorden como si fueran las bolas de un juego de bolos y ver qué pasa. Esta realidad es materia literaria y estoy seguro de que podemos hacer algo con ella (tal vez eso pueda ayudarme a entender algo o, al menos, a darle alguna forma).

    Todos estos hilos y reflexiones tendrán que desaparecer gradualmente y solo permanecerán los personajes, los lugares, la acción, aunque lo que subyazca sea precisamente tales hilos y reflexiones.

    Como tú, me pregunto qué forma literaria podríamos dar a este puto mundo. Mi respuesta, por ahora, sería que debe amoldarse a sus vaivenes y ser, como él, abigarrada, fragmentada, rizomática.

    También me gustaría que me contaras más cosas de tu trabajo sobre los anarquistas en Barcelona. Este mundo perdido, que a veces echamos de menos, de luchas, de rabia, de futuros.

    Ahora estoy preparando un curso para el máster de escritura creativa de Bruselas, en el que participo desde hace tres años, y en el que releo a los tres autores que me parecen los más importantes de principios de este siglo (o al menos los que más me interesan): Roberto Bolaño, David Foster Wallace y Don DeLillo. Los tres intentan desarrollar precisamente formas nuevas, novelas tan locas, fragmentadas y laberínticas como el mundo en el que nacieron, como hizo Jean-Michel Basquiat.

    A principios de octubre fui a ver la gran exposición sobre su obra que se encuentra actualmente en París y fue muy conmovedor ver esas ciento veinte pinturas reunidas después de haberlas mirado durante tanto tiempo para preparar mi novela Eroica.

    Cada vez estoy más convencido de que Basquiat fue el primer artista del siglo XXI (sin haberlo conocido) y de que nos muestra el camino. Compone, borra, rehace, conecta, interpreta, reformula… ordena el caos candente. La novela podría, como la pintura de Basquiat, doblegarse, estar invadida por cuerpos extraños, agrietarse por todos lados. La novela es la flexibilidad misma: puede acomodarlo todo, y lo hace. Se traga registros y géneros, navega entre la poesía, el teatro o el periodismo, utiliza documentos, investigaciones, fantasías, recuerdos. La novela es lo más maleable que hay.

    Me pregunto si así se adapta al mundo o si lo que ocurre es lo contrario, es decir, si no es el mundo el que se vuelve tan flexible como la ficción, o más.

    En cualquier caso, sueño con un sistema narrativo capaz de acoger todas las épocas, personajes, registros y geografías. Me parece que es el camino de la literatura contemporánea: intentar acoger al Todo-Mundo, reformular la realidad difractada y en red en la que vivimos. La función de la literatura no es simplificar, dar consuelo, sino que debe abrazar la locura y la magnitud del mundo y tratar de convertirlo en materia literaria. Al menos esa es la lección que he aprendido de Basquiat.

    Su trabajo se esfuerza por estar a la altura de la arquitectura sin sentido que estructura nuestras vidas. Quizá la función del arte sea hacer inteligible el caos organizándolo, duplicándolo, reformulándolo. ¿Deberían los artistas renunciar a esta insensata ambición? Nosotros, escritores del siglo XXI, preferimos reproducir indefinidamente la novela del siglo XIX (que, por cierto, es insuperable y no nos necesita en absoluto), el relato íntimo y adulterado, unas formas que, a mi modo de ver, ya no son operativas.

    Pero tal vez estoy delirando, ¡ya me lo dirás!

    ¿A quién estás leyendo ahora mismo?, ¿y qué te aporta?

    Todavía tenemos mucho de qué hablar, por supuesto, pero quizá sea hora de reanudar esta conversación en persona, algo que podremos hacer pronto en Berlín.

    Estoy encantado con esa perspectiva.

    Te mando un abrazo

    Hasta pronto

    Pierre

    Cher Hannes,

    Merci beaucoup pour ta lettre, qui m’a fait plaisir.

    Effectivement, amusante coïncidence que celle de la Sicile, j’ai comme toi été ébloui par la beauté et le charme puissant de cette île, sa rudesse, son essence si méditerranéenne, sa force. Le lieu de passages et de sédimentations que tu décris bien.

    En réalité, ces mélanges et ces imbrications sont parfaitement inévitables, tu as raison, et bien sûr souhaitables, alors pourquoi tant s’épuiser à essayer de les éviter ?

    Si la Sicile sera une des terres de mon prochain roman ? Peut-être. L’idée est de tracer le plan de mon livre directement sur une mappemonde, et aucun territoire n’est exclu, j’aimerais même idéalement que tous puissent y entrer. Je rêve d’un roman qui circule sans arrêt sur la planète entière, qui intègre comme postulat de base que notre circulation est complète et sans retour, que notre territoire est celui-là dans son entier.

    Il est impossible de penser local, petit, circonscrit, nous sommes désormais tenus de penser global, ce qui se passe au fond de la forêt de Bornéo a des répercussions sur les fleuves du Canada ou les villes chinoises, tout est intrinsèquement lié, on le sait.

    Ceci dit, si le monde entier y rentrera, ce sera principalement un roman asiatique, autour de la Birmanie, de la Chine, de l’Inde, de la Thaïlande, qui devraient être les pôles du livre.

    La question de base est la suivante : comment réinventer notre rapport à l’espace, à la Terre, au voyage, à l’exploration, en partant du principe que l’on connaît très mal le monde que l’on domine pourtant. Une dizaine de personnages sont envoyés aux quatre coins du monde dans le but de dessiner de nouvelles cartes, de tisser un immense état des lieux, et donc potentiellement un nouveau rapport au vivant.

    Bon, j’aimerais t’en dire plus, mais tout ça est en construction (et en bordel), le récit se ramifie et part dans plein de directions, donc j’aurai du mal à te le résumer pour l’instant.

    Mais comme on se le disait dans nos lettres précédentes, l’idée c’est donc ça (et je crois que c’est pareil pour toi) : m’emparer de mes préoccupations politiques, géographiques et écologiques dans une fiction, mettre en branle les problématiques, lancer des personnages comme des boules de bowling dans ce foutoir absolu et voir ce que cela fait. Ce réel-là est une matière littéraire, j’en suis sûr, on pourra en faire quelque chose. (Et peut-être que cela peut m’aider à y comprendre quelque chose, ou au moins à lui donner une forme, pour moi.)

    Ensuite, tous ces fils et ces réflexions devront progressivement disparaître, seuls resteront les personnages, les lieux, l’action, mais ce qui les sous-tend est bien cela.

    Comme toi, je me demande quelle forme littéraire on pourrait bien donner à ce putain de monde ; ma réponse, pour l’instant, serait qu’elle doit épouser ses ressacs, et être comme lui bigarrée, éclatée, rhizomique.

    J’aimerais aussi que tu me parles plus de ton travail autour des anarchistes à Barcelone. Ce monde perdu, que l’on regrette parfois, de luttes, de rage, de devenirs.

    Je prépare en ce moment un cours pour le master de création littéraire à Bruxelles auquel je participe depuis trois ans, et je relis du coup les trois auteurs qui me semblent les plus importants de ce début de siècle (ou au moins qui m’intéressent le plus) : Roberto Bolaño, David Foster Wallace et Don DeLillo. Parce qu’ils tentent tous les trois d’élaborer justement des formes neuves, des romans aussi fous, éclatés et labyrinthiques que le monde dans lequel ils naissent, comme l’a aussi fait Jean-Michel Basquiat.

    Je suis allé voir, début octobre, la grande exposition sur son œuvre qu’il y a en ce moment à Paris, et ça a été très émouvant de voir ces 120 toiles réunies après les avoir regardées pendant si longtemps pour préparer mon roman Eroica.

    Je suis de plus en plus convaincu que Basquiat est le premier artiste du XXIe siècle (sans l’avoir connu), et qu’il nous montre la voie. Il compose, rature, refait, il relie, interprète, reformule ; il ordonne le chaos brûlant. Le roman pourrait, comme la peinture de Basquiat, être plié, envahi par des corps étrangers, il pourrait craquer de toutes parts. Le roman est la flexibilité même, il peut tout accueillir, et il le fait, il avale les registres et les genres, il navigue entre la poésie, le théâtre ou le journalisme, il se sert du document, des enquêtes, des rêveries, des souvenirs, le roman, c’est la chose la plus malléable qui soit.

    Je me demande s’il s’adapte ainsi au monde ou si c’est l’inverse qui se produit, si le monde devient aussi flexible que la fiction, ou plus encore.

    Je rêve en tout cas d’un système narratif capable d’accueillir toutes les époques, les personnages, les registres, les géographies. Ça me semble être la voie de la littérature contemporaine : tenter d’accueillir le Tout-monde, de reformuler la réalité diffractée et en réseau dans laquelle nous vivons. La littérature n’est pas là pour simplifier, pour consoler, elle doit embrasser la folie et l’ampleur du monde et tenter d’en faire une matière littéraire. C’est du moins la leçon que je retiens de Basquiat.

    Son œuvre s’efforce d’être à la hauteur de l’insensée architecture qui structure nos existences, en organisant, dupliquant, reformulant le chaos, que l’art a peut-être pour fonction de rendre intelligible. Les artistes devraient-ils vraiment renoncer à cette ambition par ailleurs insensée ? Nous préférons, quant à nous, écrivains du XXIe siècle, reproduire à l’infini le roman du XIXe siècle (qui est d’ailleurs indépassable et n’a pas du tout besoin de nous), le récit intime et frelaté, toutes formes qui ne sont plus opérationnelles, je crois.

    Mais peut-être que je délire, auquel cas tu me le diras !

    Qui lis-tu, toi, en ce moment, et qu’est-ce que cela apporte à ton moulin ?

    On a encore beaucoup de choses à se dire, évidemment, mais peut-être est-il de reprendre aussi cette conversation en vrai – et ce sera pour bientôt, à Berlin !

    Je suis heureux de cette perspective.

    Je t’embrasse,

    A bientôt !

    Pierre

    Lieber Hannes,

    Vielen Dank für Deinen Brief, der mich gefreut hat.

    Das mit Sizilien ist tatsächlich ein lustiger Zufall, ich war ebenso wie Du von der Schönheit, vom mächtigen Charme dieser Insel geblendet, von ihrer Rauheit, ihrer so mediterranen Essenz und ihrer Stärke. Der Durchgangs- und Ablagerungsort, den Du gut beschreibst.

    In Wirklichkeit sind diese Vermischungen und Verschachtelungen absolut unvermeidlich und Du hast Recht, sie sind natürlich wünschenswert. Warum also so angestrengt versuchen, sie zu vermeiden?

    Ob Sizilien einer der Orte meines nächsten Romans sein wird? Vielleicht. Meine Idee ist es, den Plan meines Buches direkt auf eine Weltkarte zu zeichnen, und kein Gebiet ist davon ausgeschlossen, ich würde im Idealfall sogar jeden Ort aufnehmen. Ich träume von einem Roman, der ohne Unterlass auf dem ganzen Planeten kursiert und die Grundvoraussetzung in sich trägt, dass unser Zirkulieren komplett und unumkehrbar, unser Territorium eben dieses Gebiet in seiner Gesamtheit ist.

    Es ist unmöglich, lokal zu denken, klein, beschränkt, wir müssen ab jetzt global denken, was in den Wäldern von Borneo passiert, hat Auswirkungen auf die Flüsse Kanadas oder chinesische Städte, alles ist untrennbar miteinander verbunden, das wissen wir.

    Wenn nun die ganze Welt hineinginge, würde es vor allem ein asiatischer Roman werden, der sich hauptsächlich um Burma, China, Indien und Thailand als die Angelpunkte des Buches drehen würde.

    Die grundlegende Frage lautet: Wie können wir unsere Beziehung zum Raum, zur Erde, zum Reisen, zur Forschung neu entwerfen in Anbetracht der Tatsache, dass wir nur sehr wenig über die Welt wissen, die wir gleichwohl beherrschen? Ein Dutzend Charaktere werden in alle Ecken der Welt geschickt, um neue Karten zu zeichnen, ein riesiges Inventar an Orten und möglicherweise einen neuen Bezug zum Leben herzustellen.

    Nun, ich würde Dir gerne mehr erzählen, aber all das ist noch im Aufbau (und ein heilloses Durcheinander), die Geschichte verzweigt sich und geht in viele Richtungen, daher fällt es mir schwer, sie für Dich hier und jetzt zusammenzufassen.

    Aber wie wir schon in früheren Briefen feststellten, ist der Grundgedanke folgender (und ich denke, für Dich verhält es sich genauso): mich meiner politischen, geographischen und ökologischen Interessen in Form einer Fiktion anzunehmen, Problemstellungen in Gang zu setzen, Charaktere wie Bowlingkugeln in dieses absolute Wirrwarr hineinzuwerfen und dann zu beobachten, was geschieht. Diese Wirklichkeit ist literarischer Stoff, aus dem man ganz bestimmt etwas machen kann. (Und vielleicht kann mir das helfen, sie zu verstehen oder ihr, zumindest für mich, eine Form zu geben.)

    Anschließend werden all diese Fäden und Überlegungen nach und nach verschwinden, nur die Charaktere, die Orte, die Handlung bleibt bestehen, aber was ihnen zugrunde liegt, ist genau das.

    Wie Du, frage auch ich mich, welche literarische Form man dieser verdammten Welt wohl geben könnte; meine Antwort wäre im Moment, dass sie sich ihrer Brandung anpassen und genauso bunt gemischt, zersprengt, verästelt wie die Welt sein muss.

    Ich möchte auch, dass Du mir mehr von Deiner Arbeit rund um die Anarchisten in Barcelona erzählst. Diese verlorene Welt, der wir manchmal hinterhertrauern, aus Kampf, Wut, Werden.

    Ich bereite gerade ein Seminar für den Master Kreatives Schreibens in Brüssel vor, an dem ich seit drei Jahren mitarbeite, und lese noch einmal die drei Autoren, die mir als die bedeutendsten dieses beginnenden Jahrhunderts erscheinen (oder, die mich zumindest am meisten interessieren): Roberto Bolaño, David Foster Wallace und Don DeLillo. Weil sie alle versuchen, neue Formen zu entwickeln, Romane, die genauso verrückt, zersprengt und labyrinthisch sind, wie die Welt, in der sie geboren werden, genau wie es Jean-Michel Basquiat tat.

    Anfang Oktober habe ich mir die großartige Ausstellung über sein Werk angesehen, die sich derzeit in Paris befindet. Es war sehr bewegend, diese 120 Gemälde versammelt zu sehen, nachdem ich sie über so lange Zeit hinweg angeschaut hatte, um meinen Roman Eroica vorzubereiten.

    Ich bin immer mehr davon überzeugt, dass Basquiat der erste Künstler des 21. Jahrhunderts ist (ohne es gekannt zu haben) und dass er uns die Richtung weist. Er komponiert, streicht durch, wiederholt, er verbindet, interpretiert, formuliert um; er ordnet das brennende Chaos. Der Roman könnte, wie die Malerei von Basquiat, von Fremdkörpern verbogen und überwuchert sein, er könnte nach allen Seiten hin aufplatzen. Der Roman ist Flexibilität per se, er kann alles in sich aufnehmen, und er tut es, er schluckt die Register und die Genres, er navigiert zwischen Poesie, Theater oder Journalismus, er bedient sich des Dokuments, Umfragen, Träumereien, Erinnerungen, der Roman ist das am besten formbare Ding, das es gibt.

    Ich frage mich, ob sich der Roman der Welt anpasst oder, ob das Gegenteil der Fall ist, ob die Welt so flexibel ist wie die Fiktion oder gar mehr.

    Auf jeden Fall träume ich von einem Erzählsystem, das alle Epochen, Charaktere, Register und Geographien in sich aufnehmen kann. Dies scheint mir der Weg der zeitgenössischen Literatur zu sein: zu versuchen, die Welt als Ganzes zu beherbergen, die zerstreute und vernetzte Realität, in der wir leben, neu auszudrücken.

    Literatur ist nicht dazu da, zu vereinfachen, zu trösten, sie muss den Wahnsinn und das Ausmaß der Welt umschließen und versuchen, sie in literarisches Material zu verwandeln. Zumindest ist das die Lektion, die ich von Basquiat gelernt habe.

    Seine Arbeit strebt danach, der sinnlosen Architektur zu gleichen, die unsere Existenz strukturiert, durch Organisation, Duplikation, Umformulierung des Chaos, und dieses Chaos somit begreifbar zu machen, das ist womöglich die Aufgabe der Kunst. Sollten Künstler diesen ansonsten verrückten Ehrgeiz wirklich aufgeben? Wir, die Schriftsteller des 21. Jahrhunderts, bevorzugen den Roman des 19. Jahrhunderts (der ganz nebenbei unvergänglich ist und uns überhaupt nicht braucht), die vertrauliche und verfälschte Erzählung, all jene Formen, die heute nicht mehr funktionieren, glaube ich.

    Aber vielleicht spinne ich, dann musst du es mir sagen!

    Und Du, wen liest Du im Moment und wie bringt Dich das in Deiner Arbeit weiter?

    Natürlich haben wir uns noch viel mehr zu sagen, aber vielleicht ist es an der Zeit, das Gespräch in echt weiterzuführen – und das werden wir, bald in Berlin!

    Diese Aussicht erfüllt mich mit Freude.

    Ich umarme dich,

    Bis bald!

    Pierre

  • Querido Pierre,

    Acabo de releer tu carta, que sé que será, por el momento, la última de nuestra correspondencia, y he vuelto a deleitarme con la afortunada casualidad que hizo que en mayo nos encontráramos en Barcelona. Hablas de una novela de la Tierra, del planeta, de una novela que aspira a englobar a todo el planeta sin repetir los polvorientos esquemas narrativos del siglo XIX. Una novela que quisiera ser total, que pretende llevar a su máxima expresión esta formidable forma espuria de la literatura en su totalidad. ¡Qué proyecto! ¡Cuántos riesgos! Para serte sincero, es algo que me suscita a la vez tanto entusiasmo como estupor. Tú dices, al hablar del proceso de escritura, que todo es «un lío», algo que puedo imaginarme perfectamente. ¡Y ya me muero de ganas de leer tu novela!

    No me sorprende en absoluto que cites como referencias a Bolaño y Foster Wallace, esos dos formidables megalómanos de principios del siglo XXI, pero sí me sorprende un poco que los pongas junto a De Lillo, aunque esta sorpresa se debe, sin duda alguna, a que no conozco lo suficiente su obra. Por mi parte, acabo de leer la novela de un autor que, por lo que sé, es amigo tuyo: Boussole, de Mathias Énard. Es un texto que me ha entusiasmado, aunque más bien como ensayo, ya que me ha parecido que el narrador mira demasiado hacia el pasado, un cierto pasado, lo que hace que la narración sea algo anacrónica. He aquí exactamente el problema del que tú hablas en tu carta: que el relato se parece demasiado al del siglo XIX. Me pregunto si mi lectura no tendrá algo que ver con la traducción. Seguro que hablaremos de eso en Berlín el 11 de diciembre. ¡Ya estoy ansioso por reencontrarnos en el LCB (Literarisches Colloquium Berlin)!

    Me preguntas a quién añadiría a este círculo de autores que ejercen su influencia sobre el siglo XXI. Voy a «asomarme mucho por la ventana», tal como decimos en alemán, y me arriesgaré a responderte: Siri Hustvedt, porque en su momento su novela What I loved me causó una gran impresión y me ha influido en gran manera. Es una elección muy personal y no tengo ningún tipo de problema para justificarla siempre que tenga que hacerlo: en las listas de grandes escritores hay demasiadas pocas mujeres, y a esta que menciono aquí se la percibe siempre bajo la sombra de su famoso marido, aunque a mi modo de ver ya lo ha superado desde hace mucho tiempo, tanto en la novela como en el ensayo. En su última novela, The Blazing World, esta autora trata de forma impresionante la cuestión del género, el papel de la mujer y, sobre todo, de la identidad, un tema que me interesa en gran manera. En su último ensayo, The Delusions of Certainty, Hustvedt se ocupa de la cuestión de la conciencia, de la formación de nuestro yo, de la libertad de nuestros pensamientos y de nuestros actos, de la relación entre el cuerpo y el espíritu. Este es uno de los grandes temas de mi nueva novela, puesto que, como contrapunto a los anarquistas de los que ya te he hablado, este grupo que considera la libertad individual como el más precioso de los bienes, en mi novela también hay unos personajes que se aproximan más bien a un determinismo moderno, tal como lo define Sam Harris. Son personas que, como yo, y como Hustvedt, si es que interpreto correctamente lo que quiere decirnos, se definen como ateos y racionalistas, pero que también reconocen, vistas las investigaciones realizadas en el campo de la neurología, que la idea de la libertad individual no es más que una ilusión. Mi mirada se dirige hacia el interior, hacia esta cuestión, hacia nuestro cerebro, nuestro cuerpo. Pero intento compensarlo con una cierta amplitud, la de la Europa que me concierne, que también podría ser perfectamente sinónimo de estrechez.

    Si mi mirada se fija actualmente en nuestro continente es porque en él encuentro la mayoría de los lugares que asocio a la palabra Heimat, que ya evoqué en mi primera carta. Y mi idea de una Europa-Heimat, de un continente abierto, libre, ha llegado a un punto que no habría ni podido imaginar hace algunos años. Los nacionalistas, perfectamente conectados a escala europea –¡ironías del mundo actual!–, solo esperan una cosa: desmantelar definitivamente este continente. En los próximos años se tratará de defender la sociedad abierta, de librar batallas, en especial la de la lengua, que es la base de nuestra civilización, y a través de ella la batalla por los espíritus, las calles, las ciudades, las plazas, las fronteras, y finalmente contra estas últimas. Esta lucha de las palabras ya ha empezado y, para mi satisfacción, veo que reúne a cada vez más autores y autoras. Las novelas son siempre grandes proyectos y grandes cuestionamientos, pero también un medio para comprometerse y alzar la voz contra los que quieren destruir nuestra convivencia. Es una lucha mundial, tal como nos lo demuestra la situación actual de Estados Unidos o Brasil. Así que siento curiosidad por leer tu mirada sobre Asia, sobre el globo. ¡Quién sabe! Quizá consigamos defender una Europa libre, o más bien recrearla a partir de los fragmentos que la componen, y entonces es posible que me sienta lo bastante libre como para ampliar mi mirada al mundo. Sabes perfectamente que es imposible planificar una novela. Uno no puede saber nunca qué tema nos acecha, qué historias, qué relatos, qué tesis se condensarán y revestirán el carácter de urgentes que nos empujará a salir al mundo y abrir los oídos, pero también a sentarnos en nuestro escritorio para hablar de ello. La única certeza que tengo es que no me voy a detener hasta que ese espíritu, a la vez libre y alienado, se asiente plenamente en mí. Y aunque solo hayamos pasado unos pocos días juntos y que no nos conozcamos demasiado más allá de las cartas que hemos intercambiado (o quizá precisamente por ello), estoy seguro de que lo mismo cabe decir sobre ti.

    Así pues, ¡por todas las novelas futuras, por este vínculo que hay entre nosotros que, sin lugar a dudas, no se romperá al acabar «nuestro» Allons Enfants. ¡Por nuestra amistad! ¡Por todas estas pequeñas voces, todos estos pequeños cambios, todas estas pequeñas y grandes cuestiones y visiones del mundo en nuestros futuros textos! Y, sobre todo, ¡por nuestro reencuentro la próxima semana en Berlín y por todos los reencuentros futuros en Barcelona!

    Un abrazo

    Hannes

    Cher Pierre,

    Je viens de relire ta lettre, dont je sais qu’elle sera pour l’instant la dernière de notre correspondance, en me réjouissant une nouvelle fois de cet heureux hasard qui nous a fait nous rencontrer à Barcelone en mai. Tu parles d’un roman de la Terre, de la planète, d’un roman ambitionnant d’englober la planète entière, sans répéter les poussiéreux schémas de narration du XIXème siècle, un roman qui voudrait être total, qui entreprend d’épuiser cette formidable forme bâtarde de la littérature dans sa totalité – quel projet, quelle prise de risque ! Qui suscite chez moi autant d’enthousiasme que de stupeur, pour être honnête. Tu dis, en parlant du processus d’écriture, que tout est « en bordel » – j’imagine parfaitement ! Et j’ai déjà envie de lire ton roman.

    Je ne m’étonne pas que tu cites comme références Bolaño et Foster Wallace, ces deux formidables mégalomanes du début du XXIème siècle. J’ai été un peu surpris que tu leur associes De Lillo, mais c’est sans doute parce que je ne connais pas assez bien son œuvre. De mon côté, je viens de finir le roman d’un auteur qui, je le sais, est un ami à toi : Boussole, de Mathias Énard. Un texte qui m’a enthousiasmé, mais davantage en tant qu’essai. Car le narrateur me semble trop tourné vers le passé, un certain passé, ce qui rend la narration un peu surannée. Voilà exactement le problème dont tu parles dans ta lettre : que le récit s’apparente trop à ceux du XIXème siècle. Je me demande si la lecture que j’en ai fait a quelque chose à voir avec la traduction. Nous en parlerons sûrement le 11 décembre à Berlin – je me réjouis de cette rencontre au LCB !

    Tu me demandes qui j’ajouterais à ce cercle des auteurs exerçant leur influence sur le XXIème siècle.  Je « me penche loin par la fenêtre » comme on dit en allemand (je me réjouis déjà de la traduction en français de cette expression), en prenant le risque de te répondre : Siri Hustvedt. C’est un choix très personnel, parce que son roman What I loved m’a fait forte impression à l’époque et m’a beaucoup influencé, mais que je suis toujours en mesure de justifier aujourd’hui : il y a trop peu de femmes dans les listes de grands écrivains, et celle que j’ajoute ici est toujours perçue dans l’ombre de son célèbre mari, alors même qu’à mes yeux, cela fait bien longtemps qu’elle l’a dépassé, tant sur le plan du roman que de l’essai. Une auteure qui traite dans son dernier roman The Blazing World de la question du genre, du rôle de la femme et surtout de l’identité, question qui m’intéresse inlassablement, de manière impressionnante, une auteure qui, dans son dernier essai, The Delusions of Certainty, se penche sur la question de la conscience, de la formation de notre moi, de la liberté de nos pensées et de nos actes, du rapport entre le corps et l’esprit. C’est un thème central dans mon nouveau roman, car en contrepoint des anarchistes dont je t’ai parlé, ce groupe qui considère la liberté individuelle comme le bien le plus précieux, il y a dans mon roman des personnages qui sont plutôt à rapprocher d’un déterminisme moderne tel que le définit Sam Harris. Des gens qui, comme moi, et comme Hustvedt si je la lis correctement, se définissent comme athées et rationalistes mais, au-delà de ça, conviennent, au vu des recherches menées en neurologie, que l’idée de liberté individuelle n’est qu’une illusion. Mon regard est tourné vers l’intérieur, vers cette question, notre cerveau, notre corps. Mais j’essaie de contrebalancer cela par une certaine ampleur, celle de l’Europe me concernant, qui peut bien sûr aussi être synonyme d’étroitesse.

    Si mon regard est actuellement fixé sur notre continent, c’est parce que j’y trouve la plupart des lieux et des gens que j’associe au mot Heimat, que j’ai évoqué dans ma première lettre. Et mon idée d’une Europe-Heimat, d’un continent ouvert, libre, s’est éloignée à un point que je n’aurais pu imaginer il y a encore quelques années. Les nationalistes, parfaitement connectés au niveau européen – ironie du sort du monde d’aujourd’hui – n’attendent qu’une chose, démanteler définitivement ce continent. Dans les années qui viennent, il va s’agir de défendre la société ouverte, il va s’agir de mener des luttes, celle de la langue tout d’abord, qui est le fondement de notre civilisation, et à travers elle la lutte pour les esprits, les rues, les villes, les places, les frontières – enfin contre elles. Cette lutte des mots est déjà engagée et, je m’en réjouis, rassemble de plus en plus d’auteur.e.s ami.e.s. Les romans sont toujours de grands projets et de grands questionnements, mais aussi un moyen de s’engager et d’élever la voix contre ceux qui veulent détruire notre vivre ensemble. C’est une lutte mondiale, comme nous le montrent les États-Unis, comme le montre également le cas du Brésil. Je suis donc curieux de lire ton regard sur l’Asie, sur le globe. Qui sait, peut-être réussirons-nous à défendre une Europe libre, ou plutôt à la recréer à partir des fragments qui la composent, peut-être me sentirai-je alors suffisamment libre pour élargir mon regard au monde. Enfin : tu sais qu’un roman ne se planifie guère. On ne peut jamais savoir quel sujet nous guette, quelles histoires, quels récits, quelles thèses vont se condenser et revêtir l’urgence qui nous pousse à sortir dans le monde et à tendre l’oreille, mais aussi à nous asseoir à notre bureau pour en parler. La seule certitude que j’ai, c’est que je n’arrêterai pas tant que cet esprit à la fois libre et aliéné sera entier dans mon corps, et même si nous n’avons passé que quelques jours ensemble, et ne nous connaissons en dehors de cela qu’à travers nos lettres (ou pour cette raison justement ?), je suis sûr qu’il en va de même pour toi.

    Aux romans futurs, donc, à ce lien entre nous qui, j’en suis sûr, ne cessera pas avec la fin d’Allons Enfants, à notre amitié ! À toutes ces petites voix, tous ces petits changements, toutes ces petites et grandes questions et visions du monde dans nos textes à venir ! Et surtout : à nos retrouvailles la semaine prochaine à Berlin, et à toutes les retrouvailles futures à Barcelone !

    Je t’embrasse

    Hannes

    Lieber Pierre,

    gerade habe ich Deinen Brief, von dem ich weiß, dass er vorerst der letzte in unserer Serie sein wird, erneut gelesen und wieder habe ich mich gefreut, über den glücklichen Zufall, der uns im Mai zu einem Kennenlernen nach Barcelona gespült hat. Von einem Roman der Erde schreibst du, des Planeten, von einem Roman, der sich traut die gesamte Welt zu umspannen, ohne dabei die alten, staubigen Erzählstrukturen und -Muster des 19. Jahrhunderts wiederholen zu wollen, einem Roman, der alles sein möchte, der sich daran macht, diese wundervolle Bastardform der Literatur in ihrer Gänze auszuschöpfen – was für ein Vorhaben, was für ein großes Wagnis! Begeisterung und Erschrecken zugleich, wenn ich ehrlich bin. En bordel, im Chaos, wie du über den Entstehungsprozess schreibst – ich kann es mir gut vorstellen! Und ich habe jetzt schon Lust zu lesen.

    Kein Wunder, dass du Bolaño und Foster Wallace als Referenzpunkte nennst, diese großartig Größenwahnsinnigen des beginnenden 21. Jahrhunderts. De Lillo persönlich hat mich in diesem Zusammenhang etwas überrascht, aber das mag mit meiner geringen Kenntnis seines Werks zu tun haben. Ich selber habe gerade den Roman eines Autors zu Ende gelesen, mit dem Du, wie ich weiß, gut befreundet bist: „Kompass“, von Mathias Énard. Ein Text, der mich einerseits begeistert hat, das aber mehr als Essay denn als Roman. Ein Text mit einem Erzähler, der mir zu zurückgewendet erscheint und in dieser Zurückgewandtheit, die natürlich eine sehr gezielt gesetzte ist, auch das Erzählen ein wenig altertümlich macht. Genau jenes Problem, das Du in Deinem Brief angesprochen hast: Ein Erzählen, das mir zu sehr aus dem 19. Jahrhundert zu stammen scheint. Und ich fragte mich, ob diese Lektüre auch der Übersetzung geschuldet ist. Das ist etwas, das wir sicher am 11. Dezember in Berlin besprechen werden – ich freue mich schon sehr auf unser Treffen im LCB!

    Wen ich hinzufügen würde, fragst Du, in diesen Kreis der Autoren, die das 21. Jahrhundert mitbestimmen? Ich lehne mich weit aus dem Fenster (eine Phrase, auf deren Übersetzung ins Französische ich mich schon freue), und sage: Siri Hustvedt. Eine sehr persönliche Wahl, weil ihr Roman „What I loved“ mich einmal sehr beeindruckt und beeinflusst hat, aber auch eine Wahl, die ich heute noch gut begründen kann: Frauen fehlen in Listen wichtiger Schriftsteller sowieso viel zu oft, in diesem Fall füge ich eine hinzu, die in ihrer Wahrnehmung immer noch im Schatten ihres berühmten Mannes steht, obwohl sie ihn, in meinen Augen, sowohl als Prosaistin als auch als Essayistin längst überflügelt hat. Eine Autorin, die in ihrem letzten Roman „The Blazing World“ die Frage nach Geschlecht, nach der Rolle der Frau und vor allem nach der Identität, ein Thema, das mich immer noch und immer wieder interessiert, auf beeindruckende Weise verhandelt hat, eine Autorin, die sich in ihrem letzten Langessay „The Delusions of Certainty“ mit der Frage nach dem Bewusstsein, nach der Entstehung unseres Ichs und der Freiheit unserer Gedanken und Handlungen auseinandersetzt, nach dem Verhältnis von Geist und Körper. Dieses Thema ist auch für mich ein zentrales in meinem neuen Roman, denn als Gegenentwurf zu den Anarchisten, von denen ich dir bereits berichtet habe, jener Gruppe, die die individuelle Freiheit als höchstes Gut betrachteten, gibt es auch solche Figuren im Roman, die sich einem modernen Determinismus à la Sam Harris verschrieben haben. Menschen also, die sich, wie auch ich, wie auch Hustvedt, wenn ich sie richtig lese, durchaus als Atheisten und Rationalisten verstehen, aber darüber eben hinaus gehen und aus den Erkenntnissen der Hirnforschung schließen, dass die Idee unser aller individueller Freiheit nur eine Illusion ist. Mein Blick geht also sehr nach innen, in dieser Frage, in unser Gehirn, in unseren Körper. Aber ich versuche die Weite dagegenzusetzen, die Weite Europas in meinem Fall, die natürlich auch eine Enge sein kann.

    Aber dennoch merke ich, dass mein Blick gerade sehr auf diesen unseren Kontinent gerichtet ist, weil ich hier die meisten Orte und Menschen finde, die ich mit jenem Wort Heimat verknüpfen kann, das ich bereits in meinem ersten Brief erwähnt habe. Und meine Idee von einer Heimat Europa, einem freien, offenen Kontinent, ist in eine Ferne gerückt, die ich mir so nicht vorstellen konnte vor wenigen Jahren. Die Nationalisten, europäisch bestens vernetzt, auch das ein Treppenwitz der aktuellen Entwicklung, warten nur darauf, diesen Kontinent wieder endgültig auseinanderzutreiben. Es wird in den nächsten Jahren darum gehen, die offene Gesellschaft zu verteidigen, es wird darum gehen, Kämpfe zu kämpfen, um die Sprache zuallererst, denn sie ist die Keimzelle all unserer Zivilisation, durch sie um die Köpfe, um die Straßen, die Städte, die Plätze, um die Grenzen beziehungsweise gegen sie. Ein Kampf der Worte, der schon längst in vollem Gange ist, ein Kampf der Worte den, und darüber freue ich mich sehr, immer mehr befreundete Autorinnen und Autoren aufgenommen haben. Romane weiterhin als große Entwürfe und große Fragestellungen, aber dazu Engagement und Lautstärke gegen diejenigen, die unser Zusammenleben zerbrechen wollen. Es ist ein globaler Kampf, das zeigen die USA, das zeigt auch gerade der Fall Brasilien. Insofern bin ich auf deinen Blick auf Asien, auf den Globus gespannt. Und wer weiß – vielleicht gelingt es uns ein freies Europa zu verteidigen, oder vielmehr neu zu schaffen aus dem unvollständig Bestehenden, vielleicht fühle ich mich dann frei genug, um wieder weit in die Welt zu schauen. Und überhaupt: Romane und Pläne. Nie kann man wissen, welches Thema lauert, welche Geschichten, Erzählungen, Thesen sich verdichten zu einer Dringlichkeit, die uns dazu treibt in die Welt hinauszugehen und zu horchen und gleichzeitig an den Schreibtisch zu streben, um darüber zu schreiben. Dass ich damit nicht aufhören werde, solange ich diesen freiheitlich-unfreien Geist in meinem Körper beisammen habe, ist das einzige, das sicher ist, und auch wenn wir uns nur wenige Tage gesehen haben und sonst nur durch Briefe kennen (oder gerade deshalb?), bin ich sicher, dass es dir nicht anders geht.

    Auf zukünftige Romane also, auf unseren zukünftigen Kontakt, der auch nach dem Ende von Allons Enfants!, da bin ich sicher, nicht abreißen wird, auf unsere Freundschaft! Auf viele kleine Stimmen, auf viele kleine Veränderungen, viele kleine und große Fragen und Weltentwürfe in den nächsten Texten! Und vor allem: Auf unser Treffen nächste Woche in Berlin, auf die kommenden Treffen in Barcelona!

    Je t’embrasse

    Hannes

Portraits Pierre Ducrozet & Hannes Köhler: © Israel Fernandez
Übersetzung FR → DE: Paula Rauhut, Traduction DE → FR: Stéphanie Lux, Traducción FR → ES: Pierre Ducrozet, Lima Georget, Corrección ES: Núria Gibert